Un chasquido de dedos delante de mi cara me hace salir del estado de trance en el que estaba. No he parado de darle vueltas a todo lo que me preocupa durante el vuelo a Barcelona, o cuando hemos dejado nuestras maletas en el hotel, ni tan siquiera en la conferencia sobre lectura y escritura en la que ahora mismo nos encontramos Iván, Hugo y yo.
—Deja ya de darle vueltas a lo que sea que te preocupa y atiende, enana —me susurra Hugo.
—Estoy atendiendo.
—Ya —dice riendo sarcásticamente.
Le fulmino con mi mirada mientras él me mira con una sonrisa divertida en sus labios.
—Vosotros, la parejita del fondo —nos señala el hombre que dirige esta conferencia. Toda la gente se gira para mirarnos y no puedo ponerme más roja, al igual que Hugo —. ¿En qué trabajáis?
No sé ni cómo salen las palabras de mi boca para formar una respuesta con la vergüenza que siento. Contamos un poco el proyecto en el que estamos trabajando Hugo y yo juntos con la ayuda de Iván, y parece que les gusta e interesa la idea bastante.
Después de la conferencia, Iván nos deja toda la tarde libre para que exploremos la ciudad por nuestra cuenta. La verdad es que no he estado antes aquí por lo que tengo ganas de visitar todo.
Pero primero, hacemos una parada en un restaurante para comer. Me moría de hambre.
—¿No me vas a contar lo que te pasa, no? —me pregunta Hugo mientras comemos y yo suspiro.
—No me apetece hablar de ello... —asiente.
—Vale, tranquila. Pero si en otro momento quieres hablarlo, estaré ahí para escucharte. ¿Lo sabes, no?
—Lo sé —nos sonreímos.
—Pff... Yo ya no puedo más. Estoy hinchado.
Aparta el plato dándose toquecitos en la barriga.
—¡Pero si no has comido nada, idiota!
—Lo suficiente.
Niego sonriendo.
—Tienes que comer más, Hu.
—No empieces tú también con eso eh, que bastante tengo ya con mi madre —masculla y me río.
—No te enfades, mi amor. Solo nos preocupamos por ti —rueda los ojos tratando de ocultar la sonrisa que aparece en sus labios.
Terminamos de comer hablando de una cosa y otra un rato después. Y tras una pequeña discusión por quién pagaba la comida, porque quería invitarme y al final he podido convencerle para pagar a medias, vamos a recorrer juntos las calles de Barcelona.
Aunque nos perdamos varias veces, no puedo tener un mejor compañero de aventuras. No sé cómo pero siempre consigue hacerme reír y sentirme mejor. Agarrados del brazo pateamos Las Ramblas, los alrededores de la Sagrada Familia y muchos lugares increíbles más. Y después de hacernos mil fotos, descansamos sentados en la orilla del mar. Cenamos ambos un perrito caliente mientras admiramos los preciosos colores del atardecer.
Un rato más tarde, nos encontramos tumbados. Mi cabeza está apoyada en el pecho de Hugo y él me rodea con su brazo, acariciando mi pelo. El sonido de las olas romper, la luna en el cielo estrellado que parece brillar esta noche más que nunca... La paz que siento en estos momentos es indescriptible.