Capítulo 13

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Lisa dejó a un lado los expedientes y decidió poner punto final a la jornada de trabajo.

Al salir del despacho notó un movimiento y se dio la vuelta.

Jennie estaba medio dentro medio fuera del salón.

—Me había parecido oír un ruido –se explicó Jennie.

—Acabo de terminar de trabajar por hoy.

Cerró la puerta a su espalda, pero no quitó la mano del picaporte.

Jennie llevaba puesto un camisón blanco, largo y de escote cerrado, al más puro estilo elegante, pero las mangas eran de un tejido tan fino que transparentaban sus delgados brazos.

Llevaba la melena suelta. Parecía inocente. Limpia y pura.

Pero su innata sensualidad la atravesaba del todo.

—¿Dónde está Mina?

Asignarle una doncella en exclusiva había funcionado bien para ella y para Jennie.

Había logrado pasar tres días viviendo bajo el mismo techo sin encontrarse con su esposa, hasta aquel momento.

—Me está preparando un chocolate caliente –alzó un hombro–. No me ha dejado que la ayude.

Su personal había recibido instrucciones precisas: Bajo ninguna circunstancia debían permitir que la princesa hiciera algo por sí misma.

Fred había hablado con un miembro del personal de palacio que le había revelado que lo único que los miembros de la familia real hacían personalmente era lavarse los dientes, excepto el rey, que dejaba incluso esa tarea para sus asistentes.

—¿Qué tal te adaptas? ¿Tienes lo que necesitas Jennie?

—Me están atendiendo muy bien –Jennie dio unos pasos hacia Lisa–. ¿Te veré mañana?

—Estaré en casa.

—No es eso lo que te he preguntado.

—Lo sé –respondió Lisa, intentando no fijarse en que la luz cenital del corredor hacía que el camisón quedara prácticamente transparente–. Estaré en casa, pero trabajando.

Respirar empezaba a ser dificultoso porque el perfil de sus pechos de su esposa era visible bajo el camisón, una prenda anticuada y modesta que estaba despertando su libido más que cualquier lencería sexy.

Porque Lisa perfectamente sabía lo que había debajo de su ropa y el éxtasis que había encontrado en sus brazos.

No debería mirar a Jennie.

No era una adolescente gobernada por las hormonas… pero es que estar tan cerca de ella la hacía sentirse como si aún fuera una adolescente

Jennie era una tentación, un peligro tan grande como el mayor que había conocido a lo largo de los años, que había arruinado su vida y la había convertido en una exiliada de lo que quedaba de su familia.

Se había pasado los tres días intentando ponerse al día con el papeleo, pero solo había logrado el diez por ciento de su rendimiento habitual.

El resto del tiempo lo había pasado mirando la puerta y preguntándose qué estaría haciendo Jennie.

Podría decirse que era la preocupación por una princesa obligada a salir de su palacio para vivir entre personas comunes lo que la hacía pensar en Jennie constantemente.

Pero mentirse era algo que no había tolerado desde que tenía diecisiete años, cuando se mintió diciéndose que su libido era más fuerte que su moral.

Y en ese momento la tenía allí, mirándola fijamente, con su perfume alterándola en todos los sentidos, su cuerpo visible debajo de aquel camisón tan fino que…..

—Deberías ponerte una bata encima de ese camisón –replicó Lisa.

—¿Por qué? –preguntó Jennie, y bajó la mirada. A continuación miró al techo, luego volvió a mirar hacia abajo y se puso del color de la grana.

Aquel era el momento en que debería retirarse a su habitación.

Lisa pensó que debería estar cuanto más lejos de Jennie mejor, y no conteniendo el deseo de empujarla contra la pared y arrancarle el dichoso camisón.

—Estas luces deben de ser más potentes que las del palacio –susurró Jennie tras un instante de doloroso silencio, pero curiosamente no hizo nada por taparse o por quitarse de debajo de aquella luz.

La aparición de Mina con una taza de porcelana y su plato en las manos rompió la tensión.

Jennie se apartó de inmediato de la luz y dio las gracias a Mina.

—¿Quiere que le prepare también un chocolate o algo señorita Lisa? –se ofreció sonriente.

—Ya me lo prepararé yo misma cuando me vaya a ir a dormir, así que gracias.

Y con una leve inclinación de cabeza dirigida a ambas, pero sin mirarlas a los ojos, Lisa dio las buenas noches y se metió en su habitación.

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Jennie estaba sentada en la cama, hojeando una de las revistas que Mina le había dejado en el dormitorio mientras ella se daba un baño.

Había decidido que tenía que empezar a hacer cosas por sí sola, aunque Mina se quedara sin el merecido galardón a mejor doncella del año.

Y tenía que encontrar cosas en las que emplear su tiempo, ya que sus compromisos oficiales habían sido cancelados hasta el nacimiento del bebé.

Los días le parecían una sucesión interminable.

Tendría que hablar de ello con Lisa. Pero vestida, no en camisón.

Las mejillas volvieron a arderle al recordar el momento en que se había dado cuenta de que la luz del pasillo transformaba el algodón de su camisón en un tejido transparente.

Y ese ardor se desplazó a un lugar más íntimo al recordar la expresión de Lisa de sus ojos, y el hambre inconfundible que había visto en ella.

La había reconocido de la noche en que engendraron a su bebé.

Era esa hambre lo que la empujaba a mirar a la puerta con frecuencia, con los sentidos alerta por si se percibía el sonido de unos pasos al acercarse.

¿Sería aquella la noche en que Lisa acudiría a ella?

¿Llamaría a la puerta decidida a consumar su matrimonio?

Y ella, ¿Dejaría hacer a Lisa lo que quiera, o le diría que no?

Oyó un ruido y dejó de respirar.

Unos segundos después, se recostó contra el cabecero y cerró los ojos.

No, no podía jurar que, si Lisa aparecía y se metía en su cama, ella fuera a rechazarla.

No sabía lo que iba a hacer.

Pero no iba a tener ocasión de averiguarlo.

Tres horas más tarde, cuando la medianoche no era más que un recuerdo distante, apagó su cansado cerebro y se quedó dormida profundamente.

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Gracias por leer ✨

La Mejor Desición (Adaptación Jenlisa G!p)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora