Prólogo

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Año 600 d.c

La Noruega antigua estaba llena de leyendas y mitos que originaba su religión; los hombres del norte eran fieles a sus dioses, pues habían sido testigos de los milagros de éstos y su furia descomunal. La más famosa de sus historias, hablaba de que Thor, el dios del trueno y la fuerza, tenía en ocasiones el capricho de visita a las mujeres el día de su parto. Éstos niños venían el mundo bajo una horrible tormenta, y eran nombrados como "hijos del trueno" o berserkers. Su crecimiento, destreza, valor y fiereza, cualidades apreciadas por el pueblo nórdico, eran desmedidas. Alcanzaban los dos metros de altura, los varones, y las mujeres casi igual. Sus sentidos y velocidad escapaban a la comprensión, cituándolos más cerca de los animales que de los hombres.

No es difícil imaginar que individuos así gozaran de lujos que le ofrecían quienes lo rodeaban, especialmente en una época donde los numerosos condados de Noruega mantenían una lucha encarnizada por situarse a la cabeza de los demás. Pronto la diferencia de poder los colocó al frente de sus mismos poblados como condes, y quienes nacían en baja cuna, no tenían problemas en escalar rápidamente la cuesta y obtener un lugar importante en su comunidad.

Ésta historia empieza con una predicción; cuando la vidente del condado Uzumaki, quienes habían ganado la guerra gracias a que tenían la mayor cantidad de bersekers en sus tropas, le dijo al nuevo rey de Noruega, Minato, que sus enemigos más fuertes lo llevarían a la desgracia, éste comenzó a idear un plan para contrarrestarlo.

Los Uchiha mantuvieron sus tierras por generaciones, aunque ninguno de ellos había sido elegido por Thor, hasta el último; Sasuke, nombrado conde después del fallecimiento de su padre, y un berserker reconocido en todo el país. El nuevo rey le había propuesto la mano de su hija menor en matrimonio, y después de una larga conversación, llegó al acuerdo de aceptar el compromiso, pues ninguno de los hombres quería más derramamiento de sangre. La pobreza después de la batalla había dejado mella en la capital y los demás condados, así que lo más sabio fué declarar la paz permanente y crear alianzas entre los enemigos conocidos.

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El conde, como era su costumbre, había salido en su caballo para recorrer las fronteras de sus tierras. No necesitaba llevar guardias o acompañantes, su sola presencia intimida a quien los viera de lejos. La figura alta y fuerte, cubierta de piel de oso negro y sobre un corcel enorme e igual de oscuro, parecía una sombra del mismo Odín, en el paisaje nublado y montañoso.

Le gustaba la tranquilidad, salir de la bulliciosa aldea y los problemas que eso acarreaba de vez en cuando. Agradecía tener segundos al mando que eran fieles y capaces, para tomar las riendas durante sus escapadas.

No se sentía ansioso por su próximo compromiso, era el tipo de hombre al que no le importaban esa clase de cosas, le daba igual con quién compartir su lecho, mientras satisfaciera sus necesidades; sobre todo durante la "tormenta". Ésta sucedía dos veces al año, era un periodo difícil para todos los berserkers, pues perdían casi la capacidad de pensar con claridad y solo querían aparearse hasta desfallecer. Ponía en duda que una princesa pudiera mantener su ritmo, y la ley lo obligaba a serle fiel durante el matrimonio bajo pena de castigo, al menos mientras ella no le diera el permiso de meter a otros en su lecho; pero tendría que conformarse. La alianza con los Uzumaki era importante, debía ocuparse de los preparativos para el invierno y las cosechas, la última estación fría había menguando las reservas de su gente; era mejor y más inteligente optar por la paz.

No había visto a la princesa en su vida, solo a su padre en territorio neutral, cuando hicieron la tregua. Después de ésto, Minato había detenido de inmediato la lucha en dos de los frentes de batalla, su segunda tropa era comandada por el ahora príncipe Naruto, otro berserker de gran renombre. O al menos eso había escuchado.

Bajando un sendero empinado que iba hacia un riachuelo en el bosque, detuvo su caballo, incluso antes de que el animal notara algo extraño en el ambiente. Sasuke apretó las bridas y estrechó sus ojos finos y tan negros como las plumas de los cuervos. Desmontó ágilmente y en silencio, para caminar al lado de su montura con una mano sobre la empuñadura de su espada.

Sabía que sus instintos estaban en lo correcto, nunca se equivocaban, lo constató nuevamente al mirar entre los arbustos hacia el río más abajo. A una distancia de diez metros, vió a un hombre alto y muy fornido, desconocido para él. Sus numerosos e intricancados tatuajes y las runas sobre su piel, de inmediato le hicieron saber que se trataba de un hijo del trueno, perteneciente a otro clan.

Tenía sus cienes rapadas y el cabello rubio, corto y mojado. Vistiendo solo un pantalón de cuero, se aseaba en el agua, sin importarle la helada temperatura de ésta. Él gruñó ante el intruso y decidió enfrentarlo, parándose en la orilla opuesta en pose amenazante, que haría a cualquiera otra persona mearse en los pantalones de inmediato. Pero ese rubio solo alzó la vista y levantó una ceja.

—¿Quién eres, y qué haces aquí?— gruñó más que preguntó.

—Eso no es de tu incumbencia— respondió el sujeto, levantándose y mostrando una estatura descomunal. Sus músculos parecían un montón de piedras perfectamente colocadas e indestructibles.

—No te conviene retarme, el clan Uchiha no perdona a los intrusos.

—Tengo invitación de su conde, solo trato de estar limpio después de un largo viaje antes de presentarme ante él ¿Acaso es un delito también usar su agua?— preguntó sobrado, y tan confiado que le dió la espalda para regresar a la orilla y tomar su camisa sobre la grava.

Sasuke observó un gran tatuaje del árbol de los mundos sobre su lomo, que se movió al colocarse la prenda. Ocultó su sopresa cuando cayó en que se había quedado mirando y el extraño se percató de ello.

—Eres de los Uzumaki— concluyó estoico —Traes a la princesa contigo.

—Bien informado que estás— dijo y sonrió de lado —Como ves, estoy atareado...— se encogió de hombros —así que tendrás que conformarte con solo un vistazo, berserker.

—¿De qué hablas?— gruñó y el rubio señaló su pantalón con el dedo, haciéndolo bajar la vista y notar su erección, incluso por encima de la gruesa piel oscura. Sasuke resopló una risita divertida y se la acomodó.

—Si eres de éste condado, tal vez nos veamos después— dijo, pasando su mano por el cabello mojado.

—Puedes apostar, pero soy del tipo que coge, no los que se dejan coger.

—Claro...— rió el rubio, giró y levantó una mano en despedida, mientras se adentraba en la maleza al otro lado del río.

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