Entrenamiento

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—Suguru...

Suguru escuchó a Satoru llamar su nombre. Con ese tono extraño que significa que dirá algo absurdo o molesto. O ambos. Suguru se lo piensa unos segundos, quizá, si lo ignora, no se lo diga.

—¿Sabes? He estado pensando...

Su estrategia no funciona.

—Quizá Nanami y Haibara no se llevan tan bien...

—Ayer me decías que se traían algo, ¿y ahora no se llevan bien?

—¡Es cierto! —dijo mientras chasqueaba los dedos, como si hubiera olvidado por completo el tema—. Entonces deben estar teniendo problemas de pareja. ¿Por qué más iba a estar de tan mal humor? Si pasaron la noche juntos, deberían estar tan felices como nosotros.

—No lo sé. Quizá porque ayer los dejaste esperando fuera mientras estaban cansados por el viaje. O quizá sea porque no hemos avanzado nada en la investigación. O quizá... —Suguru hizo un puño con su mano derecha y golpeó con él su mano izquierda—. Es porque no les caes bien y están atrapados en esta isla quién sabe por cuánto tiempo.

—Nadie se molestaría por eso—. Lo dijo como si realmente pensara que nadie nunca sería capaz de encontrar molesto pasar tiempo con él. Suguru suspiró y luego miró a los ojos a Satoru.

—Probablemente tendrás que acompañar al señor Himura de pesca junto a Nanami. Sería muy peligroso dejarlos solos en la isla mientras nosotros dos estamos en el mar. Aún no sabemos la ubicación exacta de la maldición o las maldiciones. Y aunque nosotros no tengamos dificultad, no creo que unos alumnos de primero tengan la experiencia necesaria...

—¿Por qué estás tan preocupado? —lo interrumpió.

—¿No debería estarlo?

—No.

—¿Cómo estás tan tranquilo? ¿Te dijo algo Mei-Mei?

—No ha conseguido nada aún, pero piénsalo, Suguru. Las maldiciones se alimentan de energía maldita. Este pueblucho, aunque todos fueran personas perversas, es tan pequeño que la energía maldita que pueda albergar esa maldición, o maldiciones, debe ser muy pequeña.

—Esta fue una zona de guerra.

—Fue. Hace mucho, mucho tiempo. Las maldiciones también necesitan una fuente de energía y este lugar no la tiene.

Suguru estaba un poco cansado de discutir el mismo tema sin llegar a ningún lado, y ese último punto era difícil de contradecir.

—De todas formas, es mejor prevenir —dijo calmadamente—. Iré contigo al mar como habíamos planificado, pero tomemos los dias que nos quedan antes de zarpar para entrenarlos y avanzar en las investigaciones.

Satoru estaba a punto de refutar, pero Suguru empezó a caminar.

—¡Aprovecha esto para llevarte mejor con Nanami! Haibara está muy tenso por su culpa.

Gojo tenía talento innato para muchas cosas, para la mayoría, de hecho. Pero entranar a los demas era algo que incluso parecía disfrutar. Quizá era porque su método de enseñanza eran las batallas uno a uno, y siempre ganaba. O porque le encantaba restregarle a los demás sus fallas y errores. Era especialmente bueno detectándolos, aunque sus oponentes se esforzaran en ocultarlo.

Pasaron gran parte del día peleando en una de las playas más alejadas del pueblo. Iniciaron con un calentamiento que consistía en nadar por una hora y media y correr otra hora en la orilla de la playa. Aunque no lo mostraban generalmente, sus cuerpos estaban en forma no solo por las batallas o las técnicas malditas que poseían, sino por el continuo entrenamiento que realizaban. Ellos podían hacer fácilmente de tres a cuatro horas de ejercicios diarios.

Los equipos se conformaron tal y como habían decidido separar la misión. En el caso de Nanami, tuvo que realizar más entrenamientos dentro del agua (por siemple capricho de Satoru), y aunque perdió todos sus enfrentamientos, su expresión había cambiado un poco. Quizá ese único golpe que pudo darle a había sido suficiente para que recuperara su buen humor. Por otra parte, Suguru y Haibara se mantuvieron entrenando combate físico uno a uno en la orilla.

—En el combate físico, la fuerza es un factor importante. No lo voy a negar. Sin embargo, la técnica es lo más esencial. Saber dónde, cuándo y cómo golpear puede garantizar que ganes un combate o que puedas salir vivo de una situación complicada. Un hechicero que se respete no puede depender solo de su técnica maldita. ¿Lo entiendes?

—Sí, señor.

—Haibara, no me llames señor porfavor.

—Sí, señ..Geto-san.

— ¡Empecemos!

A diferencia de Nanami, Haibara nunca pudo darle ni un solo golpe a Suguru, pero su postura y su forma de defenderse de los ataques habían mejorado considerablemente. Suguru, al igual que Satoru, era implacable durante los combates, lo que llevaba a Haibara constantemente a sus límites. Toda su ropa estaba empapada, y no era por haber estado en el mar, sino por el sudor que caía a chorros por su cuerpo. Sentía mucho mareo y ganas de vomitar, y su mente apenas podía coordinar sus pensamientos. Se defendía casi por instinto.

Estuvieron tan enfocados que no pararon hasta que empezó a oscurecer. Los cuatro estaban tan cansados que, antes de caminar de regreso donde el anciano para tomar la cena, se tiraron en la arena y se quedaron juntos observando el atardecer.

—Mover el cuerpo es la mejor sensación del mundo.

—Siento diferir con tus sentimientos Haibara, pero creo que no opinarás lo mismo manaña cuando las tensiones musculares no te permitan caminar— le contestó Nanami mientras le pasaba una botella de agua y tomaba otra para él y otra para Suguru.

—Gracias —Le dijo Suguru a Nanami—. Si se quejan de esto, no podrán soportar los entrenamientos de Yaga.

—Estoy de acuerdo, esos malditos peluches son de lo peor.

—¿Qué crees que sea peor: los peluches o sus golpes?

—¡Sus golpes! Sobre todo cuando te los da en la cabeza —dijo Satoru, mientras arrugaba la segunda lata de Coca-Cola que había tomado—. No sé qué tiene en los nudillos, pero después de recibir uno de esos quedas migrañas por semanas.

Suguru rió.—Tienes razón.

—Se nota que tienen una relación muy cercana con el director.

—Bueno, fue el único maestro que pudo aguantarme. Desde que era muy pequeño he tenido muchos maestros y cuidadores, ninguno duraba mucho, pero Yaga no solo aguantó, sino que también pudo con Suguru y con Shoko.

—Bueno, eso explica cómo llegó a ser director.

Todos rieron al escuchar a Nanami. Quizás era porque el cansancio los tenía a todos con la risa fácil o porque no se esperaban un comentario tan sincero de su parte. Definitivamente era un atardecer muy hermoso: las olas seguían golpeando la orilla de la playa con un ritmo suave; tenían sus cuerpos pegajosos por el sudor y la arena, pero la brisa les acompañaba, y la verdad, ninguno tenía apuro por ir a bañarse. Sin embargo, después de unos minutos, se escuchó un pequeño suspiro por parte de Suguru, y luego habló.

—Hoy en la noche haremos una ronda nocturna rápida. Irán Nanami y Satoru, no se extralimiten. Con una ronda por el pueblo será suficiente para asegurarnos de que nadie corra peligro. Ya se acerca la luna nueva, y la excursión al mar sale en dos días. Mientras tanto, Haibara y yo nos quedaremos con el señor Himura y trataremos de encontrar más información sobre su esposa y la casa. Hoy no investigamos mucho durante el día, así que habrá que recuperar algo de tiempo.


Strawberry fields foreverDonde viven las historias. Descúbrelo ahora