Dreamcatcher

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Satoru y Suguru caminaban por el puerto, uno al lado del otro, manteniendo el mismo ritmo. Ambos disfrutaban del paisaje, y de la brisa que recorría el lugar con ellos. La isla les parecían aun más hermosa; el clima era agradable, y los sonidos típicos de la cuidad habían desaparecido por completo. El lugar era muy tranquilo,y el silencio parecía reinar como absoluto monarca, solo se podía escuchar el rumiar de las olas, que golpeaban sin cesar la orilla del muelle.

Los lugareños al verlos pasar les dirigían miradas reprobadoras y hablaban en voz baja entre si, con expresión preocupada. Cuando alguno de los dos intentaba acercarse, se alejaban con precario disimulo. Después de un rato Satoru desistió de intentarlo, pero Suguru seguía con las esperanzas de encontrar a alguien.

—¿Ha sido provechosa la jornada?- Le preguntó Suguru a un ocupado pescador que no se había dado cuenta de su presencia. El pescador se veía de avanzada edad y luchaba por mover varios bultos. Suguru se dirigió a él con un tono amigable. Y con una sonrisa en el rostro, se dispuso a ayudarle.

—Pues no demasiado—. Respondió el pescador. —El mar esta revuelto y...— Detuvo su charla mientras levantaba la mirada y les inspeccionaba. Su expresión cambió a la misma del resto de los aldeanos. — ¡Aigo! ¿No deberían estar en clases?

—Técnicamente, estamos en una en estos momentos—. Le respondió Satoru, ya bastante harto de la poco hospitalidad que les brindaban.

—¡No nací ayer jovencito! Puedo estar viejo pero mis ojos trabajan muy bien, y no veo ningún colegio en este puerto y menos uno, ¡que use uniformes tan feos!.

Satoru se acercó al anciano (que era al menos 50 centímetros más bajo que él), y dijo con todo despectivo.—Su vista parece funcionar, pero su cerebro tiene menos neuronas. ¿No le parece que si nos hubiésemos escapado de clase estaríamos paseándonos por aquí en uniforme?.

El anciano por fin estaba dando su brazo a torcer, pero no lo convencerían tan fácilmente.

—¿Y qué clase se supone que están dando en un lugar como este?.

Satoru y Suguru respondieron al unísono.

—Ciencias.

—Geografía.

El anciano frunció más el ceño pero antes que pudiese decir algo Suguru aclaró.

—Estamos en una trabajo de campo para la clase de ciencias geográficas.

El anciano tenía cara de no creerles nada. — ¡Bah! ¡Da igual!. Si tienen tiempo de estar vagueando por aquí tienen tiempo para ayudarme a desbancar aquellas neveras.

Tanto Satoru como Suguru dirigieron sus ojos hacia la embarcación y vieron por lo menos 15 neveras de tamaño considerable para desembarcar. Satoru miró a Suguru con reproche, Suguru le respondió levantando los hombros con resignación y caminó en dirección al anciano que ya les había dejado atrás.

—¡No que "no había sido provechosa la jornada"!¡ pasaremos toda la mañana descargando eso!—. Le gritó Satoru.

El anciano puso una de sus manos detrás de una de sus orejas —¿Qué dices? ¡No te escucho!. ¡Debe ser que mis pocas neuronas han afectado tambien mi audición!—. Y luego con una sonrisa en su rostro que no se molestaba en ocultar dijo. — Necesito que las lleven a la casa azul que esta sobre aquella colina.

En efecto, se tardaron toda la mañana en terminar la tarea, y aunque estaban cansados y sudados no era demasiado pesado para ellos. No ,después de haber sobrevivido a los entrenamientos físico de Yaga en Tokio.

—¿Qué tiene que ver las neuronas con la audición? Esto seguro que ese anciano esta poseído —le susurraba Satoru a Suguru.

—¿Te lo dicen tus ojos?

—No. Me lo dice su mal gusto por la moda. ¿Cómo es capaz de decir que nuestros uniformes son feos? Con lo bien que te queda el diseño que te mandé hacer.

Suguru al verlo tan ofendido, no podía evitar sonreír — A mi me parece que ustedes dos se están llevando muy bien—. Le dijo después de un rato.

—No digas tonterías.

Satoru inspeccionó al anciano por quinta vez. Por más que intentara encontrar algún rastro de energía maligna no encontraba nada, lo mismo pasaba con la casa en donde estaban. Era pequeña, estaba pintada de un tono azul por fuera, pero por dentro, sus paredes eran blancas y los muebles eran de madera. Tenía muy buena ventilación y el anciano mantenía todas las ventas y puertas abiertas de par en par.

—Coman, no es mucho pero es lo que hay—. Les dijo mientras servía en la mesa tres tazas de arroz blanco, pescado a la plancha, vegetales salteados en salsa soja y algunas verduras más. — La cocina nunca ha sido mi fuerte, pero mi esposa ya no esta y debo apañármelas como pueda.

—¿Ya no esta? ¿y donde esta? — Preguntó Satoru casi de inmediato.

—Murió.

—Lo siento—. Dijo Suguru.

—Esta bien, ha pasado ya mucho tiempo para seguir recibiendo condolencias. Murió hace más de 10 años, pero cuando amas a alguien es imposible referirte a ellos en pasado. Da igual, son muy jóvenes, no lo entenderían de todas maneras, a su edad ¿que van a saber ustedes de la muerte?.

Satoru estaba a punto de responderle, pero Suguru le dio una patada por debajo de la mesa.

—Ay!

—¿Qué pasa? ¿Te tragaste una espina? — el anciano se puso de pie y empezó a darle palmadas en la espalda. — Eso te pasa por andar comiendo con esos lentes puesto. Anda quitásemos ya.

—¡No! —. Gritó Satoru cuando en anciano puso su manos sobre su caros lentes.

—¡¿Como que no?

—¡Tengo un infección en los ojos! Y es ¡Muy contagiosa!.

El anciano se alejó de él y se limpió las manos.—¡¿Por qué no me los ha dicho antes?!

— ¡¿Por qué tendría que decirlo?!

Por su parte Suguru comía plácidamente mientras el anciano y Satoru seguían discutiendo. Suguru no podía evitar imaginarse, cómo hubiesen sido sus vidas si ellos fueran estudiantes de instituto común y corrientes. Quizás hubiese tenido un abuelo como él, al que visitar en las vacaciones. Hubiesen podido estar todos juntos en la playa tomando cerveza a escondidas. Y al dejarse llevar por esos pensamientos, solo por un segundos, sintió mucha envidia. Esas personas jamás habrían visto si quiera las atrocidades que sus propias emociones negativas creaban.

A la mayoría de los humanos les era difícil amar, pero se les daba realmente fácil odiar cosas, e iban por la vida alimentando sus malas emociones con todo lo que podían encontrar. Sin pensar ni por un segundo, en toda la energía maldita que liberaban. Si todos fuesen como aquel anciano, que no se dejaba intimidar por Satoru, que decía lo que pensaba y que amaba tan profundamente; sin duda ,sus peleas no serían tan difíciles y quizás, solo quizás, la muerte para los hechizos, no sería tan conocida.



Strawberry fields foreverDonde viven las historias. Descúbrelo ahora