C A P Í T U L O 21

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Lauren

Despertar por la mañana fue algo difícil para Camila, ya que ella no quería irse. Tenía deseos de quedarse conmigo, pero no podía hacerlo. Debía ir a la escuela y yo al trabajo, así que de malas ganas se levantó diciendo que pasaría por casa primero, por lo que con un beso en los labios y un abrazo se despidió de mí.

Yo solo sonreía desde la puerta porque se veía adorable cuando se enojaba y hacía las cosas de malas ganas.

Eran las seis de la mañana cuando se marchó, así que tendría algo de tiempo una vez llegará a casa, no obstante seguí su auto con la mirada hasta que se perdió en la esquina.

No sé cómo, no se porqué, pero llegué a un punto en el que la angustia invadió mi cuerpo, y la preocupación mi rostro al ver a varios hombres de pie junto al portón de la casa de Eduardo sin quitarme los ojos de encima. Era un tanto escalofriante ver a tantos hombre reunidos tan temprano en ese sitio, así como muy tarde de la noche seguían ahí y muchos autos de gran lujo se estacionaban fuera. Ya no era la primera vez que los veía, porque el día de mi cumpleaños estaban ahí.

—7:30 A.M.

De camino al trabajo trate de ignorar todo aquel mal presentimiento cuando solo saludaba muy cortes a las personas que pasaban a mi alrededor mientras me rodeaba el estómago con el abrigo por la baja temperatura que teníamos a esa hora de la mañana.

La congestión me hacía esconder la nariz en el abrigo holgado que llevaba con el cuello hasta el tope, esperando así, que mi pobre nariz se calentara y que mi aliento frío no me desgarrara más la garganta, ni mucho menos que me agrietara los labios.

—Buenos día, Lauren.

Me giré un momento al escuchar esa voz. Era Eduardo el mismo tipo que vi en aquella casa, hace unos minutos, él que le gustaba poner música a todo volumen sin importar el día ni la hora.

—Hola. Buen día.

Intenté marcharme, pero él se acercó, se puso a mi lado y caminó conmigo.

—¿Cómo está, doña Angelica?

—Está mejorando.

—Supongo que te has quedado sola estos días, ¿verdad?.

Traté de no pensar demasiado, ni detenerme, ni mucho menos verlo a los ojos al escuchar aquello, porque de reojo vi su sonrisa lasciva que no me agradó para nada. Era un señor mayor de casi cincuenta años, latino, calvo y robusto con una apariencia de lo más peculiar. Tenía el cuerpo todo tatuado, unos tatuajes que me parecían de lo más extraño porque la mayoría eran números y letras que notaban ser grafitis. Cubrían gran parte de su cara, incluso su cabeza calva tenía, cosa que también adornaba con un pañuelo.

Pero supongo que a él le gustaba así.

—No.

Algunas personas nos miraban muy extraño y otras se movían de lugar para no toparse con nosotros.

Ya no habían saludos de buenos días con él a mi lado.

—Que bueno. —Suspira él. —Porque estos barrios no son muy lindos que digamos, y más con una chica sola en casa.

¿A qué venía todo esto?

Me quedé paralizada fuera de la tienda, con la mano aún sujetando el pomo frío, casi helado.

¿Qué quería dar a entender con eso?, ¿cuáles eran realmente sus intenciones?

—Ah sí, gracias. —Pero no quise saberlas. Tragué saliva, y abrí la puerta. Era mejor ignorar esto, ¿verdad? —No sé preocupe.

Eso fue todo lo que le dije antes de por fin entrar. Me sentía con el alma en la garganta cuando me giré y vi que no estaba. Los nervios me hicieron temblar y los malos pensamientos recorrieron todo mi cerebro, no esperé mucho para avisarle a Camila que por lo que más quiera no fuera a mi casa a menos que yo le dijera. Claro no se lo tomó de buena manera, así que solo le dije que era un sitio peligroso, que no era bueno que estuviese sola tanto tiempo fuera de casa, y más en ese auto que muchos miraban al pasar por ahí.

—¿Qué ocurre, Lauren?

—No ha sido nada malo.

—Pero si no fuese nada malo, no te escucharías así de agitada. —Hizo una pausa. —¿Alguien te ha hecho algo?

—Mas o menos.

—Entonces...

—Camila, ¿recuerdas a mi vecino? —Suspiro, pasando mi mano temblorosa por mi pelo suelto. —¿El que está justamente al doblar la cuadra?

—Sí, sé quien es. Estaba fuera esta mañana cuando salí.

—Exacto. Me ha dicho algo que a decir verdad es muy cierto, así que por favor hazme caso, y no vayas a casa sola cuando no he llegado aún.

—¿Pero que hay de ti?

—Estaré bien.

—Eso no hará que me preocupe menos, Lauren.

—Confía en mí.

Suspiró.

—Bien.

—Gracias.

—Por cierto, algunos profesores ya me han entregado tus deberes, ¿qué hago con ellos?

—Llévalos a tu casa, en un momento que tenga libre paso por ellos.

—¿Y si mejor te quedas conmigo y no vas a trabajar en la noche?

Sonreí. Ella sabía muy bien como hacerme olvidar un mal trago.

—Es una propuesta muy tentadora, pero sabes...

—Sí ya sé, ya sé. —Me interrumpe. Riendo al otro lado de la línea. —Tenía que intentarlo.

Me mordí el labio cuando el silencio se prolongó y en el otro extremo de la línea se escuchó el bullicio de sus compañeros cuando se ausentaba el profesor. A pesar de que estaba por volver a hacer eso que me gustaba aún sentía la ausencia de aquellas aulas.

Suspiré con anhelo porque yo también extrañaba estar ahí.

—Te extraño. —Me dijo ella de pronto. —Y ya quiero verte.

—Yo también.

—Bueno debo irme la profesora Martínez no tardará en aparecer, y ya sabes como se pone cuando usan el celular en su clase. —Se ríe, y yo también. —Hasta luego, Lauren.

—Hasta luego, Camila. —Y así colgué.

Me quedé un instante mirando el vidrio de la puerta. El cristal mostraba las calles repletas de transeúntes y los autos que pasaban de un lado a otro mientras comenzaba un nuevo día. Era otra mañana más. Hasta que me di cuenta que debía trabajar, ya que unos centímetros por encima de la puerta un espejo que colgaba ahí me mostró el reflejo de Roberto detrás de mí.

—Buen día, Lauren.

Me giré y le sonreí, cuando el también hizo lo mismo.

—Buen día, Roberto. —El se limpió las manos con un pañuelo. —¿Qué hay para mí hoy?

Amor en tiempos difíciles; Camren  [Terminada]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora