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  Por fin, tras meses sin noticias buenas sobre el estado de la chica, Katie Bell había recibido el alta y volvía a estar en Hogwarts. Se le veía animada e involucrada de nuevo con sus compañeros. Él se había enterado unos minutos antes de que ella cruzara la puerta de entrada porque Flitwick tuvo el detalle de buscarle y avisarle de la nueva noticia. La verdad es que se alegraba bastante por ella.

  También había tenido lugar el percance con el envenenamiento de Weasley a quien Potter pudo ayudar gracias a la rapidez de su actuación al colocarle un bezoar. Iba caminando por el pasillo perdido en sus pensamientos. Había pasado más de tres semanas tratando de ayudar a Cecilia, de darle avances al Señor Tenebroso y por si eso no fuera poco empezaba a importarle de verdad el motivo por el cuál ella no se decidía a mencionar su nombre y eso lo había llevado a estar más atento a ella.

  Desde hacía días se había sorprendido a sí mismo mirándola intentando deducir en qué estaba pensando sin éxito. Sin en cambio, descubrió ciertos aspectos de ella que desconocía: se mordía el labio inferior cuando pensaba en silencio, bebía el café tomando el asa por el lado contrario al resto del mundo y tras darle un sorbo echaba un poco más de leche. Nunca comía pepino, plátano o tomate. Cuando se reunían reía encantada al ver a su amiga y sus ojos brillaban de alegría, pero cuando sacaban el tema que le preocupaba Cecilia fruncía el ceño y esbozaba una sonrisa nerviosa.

  No era ningún idiota y supo que el estudiar tanto a Cecilia de lejos le iba a suponer ser consciente de algunas virtudes de la chica y eso al final tenía sus consecuencias, como el hecho de que ahora disfrutaba mucho más de su compañía y hasta la veía ciertamente más atractiva. Su afecto hacia ella, sus empeños por salvarla y sus observaciones en mutismo se mezclaron para llevarlo hasta donde estaba en ese momento.

  Solo le quedaba resignarse y ver cómo iba a tratarla de ahora en adelante.

  —¡Asesinato en el lavabo! —Aquella voz le hizo pararse y volver unos pasos hacia atrás, abrió de golpe y encontró a Harry, aterrado. Severus, blanco y sin creer lo que veía, le apartó de inmediato, se arrodilló y se acercó a Malfoy. Extrajo la varita e inició la cura con un conjuro que simulaba a una canción. Le limpió la sangre de la cara y volvió a susurrar el conjuro.

  Cuando la sangre dejó de brotar le incorporó y le indicó que le llevaría a la enfermería. Antes apuntó al chico y visiblemente enfadado le ordenó que le esperase allí. Acompañó a Draco a la enfermería y volvió unos diez minutos más tarde. Cerró la puerta con un golpe seco y vio el terror en la cara de Potter. Los llantos del fantasma le ponían los nervios de punta. Le pidió que se largara con un grito y ella obedeció sin más.

  —No tenía ni idea de los efectos, de verdad. Lo siento.

  —Y yo no tenía ni idea de que conocieras esa magia, Potter.

  —No es eso. Lo leí.

  —Quiero ver todos tus libros. Traerlos aquí ahora mismo —gritó.

  El chico salió en una carrera desesperada mientras él paseaba por el baño inundado de agua con manchas de sangre. No le importaba que su capa se estuviera mojando, estaba colérico. Sabía que le escondía la verdad sobre el conjuro puesto que él era el creador de aquella maldición. Al regresar Potter le contó un sin fin de mentiras y excusas que le llevaron a castigarle cada sábado. Saboreó la cara de disgusto de Harry y contuvo una sonrisa.

  —A las diez en punto —repitió Severus ante las quejas del chico. Le miró con severidad y se fue sin decir nada más.

  No le apetecía nada pasar la mañana en el despacho con él. En otras circunstancias hubiera disfrutado de tener un momento para fastidiarle, incluso le había negado el privilegio de jugar el último partido de quidditch que jugarían contra Ravenclaw. Pero esta vez esa idea le disgustó porque le apetecía ver el partido en la misma grada que Cecilia.

 -Háblame en silencio- Severus Snape. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora