Primera noche juntos

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Una vez llegaron con todo el equipaje, el señor Himura los llevó a una habitación. Era cierto que la casa era pequeña y antigua, pero el espacio era cómodo. Tenía un ambiente cálido, y ellos también podían sentir la paz que emanaba del lugar. La habitación tenía unos armarios donde pudieron colocar sus cosas y dos futones que debían tener mucho tiempo guardados. Sin embargo, estaban limpios, y eso era más de lo que podían pedir.

Ambos estaban cansados por el viaje; no veían la hora de acostarse y descansar. El señor Himura parecía sentir lo mismo, ya que se despidió rápidamente, dejándolos solos. Nanami y Haibara nunca habían compartido habitación. Hacía algunos meses que habían ingresado como estudiantes de primer año, y aunque parte de su proceso de aprendizaje era realizar misiones, aún no les permitían quedarse fuera del colegio, y mucho menos sin supervisión. Cuanto más lo pensaba Nanami, más sentido tenían los comentarios de Gojo; era, definitivamente, una situación extraña.

De todas formas, o por los motivos que fuesen, Nanami no había dormido solo con Haibara aún. Dormir con alguien, aunque solo fuera el hecho de compartir habitación, le resultaba engorroso. Era como compartir una parte íntima y vulnerable de sí mismo, y no le gustaba en lo absoluto. Con Haibara, no era una sensación de desagrado, sino más bien de nerviosismo.

Cada acción de Haibara hacía que en la boca de su estómago se sintieran pequeños corrientazos cálidos. Nanami no era una persona que no supiese identificar sus propios sentimientos. De hecho, casi siempre reflexionaba sobre las cosas que pensaba y sentía. Por eso, le era fácil expresar sus opiniones con decisión. Había notado su atracción por Haibara. Sin embargo, a pesar de ser consciente de ello, consideraba que no había mucho que hacer al respecto.

—Nanami, ¿cuál de los dos futones prefieres? ¿El de la izquierda o el de la derecha?

Él se moría por dentro, pero Haibara le miraba con la tranquilidad e incredulidad de siempre. A veces, cuando Haibara le veía de aquella forma, no podía evitar sentirse decepcionado. Haibara podía mirarle a los ojos sin sentirse incómodo, y eso, para Nanami, era una muestra clara de que la atracción que sentía era probablemente unilateral.

—¿Hay alguna diferencia?

Esa última frase la había dicho en un tono más frío del que le hubiese gustado utilizar; las frustraciones que llevaba en su corazón salían de él sin que pudiera contenerse.

—Umm. El de la derecha huele más a alcanfor —dijo mientras acercaba su nariz al futón—, pero también es más grueso, por lo que estarías más abrigado.

Y otra vez, Haibara era incapaz de notarlo o de cambiar su actitud hacia él. ¿Era muy raro que deseara que alguna vez se enojara con él?

—¿Cuál prefieres tú? —dijo, dándose por vencido; no eran horas para hacer pataletas infantiles.

—El de la izquierda. Está más pegado a la puerta, así no tendría que levantarte si me dan ganas de ir al baño durante la noche.

—De acuerdo. Acostémonos ya; mañana seguro será un día largo.

—Sí. Buenas noches, Nanami.

—Buenas noches, Haibara.

Haibara se quedó dormido casi de inmediato. Sin embargo, a Nanami, a pesar de estar cansado, le costó mucho más. Entre sus sentimientos y el cambio en la rutina, su sueño se vio afectado, y durante toda la noche estuvo despertándose en varias ocasiones.

Nanami trataba de no moverse para no despertar a Haibara y permitirle descansar. Así estuvo un par de horas, hasta que sintió cómo Haibara, dormido, le abrazaba. Su brazo se aferraba a su cintura y su mano descansaba en su pecho. Nanami podía sentir, además, cómo Haibara apoyaba su rostro en su espalda, enviándole escalofríos hasta su nuca.

Sabía que Haibara estaba inconsciente, porque su cuerpo no había tenido cambios en su respiración; más bien parecía que Haibara, por alguna razón, tuviese ese hábito. Lo que hizo que Nanami se cuestionara si Haibara tenía a alguien con el cual (o la cual) dormía abrazado antes de ingresar al colegio o cuando no estaba en el colegio. Bien se dice que algunos hábitos son difíciles de romper.

Sintió entonces cómo la amargura le apretaba la garganta; imaginarse a Haibara en una relación con otra persona dolió mucho. Saber que la persona que te gusta tiene sentimientos por alguien más era muy doloroso.

Nanami no sabía cómo actuar en una situación como esta. ¿Debía despertarlo? ¿Debía dejarlo dormir? ¿Podría él soportar estar así toda la noche? Una parte de sí quería cerrar los ojos y disfrutar del olor de Haibara y del calor que emanaba de su cuerpo, pero eran precisamente esos sentimientos los que lo hacían sentir culpable. Sería como aprovecharse de él, y entre más tiempo pasaba, esos pensamientos volvían a llenarse de dudas. Llegó incluso a preguntarse con cuántas personas Haibara habría estado de esa forma. A ese paso, se volvería loco.

Nanami se giró con la intención de colocar a Haibara en su futón sin despertarlo, pero al dar la vuelta quedó frente a frente con un Haibara que, con destreza, se acomodó en su pecho. Sentirlo acomodando su rostro mientras además subía una de sus piernas sobre él, era la peor tortura que había sentido jamás. Miró al techo y suspiró, llevando una mano a su frente.

Había contado con que su estadía en aquella misión no sería fácil, pero nunca se imaginó que tanto. Nanami tomó con cuidado el rostro de Haibara con sus dos manos y utilizó el peso de su cuerpo para que, al levantarse, Haibara por inercia volviera a su lugar. Lo hizo con mucho cuidado, esperando no despertarlo. Su misión nocturna fue un éxito y, cuando Haibara estuvo bien acomodado, Nanami tomó las sábanas y los arropó, luego colocó una almohada entre ellos para que Haibara pudiera abrazar algo. La barricada funcionó, y aunque Haibara a los pocos minutos volvió a moverse, esta vez su rostro se quedó apoyado en la almohada. Nanami se quedó unos minutos observándole. Dormido, parecía incluso más inocente.

Strawberry fields foreverDonde viven las historias. Descúbrelo ahora