43 | Indecisión

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Las palabras de mi madre se impactan contra mí como un jodido maremoto o peor aún, como una condenada bomba nuclear.

No soy capaz de contener el pánico que se apodera de mí, cerrando mi garganta, impidiéndome respirar; el jodido mundo parece haberse detenido, encerrándome en una asfixiante burbuja irrompible.

¡Braxton! —grita mi padre, sacudiéndome el hombro.

Vuelvo en mí, solo para sentir que algo húmedo se desliza por mis mejillas, con asombro, me llevo la mano a la cara y me doy cuenta que se tratan de lágrimas y la sensación se intensifica por completo.

—¿Qué dijiste? —pregunto, en un bajo susurro—. ¿Un... un bebé?

—Hijo...

—Por favor, mamá, dime la verdad.

Con una mirada llena de culpa, mi madre se lleva la mano al pecho y me doy cuenta entonces que su rostro está cubierto de lágrimas, de una tristeza profunda.

—Teníamos qué hacer algo —solloza—. Tu padre y yo sabíamos que la bebé tenía que ser apartada de su madre.

—Braxton, no encontramos una mejor solución, créenos, hijo —se apresura a decir mi padre—. Si dejábamos que Danna Quinn se quedara a la bebé, todo habría sido un desastre.

—¿Dónde está? —pregunto, al mismo tiempo que intento no hiperventilarme.

El entrecejo de mi padre se frunce un poco más. —¿Qué?

—Quiero saber dónde o qué es lo que hicieron con esa bebé —digo, mirándolos a ambos—. ¿Por qué ustedes se la quitaron a Quinn?

—Hijo, no pensarás que íbamos a dejarla con ella, es tu hija... nuestra nieta.

Ahí va el golpe; directo a mi estómago como una certera puñalada, impactándome tan de lleno que puedo sentir la sangre brotar de mí.

—Mi... ¿mi hija? —pregunto, con un temblor de voz.

—Braxton, tu madre y yo descubrimos lo que hiciste después de haber salido del reformatorio —anuncia mi padre—. La buscaste... fuiste a la clínica psiquiátrica y cometiste la peor de las estupideces. Nunca dijimos nada, pero cuando nos enteramos que aquella última visita había tenido consecuencias, no lo pensamos mucho y decidimos actuar en tu lugar puesto que todavía eras un menor de edad.

—¿Por qué... por qué nunca me dijeron nada? —rechino, con los dientes apretados.

—Eras un adolescente... no sabías hacia a dónde iba tu vida y de por sí, ya habías cometidos muchos errores, tu historial estaba manchado, pero cuando vimos que hacías hasta lo imposible por salir adelante, nos aseguramos que nada detuviera tu andar.

¡Pero tenía todo el maldito derecho a saber que Danna estaba embarazada! —grito, perdiendo el control.

—¿Y qué habrías podido hacer con esa noticia? —cuestiona mi padre, mirándome fijamente—. La bebé habría sufrido las consecuencias de todo lo que tú y esa mujer habían hecho.

—¿Díganme dónde está? —gruño, empuñando las manos a mis costados—. ¿Qué fue lo que hicieron con ella?

Mis padres se quedan en completo silencio, mirándose mutuamente y caminando alrededor de la sala de estar; al cabo de cinco minutos, mi padre se para frente a la ventana de piso a techo, mirando hacia el jardín.

—¿No van a responderme? —presiono—. Saben que lo averiguaré por mi cuenta aunque ustedes no me digan nada.

Dos minutos que parecen interminables, avanzan en el reloj de la pared y me doy por vencido, entendiendo que no conseguiré nada más de ellos.

ARTEMISA©  | TERMINADADonde viven las historias. Descúbrelo ahora