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  Mientras caminaban hacia las columnas de los cerdos alados Cecilia iba callada y molesta consigo misma. Dumbledore se había negado rotundamente a darle la varita, le dijo que era peligrosa para ella y para los demás. Después en el desayuno del sábado trató de hablar con Snape pero este se escabulló sin darle ni la más mínima respuesta. Lo intentó de nuevo a la hora de la cena, pero al recibir el mismo trato se molestó y pasó de él el resto del tiempo. Incluso lo hacía ahora cuando andaban juntos hasta el mismo lugar.

  Él parecía cansado, pensativo y molesto. La miró de soslayo mientras bajaban las escaleras, sabía que estaba enfadada por cómo la había tratado. Conocía la angustia y la inquietud que experimentaba por todo lo que estaba sucediendo y sabía que se culpaba a sí misma. Pero él ya estaba lo bastante agobiado para aguantar encima sus preguntas e ideas por lo que perdió la paciencia y soltó varias palabras hirientes. Lo peor llegó cuando el director le contó la pequeña charla que mantuvieron cuando él estaba fuera, se sintió un completo desalmado. Al fin y al cabo ella era su única amiga.

  Esa mañana intentó suavizar las cosas entre ellos pero ella se limitó a encoger los hombros y echar a andar hacia la salida. Era extraño ver a Cecilia seria y sin esa alegría en la cara y la única vez que ocurría era culpa suya. Para colmo tenía que reunirse con Lupin, tal vez así ella recobraría la sonrisa.

  Cuando Cecilia traspasó la verja fue a situarse junto a su amiga en lugar de quedarse junto a Snape como hacía siempre. Tonks la saludó con un cariñoso golpe con el hombro. Severus observó la reacción de su compañera al saludar a Lupin, esbozó una tímida sonrisa a la vez que movía la cabeza levemente, nada del otro mundo. Se permitió relajarse un poco.

  —Veo que el ambiente está más tenso que de costumbre —bromeó Lupin ya que Cecilia era la que más toleraba a Snape—. Iré al grano. El ataque a la chica y la presencia de los dementores se atribuyen a un tal Dolyn.

  —¿Cómo estás tan seguro? —preguntó Cecilia, impresionada.

  —Te equivocas —interrumpió Severus—. Dolyn es quien tiene la varita y cuanto menos se dé a notar menos miradas recaerán en ella. No quiere perderla.

  Todas las miradas fueron hacia él. Lupin lo hacía con recelo, Tonks con asombro y Cecilia tratando de enmascarar su preocupación.

  —Confío en mi fuente.

  —Pues tu fuente se equivoca.

  —¿Y tú si sabes quién lo hizo? —provocó Lupin—. ¿Lo has averiguado por ti mismo?

  —Basta —dijo Tonks abriendo los brazos en dirección a ambos—. Deja que Snape se explique.

  —Los dementores son sólo espías que mandó el Señor Tenebroso, pero una vez que encuentran un rastro no les importa nada más. Ya habían encontrado a Laiman antes de sufrir la maldición. Esta fue lanzada por el primer mortífago que supo que Lia estaba en el colegio.

  —Cecilia —corrigió Tonks sabiendo lo molesto que era que la llamasen por un nombre que no le gustaba. Severus la contempló sin interés y continuó.

  —Fue el mismo que difundió el poder de la varita.

  —Danos su nombre —presionó Lupin.

  —Carton Peligan —dijo sin dudar ya que no le importaba lo que le sucediera.

  —Me ocuparé de que ese mortífago no ronde por Hogwarts. —La última palabra de Lupin fue casi inaudible por el ruido de una rama cercana, algo había chocado contra ella.

  Todos intercambiaron una mirada y por su expresión sabía de qué se trataba. Severus apuntó hacia ese punto con la varita y dijo casi escupiendo su nombre:

 -Háblame en silencio- Severus Snape. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora