|CAPÍTULO 40|

7 0 0
                                    

La felicidad no dura tanto como la desdicha

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

La felicidad no dura tanto como la desdicha.
×××

Me sentía tan cómoda mientras ágilmente acariciaba mi espalda, aún cuando intentaba llegar a su altura poniéndome de puntitas.

Tanto que sentí que caía de lo alto al poner los pies sobre la tierra.

—No se que me has hecho...— jadeo intentando recuperar el aliento— me vuelves loco— se recargo sobre mi cabeza.

Deslice las manos por su cintura abrazándolo.

—Solo diré que si.

Se separó con un gesto indignado.

—¿Cómo que si?

—¿Que quieres que te diga? —No pude evitar reír al ver cómo arrugaba la frente.

—No lo sé— me tomo de la barbilla susurrando sobre mis labios—Di que te mueres por volver a besarme, — me planto un beso— que te toque, — me plantó un segundo— o que te saque de aqui y haga ambas...— agrego rozando mis labios una última vez— hay demasiado que podrías decir.

Por un segundo olvide donde estábamos y me deleite de sus labios y las bromas.

Brinque sobre el intentado taparle la boca.

—¡No digas eso!

Se mordió los labios.

—Pero si eso ya lo hemos hecho...— atajo tomándome de las muñecas acercándome a su pecho.

Las mejillas me comenzaron a arder al recordar sus labios rozándome la piel, deslizándose por mi pecho...

Trague en seco al notar su mirada penetrante, como si hubiese escuchado mis pensamientos.

El teléfono en mi bolsillo comenzó a distraerme. Aunque fueron las voces los que llamaron mi atención.

Me gire entre sus brazos encontrándome en el reflejo del cristal a mi mejor amiga avanzando por el pasillo con Soo Hee detrás de ella.

Mis ojos se abrieron como platos.

Soo Hee.

La exnovia de Jun.

El chico que estaba conmigo de forma comprometedora.

—Voy a recordarte que me has besado el cuello antes, si es que no encuentras algo que decir...— el miedo se apodero de mi intentando cubrirle la boca al escuchar decirlo sin vergüenza alguna.

Mis manos no pudieron alcanzarlo, por más que brincara sobre el. Y eso lo estaba divirtiendo, y a mí a molestarme.

Lo fulmine con la mirada sin dejarme de otra más que darle una cucharada de su propio jarabe. Tome impulso, sujetándolo de las mejillas impactando mis labios con los suyos para callar esas tontas y descaradas palabras.

Nunca Digas NuncaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora