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  Despertó cuando el cielo todavía mostraba ese azul oscuro que precede al amanecer. Nunca había disfrutado de largas horas de sueño pero aquella fue realmente corta y se sentía bastante cansado. No paraba de darle vueltas a la conversación con Yaxley y Dumbledore, preocupado porque las cosas se precipitaran por el hecho de querer capturar a Cecilia.

  No le gustaba su posición en ambos bandos. En el de Dumbledore sólo confiaban en él, y no todos, por el criterio del director. Y en el otro más que confianza sentían temor o recelo, lo cual era lo que sucedía con Bellatrix. Ya se lo dejó muy claro el verano pasado. Pero aun así debía proteger a todos sin importar que a esos a los que protegía le odiasen. Al menos al escuchar las palabras de Dumbledore sobre el aprecio de Cecilia hacia él le hacía sentirse mejor consigo mismo.

  Esperó hasta después del amanecer para pasar por el despacho de su compañera. Una rendija de luz escapaba por debajo de la puerta. Llamó con suavidad para evitar miradas no deseadas.

  —¿Quién es?

  —Yo, Snape —dijo en tono aburrido. Al instante escuchó un sonido de engranajes y supo que había ideado un hechizo de cierre a la puerta, sonrió por el ingenio de la chica. La puerta cedió por si sola y él entró en el despacho.

  La encontró sentada a su mesa con el pelo recogido en un moño, los ojos clavados en un papel y una taza de café a medias frente a ella. Cecilia alzó la cabeza para mirarle, al hacerlo sonrió y Severus vio lo cansada que parecía.

  —Buenos días. ¿Quieres un té? —Él asintió mientras tomaba asiento y ella hacía aparecer una taza en la mesa.

  —Gracias. ¿Cuánto llevas aquí?

  —Um... —Miró por encima de la cabeza de Snape a un reloj muggle que había traído consigo—. Una hora. Cuando algo me ronda la cabeza me es imposible dormir.

  —Entiendo. —Quedó sorprendido al ver la similitud entre ambos—. Entonces iremos rápido para que puedas descansar después.

  Cecilia hizo a un lado el papel y aferró la taza al tiempo en que miraba a Snape, a ella no le apetecía ir tan rápido porque significaría que él saldría de su despacho en unos minutos. Sonrió mientras Snape daba un sorbo a su té.

  —Pareces cansado —musitó con timidez.

  —Al igual que tú no he dormido muy bien. —Las palabras de Dumbledore volvieron a su mente una vez más y no pudo reprimir la curiosidad que estas le suponían—. ¿Puedo preguntarte una cosa?

  —Lo que quieras.

  —¿De verdad me consideras un amigo? —Cecilia bajó la vista notando cómo las mejillas aumentaban un poco de temperatura, Snape se sintió estúpido al preguntar algo así. Iba a añadir algo más cuando la vio asentir.

  —Sí. Creo que eres un hombre digno de conocer.

  —¿Por qué? Tú misma dijiste que soy cruel, sarcástico, indiferente y ácido.

  —Y también valiente, generoso y justo. —Por un momento ambos se quedaron mirándose, Cecilia dándose cuenta de que había dicho algo que él podía leer entre líneas. Mientras tanto, Severus la observaba con los ojos entrecerrados notando algo extraño de nuevo en ella.

  —Vayamos al tema que nos ha traído hasta aquí —dijo con una mezcla de frialdad e indiferencia—. Alguien, no sabemos quién, lanzó una maldición imperio a Laiman y la hizo entrar en el bosque. Los dementores se alimentan de la felicidad pero son capaces de oler el miedo y eso los llevó a ella. Parece que están investigando sobre una varita que le compró un mortífago a Ollivander. Esa varita se hace fuerte con las Artes Oscuras y quieren saber si existen más.

 -Háblame en silencio- Severus Snape. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora