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  La lista con los nombres de los estudiantes que iban a pasar las vacaciones en sus casas ya estaba completa. En unas horas saldría el expreso de Hogwarts y el castillo volvería a sumirse en un agradable silencio. Y ahora ese silencio era más preciado que nunca. La estancia de los Carrow en el colegio suponía un suplicio para las alumnos y cada vez que Cecilia intervenía Alecto enarbolaba la varita contra ella.

  La última vez fue el jueves pasado cuando oyó gritos en el pasillo. Alecto le increpaba a una chica solo por ser hija de muggles recalcando lo inferiores e inútiles que eran. Cecilia, como hija de padre muggle, acudió a toda prisa poniendo a la niña tras ella.

  —Limítate a las clases, no tienes que perseguir a los chicos fuera de las aulas.

  —¿Y a ti qué te importa lo que haga? Estás en todas partes —dijo furiosa.

  —Y estaré detrás de ti a cada rato si es necesario.

  —Como profesora es mi deber imponerle un castigo.

  —¿Solo por ser hija de muggles?

  —¡Es una Sangre sucia! —Hizo el intento de coger a la niña de la muñeca, pero Cecilia lo impidió.

  —Y tú una profesora inepta y nadie te ha sancionado por ello.

  Alecto dio un imperceptible brinco hacia delante y clavó la varita en el cuello de Cecilia. La niña dio un grito y salió corriendo pidiendo ayuda.

  —Piensas que tu poder va a mantenerte a salvo de nosotros, pero te equivocas. El Señor Tenebroso nos ha prometido a Bellatrix y a mí que nos dejará ser tus verdugos. Tu final está en mis manos, mestiza, y te prometo que te haré sufrir mucho más que con un cruciatus.

  Cecilia agarró el brazo de la mujer para apartar la varita que se apretaba contra su piel, pero no hizo falta. De repente Alecto se separó de ella mientras Amycus observaba a todas partes nervioso y temblando.

  —Nos meterás en graves problemas, hermana. No sólo con el amo. Ella está tremendamente protegida.

  —¿De qué hablas? —Se zafó del agarre de su hermano con brusquedad—. ¿Ella? Dentro de unos meses será nuestra y podré vengarme de ella.

  —No, no —murmuró él—. No puedes. Snape.

  Un silencio demasiado largo se instaló entre ellos. Cecilia lo había captado de inmediato y esperó a que la mujer hiciera lo mismo. Poco a poco Alecto giró la cabeza en su dirección. Una sonrisa macabra se formó en sus labios.

  —Eres la amante de Snape.

  —Mucho cuidado, mortífaga.

  —¿O qué? ¿Vas a pedirle a tu amante que te salve?

  —Alecto, no. —Intentó razonar Amycus que no paraba de mirar a los extremos del pasillo—. Es mucho más que su amante, sino Snape no se habría molestado en amenazarme. Si la tocas estás acabada, la ampara el Señor Tenebroso y su siervo predilecto.

  Pareció que la mujer cayó en las palabras de su hermano y mientras sostenía la mirada de Cecilia su expresión socarrona y despectiva fue transformándose en una máscara de temor. Amycus tiró de la mano de su hermana perdiéndose en los pasillos.

  Cecilia se dirigió al despacho tan pronto perdió de vista a los mortífagos. No sabía por qué estaba tan enfadada. Le encontró con la varita en la mano y un pequeño caldero sobre el escritorio. No se giró al escucharla entrar.

  —¿Por qué no me has dicho que Amycus lo sabía y que le has amenazado para que se mantuviera callado? —Severus se dio la vuelta lentamente, agitó la varita y la poción desapareció de la vista. Al ver sus ojos el enfado de Cecilia disminuyó considerablemente.

 -Háblame en silencio- Severus Snape. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora