C A P Í T U L O 2

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Lauren

Su nombre es Camila Cabello, o eso creí escuchar cuando la profesora de química llamó su atención al entrar cinco minutos tardes al laboratorio aquella tarde, y para ser sincera estaba tan ciega que anteriormente nunca me percaté de quiénes eran mis compañero de cada materia hasta que entró ella. Me sonrió gentilmente sin importar los regaños de la profesora para sentarse dos sillas adelante de mí. Fue curioso, no lo voy a negar, pero por alguna extraña razón empezaba a sentir la inquietud en mi cerebro al tenerla cerca.

En la salida no hubo mucho que decir, o que hacer ella simplemente se alejó con lo que parecía ser su grupo de amigos y yo me subí a mi respectivo autobús escolar rodeada de otros chicos que viajaban a los barrios más bajos a los cuales los ricos no querían ir.

Y como no, si cuando bajabas en la parada con el gran letrero de Brooklyn éste estaba rayado por los grafitis. Algunos de los vidrios que cubrían aquella caceta estaban rotos, o cubiertos de periódico con obscenidades escrita. Algo típico de un barrio, las paredes de las casas con dibujos, algunas lámparas rotas, las cercas de los sitios deportivos cortadas por una esquina porque un pueblo no estaba acostumbrado a seguir reglas, y por eso la policía rondaba cada noche mientras en las esquina chicos vendían sus porquerías y otros se sentaban fuera de sus casas a jugar dominó, pero sólo era pretexto para avisar si llegaba la policía.

Dos cuadras más caminé, y al final de la calle estaba mi casa. Aquella vivienda de madera blanca y techado rojizo era mi casa. Todas las demás tenían colores menos vivos como el marrón, pero mi casa no. Mi abuelita decía que le daba otro aspecto mucho más atractivo. Pero yo no estaba muy segura de eso. Con una cerca que me daba a la cintura y un simple portón que rechinaba cada vez que lo abría se daba cuenta cualquiera de que alguien entraba. A pesar de haber plantas y flores en las macetas junto a la escalera del porche seguían marchitas, lo mismo que el pasto amarillento mal cuidado igual que las demás casas. La madera aún resistiría en las paredes por un tiempo, pero ya había que pensar en cambiar la puerta y algunos tablones.

—¿Hija?

Entro a lo que es mi hogar y el cual comparto con mi abuela desde los cuatro años, cuando mis padres fallecieron me mudé con ella. Se comprometió en cuidarme y que nada me faltara en todo este tiempo, cosa que le agradezco porque a pesar de tener tan poco, para mí es mucho teniéndola a ella.

—Hola, abuela. —Dejo las llaves y la mochila sobre el mueble, y la ayudo a bajar los últimos escalones. —¿Cómo has estado?

La mujer me mira con cariño detrás de esos lentes, regalándome una sonrisa que sólo hace agitar mi corazón y que el escozor en mis ojos crezca.

Sus problemas de salud empeoran cada día, la salida al hospital es cara y lo es aún más sus medicinas. Tal vez ese sea mi pretexto para que ella no me lleve al hospital cada vez que enfermo porque se lo que hay que pagar, por lo que prefiero utilizar la enfermeria de la escuela, o sino me callo para no preocuparla porque se que todo empeoraría.
El estado la ayuda con un programa, algo así como jubilada por trabajar mucho tiempo en una fábrica que cerró hace años, pero que de alguna forma aquel dinero ya esta destinado hacer algo por ella y no por mí. Ya era hora de buscar un empleo que me hiciera ganar algo de dinero, y así ayudarla a ella con los gastos que no puede cubrir.

—Estoy bien, cariño. Te preocupas demasiado por esta vieja. —Si supiera que eso es inevitable cuando es lo único bueno que me queda. —¿Qué tal ha ido la escuela?, ¿y qué le pasó a tu cara?

—Todo estuvo bien, como siempre deberes que hacer. —Me toco la nariz donde continúa la bandita de hello kitty. —Y esto fueron los deportes, abuela. —Ella al igual que yo sabe que es mentira, pero qué más podía hacer, no iba a preocuparla por el bullying que recibía a diario y que debía esconder cuando llegaba a casa. —¿Tienes hambre?

—Estaba esperando por ti.

Asiento, y le doy un beso en la frente antes de apartarme de ella e ir a la cocina. No era muy grande, tampoco pequeña. Se adaptaba a nuestras necesidades que tampoco eran muchas. Un refrigerador pequeño, una estufa moderada, y una  que otra estantería ahora vacía por la falta de comida.

Saqué el único queso que quedaba junto con el jamón y la leche de la nevera. No era mucho, pero bastaba para alimentar a mi abuela aquella tarde. Le hice una taza de chocolate caliente, y me serví el resto en un vaso más pequeño, no me importaba irme a la cama con el estómago vació, si sabía bien que ella había comido.

—Toma. —Le dejo lo que es un emparedado de jamón y queso sobre un plato y la tasa de chocolate junto él.

—¿Tú no comes?

—Comí en la escuela, abuela. No te preocupes.

Lo cierto era que tenía hambre, pero para no agobiarla le mentía diciendo que en la escuela daban comida gratis. Más mentiras que me apretaban la garganta cada vez que las decía. No era verdad. Los costos eran algo altos para alguien como yo y comer en un sitio así era un lujo, así que solo me quedaba beberme el vasito de chocolate caliente, para que ella se quedará un poco más tranquila.

—El sábado iré a la tienda de música, Roberto necesita a alguien que le ayude unos días.

—¿Te dará trabajo?

—Sí, ya hable con él. —Le doy un sorbo al chocolate. —Mmm... el sábado debo ir a las ocho de la mañana.

—Que bueno. —La veo moverse un poco de su asiento cuando deja otra vez el emparedado sobre el plato, y entonces de entre su blusa de flores saca lo que es un sobre amarillo. Tiembla en su mano, pero termina deslizándolo sobre la mesa. —Toma.

—¿Qué es eso?

—Es para ti. Ábrelo. —Miro el papel algo arrugado, y frunzo el ceño cuando lo tengo en mis manos. —Es un regalo. Ya pronto es tu cumpleaños.

Mis ojos se abren con sorpresa al descubrir cien dólares dentro del sobre.

—Abuela...

—Es para ti. —Me interrumpe.

—No.

—Claro que sí, muchachita. No pienso aceptarlo de vuelta. —Se cruza de brazos y pone su mejor cara de enojada. Lo cierto es que aquello sólo la hacía lucir más adorable, y rebelde.

La miré por un instante perdiéndome en esos ojos que sólo trataban de demostrar amor. Las líneas de expresión, su cabello canoso y su delgado cuerpo no era más que la bellas de una notoria piel marcada por los años de arduo trabajo. A pesar de necesitar ahora un bastón no le quitaba lo activa que podía llegar hacer cuando se lo proponía. Aunque algunas veces decía quedarse en cama y descansar.

De igual forma nunca reprochaba algo. Siempre con la frente en alto. Siempre había algo que demostrar a pesar de las circunstancias y eso era lo que admiraba de esta mujer con el paso de los años. Era un orgullo para mí saber que era mi abuela. Nunca paso por mi cabeza considerarla una carga, al contrario me sentía feliz y afortunada de poder tenerla aún conmigo, y de que me regalara esas sonrisas llena de vida cada día.

Era todo lo que necesitaba. Nada más ella.

No sé en que momento empecé a llorar, ni tampoco en que momento ella se levanto para abrazarme y decirme que llegarían tiempo mejores. Que usara aquel dinero para algo que me gustara, y no para cosas en la casa. Lo cierto es que si necesitábamos cosas en la casa, pero estaba equivocada en las conclusiones que sacaba por el derramé de mis lágrimas.

—Gracias.

Amor en tiempos difíciles; Camren  [Terminada]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora