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  Se levantó demasiado temprano para un domingo, pero los pensamientos bullendo en su cabeza no la dejaban parar quieta en la cama. Sabía exactamente donde dirigir sus pasos. Bajó a la primera planta tratando de hacer el menor ruido posible, pero el rugir del viento que azotaba los muros del colegio se llevaba todos los sonidos del interior.

  La puerta yacía cerrada debido a la hora de la mañana. La empujó débilmente abriendo un resquicio y asomando la cabeza por ella. La enfermera todavía dormía en la habitación al otro extremo de la estancia y Cecilia se aventuró dentro contemplando las camas selladas con las cortinas separadoras.

  En ese instante contaban con dos camas ocupas, una a la mitad de la enfermería y la otra al final. Echó un vistazo a la más cercana y resopló cuando no encontró allí a Denis Laiman. Por supuesto, era imposible dar con ella a la primera cuando trataba de pasar desapercibida. Recorrió el corto pasillo bordeado de camas y llegó hasta la de la niña, que dormía tranquila.

  Cecilia tomó asiento en la silla de al lado mientras miraba por la ventana donde las nubes volvían a prepararse para dejar otro día de lluvia a su paso. Estaba sumida en sus pensamientos cuando la niña se removió hacia un lado, abrió los ojos con pereza y luego los clavó en la profesora.

  —¿Profesora Eliseo, es usted?

  —¿Cómo te encuentras?

  —Cansada, como si llevara días sin dormir.

  —Es un efecto secundario. Se te pasará, no te preocupes —la ánimo con voz baja y una sonrisa.

  Entonces sacó algo de uno de sus bolsillos y se lo tendió a la chica, suponía que la enfermera no se lo habría dado. Lo recordó un poco antes de abandonar su habitación, Tonks lo comentó en una de sus cartas porque Remus Lupin lo había usado varias veces. Ella no conocía aquel truco, pero confiaba en Lupin aun sin conocerle. Se fiaba de la opinión de su amiga hacia el hombre, sabía que Tonks tenía un verdadero aprecio hacia él. Laiman aceptó el chocolate, extrañada.

  —Te vendrá bien —se limitó a decir.

  —No recuerdo demasiado lo que ha sucedido, pero la recuerdo a usted. El director y la profesora McGonagall no han querido darme muchos detalles, solo me dejan saber lo que yo recuerdo. ¿Puede contarme la verdad?

  Cecilia se sentó en el borde de la silla al tiempo en que Denis se sentaba contra las almohadas, mirándola expectante.

  —¿Recuerdas por qué fuiste al bosque?

  —No.

  —¿Qué recuerdas exactamente?

  —Llevaba... llevaba la varita en la mano, pero algo... había algo en el bosque. Recuerdo que estaba parada a unos metros de allí, por supuesto no pensaba entrar, sé que está prohibido. Pero algo me hizo hacerlo, lo vi entre los árboles. Y cuando le seguí noté que alguien me seguía a mí.

  —¿Lo viste?

  —No con claridad. Pero hacia más frío de lo normal y, seguro que no puede ser real, vi una mano esquelética. —Cecilia asintió. Había visto a los dementores pero los había olvidado. Tal vez era un mecanismo de defensa por parte de su mente.

  —¿Eso es todo lo que sabes? ¿El director no ha dicho nada?

  —No. Me ha pedido que me mantenga alejada del bosque. Y McGonagall le ha quitado diez puntos a Slytherin.

  —Ya —dijo en desacuerdo con la idea de restar tantos puntos, si hubiera sido un Gryffindor no lo hubiese hecho.

  —¿Usted qué cree? ¿Por qué estaba en el bosque conmigo?

 -Háblame en silencio- Severus Snape. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora