13

1.4K 303 108
                                    

El trayecto desde la villa a casa de su madre era algo trabajoso, pero nada que lo hiciera cansarse. Colina arriba caminó por casi dos horas, antes de llegar a una meseta de piedra donde, entre los árboles, había una cabaña de madera de la que él mismo construyó gran parte, con solo catorce años. Desde allí se veía el valle donde estaba el poblado, bien pequeño y nublado debido a la lejanía. Delante de la casa estaba una mujer pelirroja de cabello muy largo, intentando cortar troncos con un hacha, para hacer leña.

—¿No eres muy anciana para eso?— preguntó y ella volteó a verlo con una sonrisa angustiada.

—Chico malvado...— lloriqueó —siete años sin venir a ver tu madre— caminó hasta él después de soltar el hacha y Naruto la estrechó en brazos y besó su frente —Mírate...— murmuró sujetándo sus mejillas apenas, debido a la diferencia de tamaño —estás aún más fuerte y enorme que la última vez que te ví,— entonces colocó una mano en su corazón —y más oscuro.

Naruto sonrió con tristeza y volvió a abrazarla.

—¿Cómo has estado?

—No me puedo quejar— respondió la mujer, tirando de su mano hasta sentarlo en un banco a la entrada de la choza y retirarle su capa —Sakura se ha ocupado de que no me falte nada y esa chica, Hinata, viene a cada rato con sus dos mocosos a hacerme compañía. Son muy ruidosos,— se quejó, haciendo sonreír a su hijo —pero ella es muy dulce.

—Me alegra mucho.

—Te daré algo de comer,— exclamó —espera aquí.

La vió entrar entusiasmada y durante ese tiempo, se puso de pie y rodeó la cabaña, inspeccionando que estuviera en buenas condiciones. Tenía que cambiar algunas tablas sueltas y arreglar una esquina del tejado, pero se había conservado bien a pesar de los crudos inviernos.

Al notar que Kushina no salía, entró y la vió de pie en el centro de la habitación única, mirando a la nada y tambaleándose un poco. Naruto frunció el ceño y en silencio la tomó en brazos y la recostó en su cama personal. Sus ojos azules estaban perdidos y murmuraba palabras que ni él entendía.

—Hay cosas que no han cambiado— dijo con dolor y acarició su cabeza antes de dejarla descansar.

Después de tomar un poco de agua, regresó al exterior y retomó el trabajo que hacía su madre. Cortó los troncos e hizo una pila de leños a un lado de la puerta; luego con herramientas pasó varias horas haciendo las reparaciones que consideró necesarias. Al Kushina salir de su trance, ya era de noche, y Naruto estaba revolviendo un caldo en la hoguera que ocupaba un extremo de la estancia.

—Hijo ingrato,— exclamó ella, angustiada— siete años sin venir a verme.

—Lo siento mamá— murmuró con dulzura y se acercó para que ella lo abrazara —¿Cómo te ha ido?

—No me puedo quejar; Sakura me provee lo que necesito y esa chica, Hinata, viene a cada rato con sus dos mocosos— sonrió, acariciando su mejilla húmeda —¿Por qué lloras?— él negó, bajando la cabeza.

—Solo te extrañé mucho— confesó.

—Hay algo que te duele, Naruto ¿No me dirás? Tu alma está oscura hijo mío ¿A cuántos has matado ya?

—Cientos, ni siquiera recuerdo sus caras— apoyó el rostro en el pecho de su madre, mientras ella le acariciaba el cabello.

—¿Viniste a descansar?

—Minato envió por mí. Tengo que pedirle hombres a Sasuke para atacar Groenlandia— dijo con ojos entrecerrados y cansados.

—Será duro para tí, verlo de nuevo— observó Kushina —Ahora comprendo tu llanto. Pero está bien, no tienes que ser fuerte aquí, Naruto, mamá te cuidará.

—Gracias...— suspiró sentido.

—¿Quieres que te prepare algo de comer? Debes tener hambre.

—Hice la cena— anunció incorporándose y recomponiéndose un poco.

—Tan buen chico...— halagó

÷•÷•÷•÷•÷

—¡Papá!— escuchó el grito agudo antes de bajarse de su montura. De inmediato una sonrisa alumbró su rostro y vió a una niña de seis años y cabello negro —Te odio...— gruñó con un puchero.

—¿Y eso por qué, si se puede saber?— preguntó el conde, tomándola en brazos y mirando su rostro sucio y cabeza despeinada.

—No me llevaste contigo a las rondas.

—Lo siento, Sarada. Fuimos un poco lejos ésta vez y es peligroso, mi princesa— respondió con el ceño fruncido, también notando su falda rasgada —¿Por qué estás tan desarreglada?

—Mamá me castigó por romper mi vestido, me dijo que me quedaría así hasta que vinieras— contestó.

—¿Eso cuándo fué?— inquirió, tratando de mantener su tono severo bajo control.

—Ayer... hace unos días— terminó por confesar ante la mirada de Sasuke.

Éste cerró los ojos para dejar pasar su incomodidad y la llevó adentro.

—¡Izumi!— gritó e instantes después apareció una chica joven a la que se le había asignado el cuidado de sus dos hijas mayores —¿Por qué Sarada está así, y desde cuándo?

—Conde...— balbuceó temerosa —la condesa ordenó que no se le cambiara porque rompió su ropa.

—¡¿Desde cuándo?!— repitió enojado.

—Hace dos días— murmuró bajo.

—¿Dónde está Karin?— bramó.

—Fué a recorrer la villa con los niños.

—Prepara un baño para Sarada y vístela como se supone que la hija de un conde debe vestir— gruñó —Antes de que le sea aplicado un castigo primero se debe consultar conmigo.

—La condesa...

—¡¿No escuchaste?!— inquirió.

—Sí, conde, lo lamento— le tendió una mano a la niña después de que éste la dejó en el suelo —Ven señorita, vamos a arreglarte.

Sasuke la vió entrar a las habitaciones posteriores y se frotó el rostro sin cuidado. No era la primera vez que su hija mayor recibía los maltratos de Karin, pero aunque le reclamara abiertamente no lograba nada. Su vida había sido un infierno desde que se casó, más aún cuando Sarada llegó; y le dolía que la pequeña fuese tratada así, teniendo en cuenta todo lo que representaba para él.

Después de beber y refrescarse se sentó, como era su costumbre, en el rellano de la entrada, con la espalda apoyada en una de las columnas de madera. Otra vez se puso a tallar mientras descansaba, su hija amaba las figuras de animales y ya tenía toda una colección hecha por él, guardada en un pequeño baúl.

Al rato ella salió con una sonrisa y giró para mostrarle como los volantes del vestido rojo y vistoso que llevaba, se elevaban

—¿No estoy hermosa?— preguntó risueña.

—Estás preciosa— halagó, tomando su manita y con la otra acariciando su cabello negro, un poco húmedo, pero peinado y limpio.

—¿Es para mí?— indagó, sentándose a su lado —¿Qué es?

—Un águila de las montañas. Son enormes, un día te llevaré para que las veas.

—¿De verdad?— él asintió, mostrándole la figura sin terminar.

—Con sus alas abiertas son más grandes que un caballo— mencionó, pero cuando buscó su rostro, la niña miraba hacia un lado.

Sasuke por instinto hizo lo mismo, y el cuchillo de tallar se cayó al suelo cuando vió a Naruto, aún montado sobre su corcel y mirándolos fijo.

—¿Papá, quién es él?

GUERREROSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora