C A P Í T U L O 22

165 78 5
                                    

Lauren

—¿Puedo pasar? —La enfermera levantó la mirada y paró de escribir en aquella tabla de registro. Sonrió y muy amable asintió haciéndose a un lado para que yo pudiese tomar haciendo junto a mi abuela, dejando la mochila en el suelo para que no me estorbara las piernas, ni las manos. —Gracias.

Tomé la mano de mi abuela y miré su rostro, a diferencia de otros días aquella noche se miraba mucho mejor. El color carmesí cubría sus mejillas algo más hinchadas y menos demacrada, sus labios ya no estaban tan blancos y su piel había tomado otro tono distinto a la habitual palidez de siempre.

—Ha estado respondiendo muy bien a los tratamiento. —Me informa la enfermera. —Así que posiblemente le den salida pronto.

Sonreí sin quitarle los ojos de encima a mi abuela. A pesar de que la quimio le había quistado su cabello blanco no dejaba de lucir con emoción aquellas pañoletas de colores que tanto le gustaba, o los gorritos que tejía a diario en la sala.

Apreté un poco su mano hasta que mi dedo pulgar acarició sutilmente sus nudillos un tanto arrugados. Al menos estos días aquí se estaba recuperando, y aquello me aliviaba.

Algo de luz al final del túnel después de todo.

La enfermera terminó de hacer el chequeo de aquella madrugada, dejó todo en su sitio y se despidió para dejarnos solas a mi abuela y a mí.

Eran las 2 de la mañana cuando sacaba de mi bolsillo algo dulce que le encababa a ella, un envoltorio dorado con la palabra Hershey's plasmadas en letras chocolates sobre el papel. Algo pequeño y rectangular. No dejaba de ser especial. Lo dejaba con cuidado todas los veces que llegaba de visita sobre el libro de cocina que le gustaba leer. Era su forma de distraerse esos días que seguía hospitalizada. Siempre que despertaba la encontraba con el libro en la mano y saboreando a escondida aquel dulce chocolate.

—Exquisito. —Suspiraba dramáticamente. —Exquisito.

Y yo sonreía porque me encantaba verla feliz.

Pero bien. Era tiempo de ponerse al día.

Saqué de mi mochila los trabajos que Camila me había entregado en la puerta de su casa a eso de las 10 de la noche porque fue el único momento libre en el que pude verla, ya que a la tienda de música llegó mercancía nueva que recibí y mi hora habitual de descanso había sido interrumpido, así que prácticamente me tocó correr para tomar el autobús y llegar a mi siguiente destino que era el Walmart de la siguiente avenida. No iba a negar lo cansado que estaba mi cuerpo a esa hora de la madrugada y el dolor que mis manos presentaban cada vez que abría y cerraba mis puños. Y ni hablar de lo ásperas que se notaban, algo agrietadas por los químicos que utilizaba en la limpieza de los baños, pisos, y ventanas, pero bien, era parte del trabajo, así que no podía quejarme porque después de todo era mucho mejor que el bar.

Esa noche cuando me ofreció que me quedara en su casa estuve apunto de no negarme, realmente tenía muchas ganas de quedarme con Camila, pero también tenía deseos de estar con mi abuela, así que no puso peros cuando le dije que en otro momento podría ser, por lo que me sonrió, me regaló una de esas caricias tiernas que te hacen revolotear todo el estómago con esa sensación de tener mariposas ahí dentro, me dio un beso y por último un abrazo al despedirme en la puerta de su casa. Me pidió que tuviese cuidado en las calle solitarias, o cuando subiese a un autobús porque seguía preocupada después de todo lo que le había dicho aquella mañana, pero yo solo le sonreí para que se despreocupara, así que en cuanto llegué al hospital le envié un mensaje de que había llegado sana y salva y una carita de felices que no era del todo cierta, era más que obvio el miedo que se instalaba en mi cuerpo después de que Eduardo me dijera eso al dirigirme al trabajo.

Amor en tiempos difíciles; Camren  [Terminada]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora