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Sasuke mantenía una sonrisa dulce en sus labios, no podía negar que le sorprendió conocer a la madre de su recién nombrado esposo. Ahora comprendía mejor la aversión de Naruto para con su padre, pero los detalles se le escapaban; aún así, no se atrevía a preguntar más.

El príncipe miraba fijo hacia el frente, después de pasar unos minutos con Kushina y ofrecerle a Sasuke una espada como precaución, habían reanudado su marcha hacia el condado. Los dos estaban ansiosos por ver a Sarada, pero a pesar de la alegría por recibir a su hija en brazos, los ojos azules del berserker seguían igual de velados. Y es que a veces, aunque el cuerpo sea fuerte, aunque la mente permanezca tranquila, el alma guarda penas que necesitan salir, para espantar la amargura que ahoga.

—Mi madre... ella...— murmuró, llamando la atención del antiguo conde —no está bien.

Admitirlo le dolía, sobre todo porque siempre se empeñó en actuar como si no pasara nada.

—Comprendo— susurró Sasuke con seriedad.

—Pero es, además de ustedes, lo que único que tengo. Lamento poner ésta carga también en tus hombros, sin haberte dicho antes.

—No es una carga, Naruto. Es una mujer encantadora y veo tanto de ella en tí...— sus palabras fueron recompensadas con una débil sonrisa —¿Pero, cómo fué que terminó tan apartada? Siendo entonces la esposa de un conde...

—Minato solo vivía para cumplir sus ambiciones— su voz sonó severa —Cuando mamá enfermó, dejó de verla como mujer, le daba vergüenza que saliera, incluso llegó el momento en el que trajo a otra a vivir, sin siquiera divorciarse. Yo solo era un niño y no entendía mucho, pero ver a mi madre prácticamente convertida en una sirvienta en su propia casa, lavando las pieles sucias en las que su marido se revolcaba, era algo que no podía tolerar— raspó —Nadie lo juzgó, el conde Uzumaki estaba en todo su derecho de cambiar a su esposa rota, sobre todo porque pronto reclamaría la corona de Noruega. Me marché con ella, le construí esa casa, la cuidé hasta que mi padre me amenazó con quitarme todo si no le servía como berserker.

—¿Por eso no quieres ser rey...?

—¿Por qué he de servirle a personas que le dieron la espalda a mi madre y a mí? ¿Por qué he de continuar un legado que me da asco? No ambiciono nada, y me podrás llamar un mal vikingo, pero el oro para mí no es más que simples migas de pan, comparado con lo que en realidad me importa; mi madre, tú, Sarada, Sakura y su familia... lo demás puede perderse en el mismísimo Ragnarok.

Naruto lo miró en busca de una reacción a sus palabras, pero solo encontró esa sonrisa encantadora en el rostro de Sasuke. Quedó prendado con la expresión tan pasiva y hermosa, hasta que el berserker de cabello negro levantó una ceja.

—¿Qué...?— preguntó curioso ante su actitud. Naruto negó y volvió a mirar al frente.

—Te amo, eso es todo— dijo al fin, escuchando con satisfacción una leve carcajada.

El descenso se hizo menos empinado y los caballos lograron ir más rápido en el terreno casi plano. A punto de divisar la muralla que rodeaba el condado, escucharon el galope de otro corcel acercarse en sentido contrario, y no tardaron mucho en ver a Sakura. La expresión de su rostro hizo saltar de inmediato todas su alarmas; cuando la berserker se detuvo, habló mientras intentaba aún controlar a su caballo.

—Anoche atacaron el condado, los groenlandeses...— jadeó y Naruto apretó fuerte las bridas.

—¿Sarada...?— preguntó Sasuke, ansioso.

—No lo sé, no la ví— respondió la pelirrosa —Dicen que andaban buscando a alguien, pero no robaron nada, simplemente huyeron cuando los guerreros se agruparon y les hicieron frente.

Ninguno dijo algo más, espoliaron a sus monturas para llegar con rapidez al condado y no se detuvieron hasta estar justo al frente del edificio central. Las personas los miraban con curiosidad, sobre todo a Naruto, quién entró sin más en el salón con pasos tan firmes, que ninguno de los soldados en guardia se atrevió a detenerlos.

El temor que los cubría se disipó un poco al ver a los hijos de Karin jugar delante de sus piernas, mientras ella posaba sentada en el trono que antes era de su padre. La corona de oro resaltaba en su cabeza roja, y no pudo ocultar el temor en sus ojos al verlos llegar. Pero antes siquiera poder reclamar, escuchó el gruñido de Sasuke al ver a Suigetsu salir de las habitaciones posteriores. El traidor no se atrevió a saludar, se quedó quieto a unos metros de la nueva reina.

Nadie en el salón, ni siquiera Naruto, fué tan rápido como para reaccionar a las acciones del Uchiha; cuando se dieron cuenta, ya Sasuke había desenvainado y con una floritura ágil, girado y cortado, logrando que cayera al suelo la cabeza de su antiguo sirviente.

Sus ojos negros, ahora rojos, miraron con rabia el cuerpo muerto y luego a la que fué su esposa. Karin cubrió su boca con una mano y con la otra agarró fuerte el apoyabrazos del trono.

—¡¿Qué has hecho?!— gritó —¡Aprésenlo!— ordenó a sus guardias.

—¿Con qué derecho?— gruñó Naruto —La traición se paga con la muerte ¡Ese hombre intentó acabar con mi vida, tengo heridas que lo demuestran!— retó a los guerreros, quienes se detuvieron en el acto.

Karin tragó duro y ordenó con un gesto que se llevaran a sus hijos, quienes habían comenzado a llorar.

—¿Dónde está Sarada?— exigió Sasuke, inyectado de furia.

—Ella... se la llevaron, los groenlandeses...— balbuceó y el pelinegro negó con una sonrisa nerviosa.

—¡La niña, Karin!— gruñó el príncipe.

—¡¿Qué quieres que haga?!— exclamó —Se la llevaron— repitió —Haz algo útil y dirige mi ejército. Te ofrezco la oportunidad de ir a rescatar a ese chiquilla, si te comprometes a vencer a los groenlandeses por mí.

—¿Me ofreces?— raspó el berserker y apretó los puños.

—Naruto... mi hija...— murmuró Sasuke, haciéndolo percibir el dolor y la angustia en sus palabras.

Fué entonces cuando el primogénito Uzumaki, el proclamado guerrero más fuerte de toda Noruega, se volteó sobre sus talones y cubriendo a la falsa reina con su ancha espalda, encaró a los soldados y a la multitud que había comenzado a formarse en la puerta del gran salón.

—Que todo hombre mayor de dieciséis años se aliste; acabaremos con nuestros enemigos de una vez por todas— mandó con un tono en su voz que hizo temblar las piernas de los más capaces.

—¡Yo no he dado la orden aún...!— rechistó Karin, poniéndose de pie.

Naruto cerró los ojos un breve momento antes de voltearse, alargó la mano y quitó la corona de su cabeza.

—Lárgate, no termino con tu vida porque no quiero dejar a dos niños desamparados.... Ahora, yo soy el rey.

GUERREROSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora