Aprovechando la ausencia de los estudiantes, salvo dos chicos de Ravenclaw y una de Hufflepuff, salió con el maletín que usaba en sus horas de docencia hacia la orilla del lago, su lugar favorito cuando era alumna de Hogwarts. La brisa que ascendía desde la superficie del lago ayudaba a soportar el cálido día de finales de agosto. Metió las piernas en el lago hasta cubrir las rodillas y sacó los papeles necesarios para preparar las clases venideras. Cuando trabajaba en ello no utilizaba una pluma, sino un bolígrafo muggle que compró unas semanas antes de recibir la visita de Dumbledore.
A veces se asomaba al lago para ver quién era el responsable de las cosquillas que sentía en las plantas de los pies. Era agradable interactuar con los habitantes del lago.
Tras una hora enzarzada en las tareas de la preparación de las clases se dejó abandonar en las vistas del lago. Los patos nadaban lentamente en el agua, las nubes reflejaban su blanco contorno en la superficie y el brillo del sol caía sin piedad en la inmensa masa del lago. Entonces se sorprendió pensando en lo poco que había compartido con Snape desde aquel día en el despacho de este. Después de que se escapara su nombre ella no tardó en encontrar una excusa y salir casi corriendo, él no hizo por detenerla ni entabló conversación en el comedor. Aunque deseaba creerle y hablar con él, y confesarle lo que sentía, en realidad se hacía la esquiva y se alejaba si le veía. Era una cobarde. Por no mencionar las incesantes burlas, pullas y humillaciones que los hermanos Carrow le hacían pasar. Si volvían a abrir la boca los dejaría petrificados o aturdidos.
Lo único que la consolaba era que el lago estaba más despejado de dementores que cualquier otro punto del castillo. De vuelta al castillo fue relajada, disfrutando de la brisa que corría de vez en cuando, pero todo lo bueno tiene un final. Alecto yacía de pie a unos metros de la entrada con una sonrisa socarrona.
—¿Tienes un minuto?
—No —dijo con brusquedad y pasó por uno de los lados lamentando haberle dado la espalda, pero la bruja no le lanzó ningún hechizo.
—Era para comentarte sobre la inminente llegada de los alumnos. McGonagall se ocupará de la ceremonia como siempre, pero del resto me haré cargo yo. —Cecilia se frenó de golpe y se giró hacia ella—. Órdenes del director.
—¿Qué pretende que hagas con ellos?
—Recibirles.
—¿Y extraoficialmente?
—Nada. Es su primer banquete como director, solo quiere hacerlo lo mejor posible. Eso de ser el guardián de alguien lo reserva para cuando seas su prisionera. —La risotada de Alecto fue grotesca—. Sí, para que no digas que te llevan con cualquiera.
—¿Qué quieres decir? —preguntó temerosa por lo último que había hablado con él.
—Snape ha sido el elegido para vigilarte en las horas de encierro. Sé que no es muy hablador, pero tú estarás trabajando por lo que no importa.
—Olvida eso de ocuparte de los estudiantes. —El tono amenazador le salió solo.
Se dirigió a las escaleras de piedra, pero no llegó a poner un pie en ellas. Percibió el impacto en el centro de su espalda y cayó de bruces notando el mayor dolor que experimentó a lo largo de su vida. Rodó sobre un costado tratando de alcanzar la varita guardada en el bolsillo interior de su túnica, pero el dolor que la recorría hacia de eso una tarea imposible.
—¿Qué estás haciendo? —Vio como Amycus corría hacia su hermana—. No tenemos ese tipo de orden.
—Se lo tiene merecido. Mírala cómo sufre. —Empezó a reír como una loca—. Además Snape ni siquiera está en el colegio.
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-Háblame en silencio- Severus Snape.
FanfictionLa vida de Cecilia era tan tranquila como la vida de una bruja podía ser, incluso más. Había terminado los estudios seis años atrás y las cosas no iban tan bien como había imaginado. Soñaba con ser una experta en varitas mágicas y vivir de las qu...