—Gojo-san.
—¡Eh! No empieces —respondió Gojo mientras se metía un pedazo de tostada con mermelada y miel en la boca.
Nanami puso cara de pocos amigos. Eran los únicos que quedaban en la mesa; Haibara y Suguru se habían levantado mucho más temprano y estaban en el jardín ayudando al anciano con sus plantas.
—Ya se los expliqué. No hay mucho que podamos hacer en estos momentos, y en vez de estresarse, aprovechemos el tiempo para des-can-sar.
—Aun así, yo tampoco creo que el director sea de las personas que desperdicia sus recursos. Debe haber una razón por la cual nos envió aquí.
—La hay —dijo mientras le ponía cinco cucharadas de azúcar al té—. Mei Mei me está ayudando a averiguarlo.
—Usted se pudo comunicar con Mei-san, pero no con el director. ¿No debería elaborar mejor sus mentiras?
—¿Y tú no crees que es muy temprano para que estés de tan mal humor? ¿No dormiste bien anoche?
—Si usted se hubiese comunicado con el director, ni Haibara ni yo estaríamos aquí.
—¿Eso crees? —respondió Gojo mientras miraba por una de las ventanas. Desde allí podía ver las siluetas de Haibara y Suguru conversando—. De todas formas, a Haibara no parece importarle. Lo veo muy feliz.
—Él siempre está feliz cada vez que está al lado de Geto-san —espetó Nanami entre dientes mientras se levantaba de la mesa.
¿A este qué le pasa? pensó Satoru. La verdad era que esa mañana Nanami estaba aún más insoportable que de costumbre. Pero hacía un día hermoso, el sol brillaba, no había muchas nubes y el clima era fresco. Él había pasado una bonita noche con Suguru. Su relación no podía estar en mejor momento y eso le tenía muy contento, así que procedió a seguir comiendo su desayuno con una sonrisa en el rostro.
—Parece que están peleando otra vez —. Haibara veía con preocupación a las dos figuras desde fuera.
—No les hagas caso. Es su forma de decirse buenos días —respondió Suguru sin siquiera dignarse a mirar lo que ocurría.
Al escuchar esto, Haibara sonrió.
—Es cierto. Nanami puede que no se lleve bien con Gojo-san, pero lo respeta mucho.
—Satoru tiene la capacidad de despertar ese sentimiento en las personas.
Suguru encontraba las labores manuales, como quitar la maleza del jardín, muy entretenidas y relajantes. Mientras conversaba con Haibara, Suguru las arrancaba con destreza. Haibara hacía lo mismo, pero era bastante torpe en ello, como si le dieran lástima al hacerlo.
—Usted también es muy fuerte.
Suguru se quedó en silencio unos minutos. Su fuerza era algo que no cuestionaba, pero muy pocas veces recibía elogios. La mayoría de las personas, incluso en el mundo de la hechicería, encontraban abominable su técnica maldita. Después de todo, ellos luchaban para destruir maldiciones y él, en sí, dependía de ellas.
—Usted puede transformar algo que le hace daño a las personas en criaturas que los protegen. Cuando lo veo pelear junto a sus maldiciones, me da la impresión de que quizás las maldiciones no son tan malas después de todo.
—No digas eso.
—Eso es solo la impresión que me da. Lo que quiero decir es que se debe tener mucha fuerza física, mental y espiritual para poder controlarlas de la forma en que usted lo hace. Me parece asombroso.
Suguru no era de las personas que hacía contacto físico con los demás, pero su mano se movió sin pensar y acarició la cabeza de Haibara con gentileza. Era un buen chico, y era increíble cómo podía hablar con sinceridad sin sentir vergüenza. Por un momento también sintió pena. ¿Por qué una persona como él se convirtió en hechicero? Era como ver a un niño en una pelea de gladiadores; algo que simplemente estaba mal.
—Tu técnica también es asombrosa.
—No diga cosas por lástima.
—Lo digo en serio. Entrar en el Colegio Técnico de Magia Metropolitana de Tokio no es tarea sencilla. Y en el caso de ustedes, solo lo lograron dos; eso ya dice mucho. Por lo general, somos tres o cuatro.
—Quisiera... que pudiéramos entrenar un poco.
—Me parece muy buena idea; así le calmamos un poco los ánimos a esos dos. Terminemos con las tareas del señor Himura y luego podríamos buscar una playa en donde no haya personas.
Al escuchar esto, el corazón de Haibara pareció alegrarse. Suguru podía notar que el chico, a pesar de su alegría y cortesía, parecía estar tenso. Quizás las constantes peleas entre Nanami y Gojo lo hacían sentir así. Entrenar era una buena opción para todos.
ESTÁS LEYENDO
Strawberry fields forever
FanficSerie de viñetas sobre los años en el Colegio Técnico de Magia Metropolitana de Tokio de Satoru Gojo y Suguru Geto.