⚔ Capítulo 11🛡

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CAPÍTULO 11. LA DANZA DEL AMOR Y LA VENGANZA

Reino de Laurassia

Año 469 de las Eras de Trondheim

No era extraño que el rey Hilsgard, muy amigo de la ostentación y el despilfarro más descarado, subiera los impuestos e incluso que inventara algunos nuevos para sufragar los gastos del magnífico banquete que ofrecía para celebrar la liberación de su hijo de las garras de la muerte. Todos sus consejeros y sátrapas recibieron el honor de acompañarlo en el estrado regio, pero los que tenían el lugar más importante a la derecha del rey eran los sacerdotes del sol, a quienes les daba todo el crédito por la pronta recuperación del príncipe a pesar de la gravedad de sus heridas.

El descontento del príncipe era palpable, pero nadie se atrevió a comentar su gesto desaprobatorio, aunque sabían que era mal augurio presentar mal semblante durante una fiesta ofrecida en agradecimiento al sol.

Breoghan soportó con toda la paciencia de que era capaz en ese momento el desfile de todos los personajes importantes que vinieron a presentar sus respetos y agradecer a todas las deidades de los cielos, la tierra y el mar por haber tenido a bien respetar su vida y ni siquiera fingió que recordaba sus nombres. Los bailes, la música, la comida... parecía una larga tortura que no tenía final.

Al salir el sol, despidió a los últimos invitados con toda propiedad y pudo, al fin, fingir que iba a sus aposentos a descansar.

Esperó aún un tiempo más hasta que estuvo seguro de que sus guardias ya habían caído rendidos por el brebaje que les dió y salió de la nave principal del castillo hacia los pequeños edificios aledaños.

Un sector abandonado, casi en sombras, había sido discretamente restaurado y acondicionado para recibir la bendición de la rebeldía y el amor prohibido.

—Creí que la fiesta iba a durar mil años.

La voz sensual le marcó el camino en las sombras. La luz de una linterna apartó los velos de las sombras.

—Todavía no perdono a mi padre por no reconocer tu ayuda para salvar mi vida...

—Shhh —Puso su dedo delicadamente en sus labios—. No tiene ninguna importancia —susurró al tiempo que sus brazos se enredaban alrededor de su cuello—, lo sabes, ¿cierto? Que ahora solo importamos nosotros dos.

—Quiero que te vayas.

Ella se apartó con gesto cansado.

—Ya lo hablamos de esto muchas veces, tu padre me encontrará, no importa hasta qué rincón del mundo me vaya. No se puede huir de un dios.

—No será para siempre... ni los dioses viven para siempre y este tampoco lo hará.

Ella se volteó con un convincente gesto de sorpresa pintado en su bello rostro, tan convincente que hasta palideció un poco.

—¿Qué quieres decir? ¿Qué piensas hacer?

—Voy a matar a mi padre. Cuando haya muerto yo seré el rey y tú podrás volver a salvo para reinar a mi lado.

Arlette fue capaz de ocultar la sonrisa de satisfacción. Había trabajado muchos meses y soportado las humillaciones de Hilsgard día tras día, pero todo había valido la pena al escuchar en labios de él la idea que ella había ido sembrando poco a poco en su corazón.

—¡No! Es un pecado imperdonable —Sus ojos se humedecieron—, no dejaré que manches tus manos con la sangre de tu padre.

Era el último aliento que necesitaba. Era un secreto a voces que desde hacía generaciones los Leyngraid solo llegaban al poder después de que el sucesor matara a los demás herederos. Hilsgard había matado a su propio padre y a su hermano mayor, así como el padre de Hilsgard mató a su padre.

—Tal vez sea mi destino.

Estaba hecho, tanto la idea como la voluntad habían sido alimentadas y ya no había más que hacer que esperar el momento. Pero, todavía había dudas que la asaltaban: ¿cuánto tiempo tendría que huir? ¿Qué pasaría si en su ausencia Breoghan ponía sus ojos en otra mujer y la hacía reina? En teoría, él no podía desposar a otra que no fuera la hija no nacida del trono de Trondheim, así que mientras esa niña no existiera, ella podía confiar en que él sería solo suyo.

Mientras se entregaba e ignoraba el hecho de  que cada vez sus caricias le parecían menos desagradables, pensaba en una manera para dejar una marca en su corazón tan fuerte que nada la pudiera remover. Algo que ni la mismísima hija de Trondheim pudiera remover. 

—Hazme tu esposa —demandó y él se apartó alarmado ante aquella petición tan descabellada.

—Sabes que es imposible.

—Despósame en secreto, nadie lo sabrá hasta que tu padre haya muerto, te juro que lo guardaré en secreto y mis labios estarán sellados con el poder de la tumba.

No podía responder a eso. Ya estaba pensando en cometer el peor crimen que un habitante de Laurassia podía urdir, ni siquiera estaba seguro de que llegado el momento fuera capaz de levantar su daga en contra de su padre, nada garantizaba que cumpliría esa promesa, pero si desposaba a su prima, sus manos estarían atadas, no tendría más remedio que derramar la sangre de su padre para salvarla a ella.

Sangre. Nada está por encima de la sangre. No existe nada más allá del único lazo inquebrantable sobre la faz de la tierra. 

—Hagámoslo.

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Su corazón se contrajo y tuvo que apoyarse en la pared del pasillo para recuperar las fuerzas.

—Niña, ¿estás bien?

Jeur se acercó a la hija de su más amado amo quien fuera asesinado vilmente por su propio hermano.

—Estoy bien, Jeur, solo estoy... cansada.

—¿Y por eso parece que estás a punto de llorar?

Ella se irguió y rechazó el brazo que le ofrecía para ayudarla a volver a su habitación.

—¡No voy a llorar! Estoy tan cerca de regresarle a mi padre la gloria del reino, la línea de sucesión volverá a donde corresponde y yo... yo... Debería estar feliz, Jeur... debería...

—Pero no lo estás porque tu corazón te ha jugado una mala pasado, ¿cierto?

—¡No! ¡No! ¡No! Yo no puedo amar al hijo de mi enemigo, tengo que odiarlo con todas mis fuerzas...

—Y sin embargo no lo haces.

Al derrumbarse se dio cuenta de la verdad. Ya no podía luchar contra sus sentimientos y aunque se dijera una y mil veces que la sangre Leyngraid estaba maldita, ella quería creer que existía algo más fuerte, capaz de salvar su amor... Pero, ¿Qué podía ser ese algo?

—El perdón, niña. Solo el perdón puede sanar las heridas y restaurar el amor.

—No... Eso sería traicionar a mi padre... Aunque me tenga que arrancar este amor con los dientes, jamás los voy a perdonar por lo que han hecho a mi familia... y a Isadora. ¡No hay perdón que salve a los Leingrayd de la maldición de su sangre!

 ¡No hay perdón que salve a los Leingrayd de la maldición de su sangre!

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Más Allá de la Sangre [TERMINADA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora