El dolor del señor Himura aún resonaba en sus corazones. Sus arrepentimientos, su tristeza y el amor que sentía por alguien que hacía muchos años ya no estaba con él eran sentimientos que ellos solo podían entender parcialmente, pero que, de alguna forma, les resultaban familiares. Aquella contradicción les llevaba a preguntarse cuál era la forma correcta de ayudarlo, o si es que tendrían la capacidad de hacerlo.
Los minutos seguían pasando y la oscuridad de noche se hacía presente en el lugar. La temperatura era cada vez más fría, y solo el silencio los acompañaba. Aquella noche no se parecía en nada a la que habían tenido hace poco. Al mirar el cielo, ya no estaban ninguna de las estrellas que antes lo iluminaban; incluso el mar parecía estar callado.
Cuando Haibara regresó, todos decidieron ponerse a recoger el lugar. Mantenerse ocupados con labores monótonas les ayudaba a procesar la información que habían recibido y a ordenar sus pensamientos. Después de todo, aún estaban en una misión y debían, ahora más que nunca, encontrar respuestas.
Ya habían apagado por completo la fogata cuando escucharon a Suguru hablar.
—Creo que encontré algo —anunció.
En su mano se encontraba un pedazo de los documentos que momentos antes habían quemado. "Mitzuki Ashiya fue la única sobreviviente rescatada por nuestro valiente ciudadano", se podía leer en el trozo de papel.
—¿Mitzuki Ashiya?
—Debe ser el nombre de la esposa del señor Himura.
—¿Ashiya? ¿Ashiya con los mismos kanjis de los Ashiya que tú y yo conocemos? —preguntó Satoru.
Suguru asintió ante la pregunta de Satoru.—Eso explicaría muchas cosas.
—¿De qué están hablando? —dijo Haibara, harto de no entender nada.
—El clan Ashiya era uno de los clanes menores de Tokio, pero fue prácticamente extinto en un ataque cuya autoría se desconoce, aunque se cree que fue orquestado por el clan Zennin.
—¿Por qué los Zennin atacarían a los Ashiya?
—Pues es bastante común que los clanes se peleen. Lo han hecho durante siglos. Pero en este caso en particular, se debió a que el líder del clan Ashiya había empezado a divulgar abiertamente el uso de la técnica de territorio simple, aunque estaba prohibido. Al hacer eso, ponía en peligro la estructura de poder de los tres grandes clanes, sobre todo la del clan Zennin. El clan Zennin, desde hace siglos, no cuenta con el poder de la Técnica de Sombras de Diez Tipos. Aunque tienen a muchos usuarios de técnicas malditas, su dominio depende mayoritariamente de sus armas, de su poder económico y de la jerarquía tradicional.
—Siempre me han parecido una bola de inseguros envidiosos —intervino Satoru.
—¿Qué tiene de malo que enseñaran la técnica de territorio simple? —Pregunto Haibara quien seguia muy confundido.
—El Territorio Simple se conoce como la "expansión territorial de los débiles". La técnica puede ser usada independientemente del nivel de habilidad que posea el usuario. Es una técnica que creó Sadatsuna Ashiya durante la Era Heian (794-1185) con el fin de proteger a sus discípulos de los usuarios malditos, maldiciones y técnicas malditas. Una técnica como esa, que puede ser usada por cualquiera, aumentaría la fuerza de los clanes menores, y eso no sería un buen panorama.
—Entonces, los que asesinaron a la esposa del señor Himura ¿podrían ser ellos?.
—No me sorprendería. Ellos matarían hasta a su propia sangre con tal de mantener su poder. Asesinar a un clan por completo o a una mujer no está lejos de la lista de cosas que son capaces de hacer.
—Lo que mantiene la casa en ese estado puede ser una técnica de dominio simple. —Dijo Suguru como si pensara en voz alta.
—Si el hechicero está muerto, la técnica tendria que morir con él. —Intervino Nanami.
—Eso es cierto. Sin embargo, en este mundo, en donde cada clan tiene sus técnicas, no podríamos estar seguros de que los Ashiya no hayan creado una forma de poder lograr algo como eso. O quizás fue la misma Mitzuki Ashiya la que encontró una forma de hacerlo. El punto es que existe, lo hemos visto con nuestros propios ojos. —Dijo Satoru, el también había llegado a la misma conclusión de Suguru.
—De alguna forma, la tragedia de los Ashiya se parece a la leyenda de Tsumiki. Le dieron su propia técnica a las personas que no podían defenderse, aunque eso significara que ellos tuviesen que pagar el precio con sus propias vidas.
Apenas Suguru terminó de hablar, se escuchó un rugido estruendoso, como si una ola gigantesca se hubiese estrellado en contra de algo.El suelo debajo de ellos temblaba y aunque no tenían la menos idea sobre lo que estaba ocurriendo, algo dentro de si podia sentir el cambio en el ambiente. Algo estaba mal. Muy mal.
Todos corrieron lo más rápido posible hacia el puerto. Mientras se acercaban, podían escuchar una y otra vez aquel espantoso estruendo y los gritos agónicos de la gente del pueblo que corría desesperada. En el cielo se podía ver a un dragón gigantesco de color blanco y de ojos amarillos. El dragón volaba por los cielos y luego se sumergía en el mar. Después de haber visto tantas maldiciones durante sus vidas, pocas veces llegaban a sentir miedo. Pero aquel dragon era diferente, y les provocaba un miedo genuino que les hacia olvidar como respirar.
—¿Aún piensas que no hay nada de qué preocuparse? —le preguntó Suguru a Satoru, ante la visión de lo que claramente era una maldición de grado especial, y otras cien maldiciones de clase menor que salían como cangrejos del mar.
Ambos vieron al dragón acercarse a toda velocidad y empezaron a correr con todas sus fuerzas en la dirección de la que habían llegado. El dragón era enorme y parecía estar muy molesto.
—¿Qué rayos está pasando? —preguntó Nanami cuando finalmente lograron encontrar un lugar en donde atrincherarse. La situación era complicada, y no lograban entender por qué tantas maldiciones aparecían de la nada y estaban atacando. —Si lo supiera, —Le contesto Satoru— ¿crees que estaría aquí escondiéndome con ustedes?
Lo que Satoru dijo era cierto: la energía maldita de los pobladores no era suficiente como para crear semejante caos. Sin embargo, allí estaban, frente a un ataque de gran poder. Nunca antes habían enfrentado una situación parecida. Habían tenido peleas con maldiciones de categoría especial antes, pero ese tipo de ataque parecía organizado. No era una pelea, era estar en una batalla.
—Debemos ganar tiempo para que los aldeanos puedan esconderse. —Yo distraigo al dragón —dijo Satoru, y Suguru puso cara de no gustarle la idea—Puedo manejarlo—. Le aseguró.
—Ten cuidado —Le respondió Suguru mirándole a los ojos y fue lo único que Satoru necesitó antes de sonreír e irse.
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Strawberry fields forever
أدب الهواةSerie de viñetas sobre los años en el Colegio Técnico de Magia Metropolitana de Tokio de Satoru Gojo y Suguru Geto.