C A P Í T U L O 28

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Camila

Sus manos frías. Su piel pálida y despintada daba muestra de los días cautivos que su cuerpo había sido sometido.

El doctor había dicho que un fuerte dolor en su cabeza había causado una hemorragia en su cerebro que la mantenía luchando por su vida. No sabríamos el impacto que causaría esa contusión hasta que ella despertara.

Una terrible noticia porque a pesar de salir de quirófano no daba señales de levantarse desde hace dos días.

Iba a necesitar muchos cuidados por culpa de las fracturas en sus costillas, ya que la mantenían entubada por una ligera perforación en su pulmón izquierdo. Su muñeca derecha y su tobillo izquierdo dislocado tuvieron que ser inmovilizados, y así fuese más rápida su recuperación.

¿Qué era lo que realmente querían de ella?

No había mostrados signos de haber sido abusada sexualmente sólo golpeada. ¿Cuál era el objetivos de tenerla así?

Cuando nos dimos cuenta de que estaba en el hospital habían pasado veinticuatro horas. Veinticuatro horas que me parecieron una eternidad desde el momento en que su abuela me llamó llorando porque la policía había ido a buscarla diciendo que una joven con las descripciones que daba había sido trasladada al hospital. Lo único que dijo el oficial en presencia de los que conocía a Lauren era que estaba corriendo en la calle principal de la bahía de Brooklyn, con las manos atadas por unas cadenas cubiertas de sangre. Donde apenas un sostén cubría sus pechos y un pantalón Jean desgastado la consolaba de aquel frío abrazador.

Los testigos vieron como se desplomaba en los brazos del oficial y afirmaban ver a un chico detrás de ella siguiéndola con un arma en la mano. Pudieron capturarlo en el instante que se dio a la fuga y en su declaración había dado a conocer como había hecho para sacar a Lauren de casa.

En un mal forcejeo por no querer ir con él la había golpeado y sacado a rastras por la puerta de atrás que llevaba a un callejón casi intransitado y que muy pocos conocían. Se aseguró de dejar la puerta principal entre abierta desde dentro para dar una muy mala jugada a la policía a la que nunca llegaron a la conclusión de que la puerta trasera podía ser la salida principal del malhechor. Revisaron la casa que él afirmaba había sido el lugar donde Lauren estuvo aquellos días de inferno y la pestilente sangre que salpicaba las paredes y el cuerpo en la escena del crimen corroboró lo que el chico llamado Max Scherzer decía.

Diana Scherzer yacía en el suelo con un agujero en la frente y con los ojos abierto mirando el techo víctima de un forcejeo por el arma que su hermano llevaba en la mano y la cual intentó quitarle. Era la chica dueña de un bar que le había dado trabajo como aseadora todas las madrugadas a Lauren después de que la gente se marchara. Nunca mostró signos de causarle una obsesión la presencia de una persona, pero más tarde salieron a relucir las declaraciones del vecino que siembre permanecía sentado fuera de casa que aquel auto de aquella mujer solía estacionarse muy cerca de la casa de Lauren cada tarde.

Y con respecto a Max Scherzer un mal rechazo lo hizo enloquecer hasta el punto de hacerlo cometer tal atroz decisión de secuestrar a Lauren con la ayuda de su hermana que también presentaba tal hechizo perturbado. Pero entonces se convirtió en un mal escarmiento para ambos.

En especial para Lauren que se mantenía hundida en la cama del hospital, y su piel manchada del color de las sábanas.

—¿Aún no despierta? —Angélica se seca las lágrimas con un pañuelo sin intensión de soltar la mano de su nieta completamente vendada.

—Solo suelta quejidos. —Asegura ella. —Los doctores aseguran que aún es pronto, hay que darle tiempo.

Me acerqué al otro extremo de la cama. Inclinándome sobre su cuerpo con cuidado de no mover el tubo, o la maquina que le llevaba oxígeno a los pulmones para darle un beso en la frente.

—Estamos aquí contigo. —Le susurré al oído. —Ya no hay peligro.

Angelica decidió ir a casa en compañía de su amiga Gloria. Necesitaba descansar no había querido abandonar el hospital. Yo por mi parte cada tarde libre después de la escuela me quedaba con Lauren.

—Te extrañé, cómo no tienes idea. —Le dije mientras me sentaba en la silla que ocupó una vez su abuela. —Estos días sin ti fueron eternos. —Me reí sin una pisca de alegría. —Por favor vuelve a mí.

Los días siguientes fueron así. En los que me sentaba hablar y ella a escuchar. Lo mismo que hacía su abuela y mis padre cuando estaban aquí. Traían café para las noches en vela, o té para los nervios de Angélica. No había dejado los tratamientos porque ahora más que nunca quería estar bien para su nieta.

Era sencillamente un apoyo mutuo que nos teníamos todos en este momento.

Lauren

—¿Max? —Fruncí el ceño. —¿Qué haces aquí?

Me sonrió de una forma tan cruel, tan falsa que mis latidos se acelerarán con su cruda expresión.

—He venido por ti.

Abrí los ojos al ver el arma en su mano, y a pesar de que traté de cerrar la puerta de mi habitación él no lo permitió al colocar su pie como palanca empujando con todas sus fuerzas la puerta hacia atrás. El movimiento brusco causó que mi cuerpo hiciera lo mismo cayendo sentada en el suelo frente a él. Intenté retroceder con la ayuda de mis manos sujetándome del guardarropa para no ser arrastrada cuando sus puños se cerraron con fuerza en mis tobillos con la intensión de sacarme de mi habitación.

—¡Suéltame! —Pataleé con todas mis fuerzas hasta que mi pie dio en su pecho y lo llevó fuera de mi habitación.—¡Vete de mi casa!

Me puse en pie y estrellé la puerta colocándole seguro en lo que mis manos hecha un manojo de nervios tomaron el celular de la mesita de noche para marcar a la policía.

—Abre. —Gruñe. —Te aconsejo que abras.

No tarda mucho cuando la puerta es abierta y aquella pistola golpea mi cabeza dejándome en el suelo con total desconcierto y completamente mareada. La sangre gotea en mi barbilla cuando soy levantada y llevada fuera de casa sin poder tener una poca fuerza para defenderme de él.

—Espero nadie te haya visto.

—Tranquila, hermanita. —Mi cuerpo lo dejaron dentro de un auto. —Van a pasar un largo rato buscándola.

Y la risa llegó, seguido de la oscuridad.

Solté un quejido desde lo más profundo de mi pecho, llevándose consigo un suspiro que quedó a medias por el dolor que a mi cuerpo provocó, escuchaba algo pitar con mucha insistencia y los ruidos de cosas moviéndose no se hicieron esperar. Abrí los ojos y tan pronto como los abrí los volví a cerrar por la claridad de la luz que me daba directamente a los ojos.

¿Qué era eso?

Me estaba segando por completo, sentía que algo firme intentaba separar mis párpados, pero yo me negaba abrirlos moviéndome hacia un lado y hacia el otro. Intente apartarlos de mí, pero pronto sentía que sujetaban mis manos.

—Lauren, tranquilízate. —Escuché decir bajo el tintineo de aquella cosa detrás de mi oreja. —Todo está bien.

Pero nada estaba bien ellos iban a lastimarme, iban a tratarme mal hasta torturarme. Necesitaba marcharme, quería levantarme, huir, pero el peso en mi cuerpo me lo prohibía. Estaba tan agitada de pronto que al segundo siguiente mi cuerpo se sintió en una inmensurable calma. Mi respiración y mis movimientos cesaron tan pronto que no pude hacer nada más que relajarme porque el sueño llegó seguido del cansancio...

Amor en tiempos difíciles; Camren  [Terminada]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora