-1-

2.2K 129 3
                                    

  Se había acurrucado contra el respaldo del sillón orejero con las piernas en alto y el libro reposando en su regazo. Las cortinas, de un blanco sucio, dejaban entrar la luz adecuada para la lectura. La taza humeante de café que aguardaba sobre la mesa la hizo sonreír al ver que nada podía interrumpir aquel silencio.

  Deslizó la primera página inmersa ya en ese mar de letras que la llevaban a un mundo apartada de la realidad. Esa en la que no era capaz de conseguir ingresos sin ayuda de sus padres.

  No había leído ni cinco páginas cuando escuchó el ruido de unos pasos al otro lado de la puerta. Algo molesta se puso en pie y se dirigió a la puerta, no sin antes recoger la varita de madera de cerezo que reposaba en la mesa. Se acercó a la mirilla con mutismo y echó un vistazo, algo blanco y amarillo yacía frente a la puerta. Aquello se deslizó a un lado dejando ver la silueta de un hombre, comprendió que los colores pertenecían a la ropa del extraño. Entonces cayó en que ningún muggle se vestiría como si fuera una enorme nube por la que asomaba una porción del sol. Era una túnica de mago y solo conocía a un mago capaz de usar ese atuendo.

  En ese momento el timbre resonó por toda la casa y ella dio un respingo por la tensión acumulada. Respiró hondo sintiéndose una idiota, pero aun así esperó antes de posar la mano sobre la puerta sin llegar a abrirla. Podía tratarse de una trampa.

  El timbre volvió a sonar y oyó como ese hombre se echaba hacia atrás, seguramente mirando por alguna de las ventanas.

  —¿Estás en casa, Cecilia? —Sonrió al escuchar esa voz de nuevo, la voz que tan buenos recuerdos le traían de su infancia y primera juventud.

  Abrió la puerta con un golpe de varita, al ver al director intercambiaron una mirada y guardó la varita en la manga.

  —Bienvenido, director.

  —Espero no importunarte —dijo con una sonrisa al tiempo en que sacaba un pañuelo y se limpiaba el sudor de la frente—. ¿Puedo pasar? El sol de agosto es abrasador.

  —Por supuesto. —Se hizo a un lado y el hombre pasó con gesto de alivio—. ¿Le ofrezco un refresco?

  —Por favor.

  —¿Qué le trae por aquí? —inquirió de camino a la cocina—. Nunca antes había venido a verme. De hecho hace años que no le veo.

  —Las puertas de Hogwarts están abiertas para ti.

  —Gracias.

  Dumbledore tomó asiento en un elevado taburete cuando ella le pasó el vaso con hielo. Bebió un trago, agradecido.

  —Bebida muggle. Recuerdo lo mucho que te gustaban.

  —Mi padre es muggle y pasé mi infancia rodeada de esos productos. Mi madre también disfruta de ellos.

  —¿Cómo le va en el ministerio? —Cecilia se encogió de hombros mientras se sentaba delante de él.

  —Desde que pasó todo el asunto del regreso de quien-usted-sabe, cuando le dio su apoyo en público, no demasiado bien.

  —Sí, lo lamento. Muchos has perdido parte de sus vidas por creer en mí y en Harry.

  —Pero nosotros le creemos. Sabemos que ha vuelto.

  —Gracias, querida. —Bebió otro sorbo y sonrió—. Este año el ministerio no tendrá una plaza en el profesorado.

  —Es una buena noticia.

  —Pero hemos perdido a un viejo profesor, de repente este año ha decidido dejar la docencia.

  —¿Quién? —preguntó algo preocupada.

 -Háblame en silencio- Severus Snape. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora