Inefable

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—No pude decirle. No puedo decirle. No sé cómo decirle.

—Supongo que estamos hablando de Suguru.

Satoru solo responde con un suspiro cansado, como si su corazón pesara mil kilos y todas las palabras existentes estuvieran atrapadas en su garganta. Se ve tan penoso, tan pequeño, tan desesperado y perdido. A Shoko le da lástima, por él, por Suguru, pero sobre todo por ella misma. Si esos dos no se arreglan de una vez por todas, pasará el resto del año escuchando a ambos (y recurriendo al amor que les tiene para no darles un para de golpes por tontos). Para ella es imposible entender, cómo dos personas que se quieren; como-esos-dos-se-quieren, pueden estar así por tanto tiempo.

Es absurdo, agotador e irónico verles actuar como un matrimonio de 20 años y aun así ser ignorantes de los sentimientos que tienen en común. Únicamente hay que verlos perderse en la mirada del otro. Esos profundos y largos momentos en los que ellos dos solo se miran sin decirse nada, pero hacen sentir al resto del mundo que deberían desaparecer, (porque sobran, porque ellos solo necesitan del otro, porque solo se sienten vivos por él otro).

Todo el colegio lo sabe. Lo sabe los de primero, lo sabe Yaga, lo sabe hasta las putas maldiciones; pero allí están ellos dos, sufriendo por dar un paso, solo un pequeño y diminuto paso.

—Quizás si se lo digo en otro idioma.

—Tú lo que tienes de energía maldita lo tienes de tonto, en serio te lo digo.

—No lo entiendes—dice Satoru con voz cansada.— No puedo decirlo, porque todas las palabras que existen no llegan a expresar ni una milésima de lo que yo siento, son tan... ¡Débiles!, ... ¡Fugases!, ... ¡Comunes!. Necesito que entienda que esto que siento es tan inmenso que me consume, que es tan grande, que duele. Me duele cuando estoy junto a él y me duele mil veces más cuando está lejos. Nunca imagine sentir algo como esto, nunca quise sentir algo como esto. Pensé que yo nunca sería capaz de...

Y otra vez el silencio se apodera de él, Satoru agacha la mirada y se toma del cabello con ambas manos. Y a Shoko se le dibuja una sonrisa en la cara. Serán tontos, y gastarán toda su paciencia, pero se siente feliz por ellos. Eso dos pudieron encontrarse en un mundo como ese, y aun así quererse más allá de lo que es compresible para la mayoría de las personas. Algo en ella se llena de esperanza y alegría. Termina su cigarro en silencio. El clima es perfecto, una suave brisa les acaricia, casi consolándoles y las nubes se mueven grandes, redondas y blancas en el cielo azul claro.

Por un momento, casi parecen estudiantes de cualquier otro colegio de la ciudad de Tokio. Por un momento solo son chicos de 17 años preocupados por entender lo que sienten, preocupados por quererse, sin pensar en muertes, o en batallas por pelear. En esos momentos la responsabilidad de mantener personas vivas no ocupa sus pensamientos, no invade sus sueños y ya no se repiten como películas de terror en sus mentes.

—Anda ya—. Le dice Shoko después de un rato.—Nos toca dar unas 20 vueltas más—. Y le extiende una mano para ayudarlo a levantarse, a pesar que Satoru es por lo menos 40 cm más alto que ella y pesa muchísimo más.

Se la han pasado desde hace una semana en entrenamiento físico. Por supuesto, Yaga no les compró lo de la intoxicación, pero el muy cabrón se hizo el tonto y según él, para ayudarles ante "proximo eventos desafortunados de ingesta de alimentos" deberían fortalecer sus cuerpos.

—No todo está pedido—.Le dice Shoko antes de echarse a correr. —A Suguru le van más los chicos, que las chicas.

Satoru se queda un segundo procesando la información y en menos de un segundo alcanza a Shoko,—¿Qué clase de chicos? ¿Altos? ¿Guapos? ¿Así como yo?, ¡contéstame! ¿No seas así!, ¿sabes cuando tipos de chicos hay en este Tokio? ¿O en Japón o ¡peor! en el mundo?

Strawberry fields foreverDonde viven las historias. Descúbrelo ahora