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Abrió los ojos cuando ya el calor de la tarde había hecho las pieles del lecho demasiado calientes para su gusto. Con los brazos sujetaba el torso de Sasuke y sus piernas estaban enredadas con las de él. Cada músculo de su cuerpo estaba adolorido, su cabeza pulsaba de incomodidad y la mordida a un lado de su cuello ardía. Cuando se incorporó, sus ojos observaron con lentitud la multitud de marcas y rasguños tanto en el cuerpo del conde como en el suyo.

Sasuke estaba despierto, miraba en silencio y con el ceño fruncido el techo de la tienda, pero su semblante no era de enojo, sinó de preocupación. Desvió la atención hacia Naruto y luego suspiró.

—¿Te hice daño?— preguntó el príncipe, apenas recordando lo que había pasado.

—Sí... no importa eso. Estaba prolongando la hora de salir y enfrentar a todos, pero no podemos pasar el resto de la vida en ésta tienda.

—Lo siento, Sasuke...— murmuró ronco, sentándose en las pieles y dándole la espalda.

—No es tu culpa. Creo que a la noche ya no seré el conde Uchiha, el legado de mi padre se perderá, el tratado de paz se romperá, y nada le impedirá al rey repartir mis tierras o apropierselas— Naruto apretó un puño y luego despeinó su cabello con la mano.

—No cometimos ningún delito, aún no estás casado...

—Mis hombres no seguirán a un berserker que se dejó sodomizar. Lo sabes... Si me creen débil me harán a un lado... aunque haya sido por amor— el príncipe giró a verlo rápidamente y resopló una risita triste al notar la sinceridad de sus palabras.

—Te quiero, Sasuke;— confesó —pero estamos condenados a no alcanzarnos, como Hati a la Luna y Sköll al Sol. Ahora entiendo las palabras del sacerdote— se inclinó y lo besó. En ese acto se pudo percibir la entrega y la angustia de ambos. Cuando Naruto se puso de pie y ató una de las pieles a su cintura, Sasuke lo siguió.

—Espera...— rogó.

—Al enemigo hay que atacarlo rápido, conde— exclamó, moviendo su cuello para relajar la tensión y después salió de la tienda.

De inmediato la atención de todos se dirigió hacia él, Sakura se levantó del tronco donde estaba sentada a un lado de la entrada y lo miró seria, pero sin decir palabra. Naruto caminó unos pasos y después salió el conde, recibiendo las miradas furiosas y discriminantes de sus hombres.

—¡Exigimos explicación!— dijo uno de ellos.

En una esquina estaba Karin con la mandíbula apretada, y Suigetsu, quien mordisqueaba una brizna de hierba en su boca.

—El conde no está casado aún, puede acostarse con quién le de la gana— bramó el príncipe, sin emoción.

—Muy conveniente para usted, pero no queremos a un jefe que se dejó follar por un Uzumaki— gritó el tipo y varios lo secundaron.

Sasuke frunció el ceño resistiendo la vergüenza, pero Naruto extendió sus brazos fuertes e hinchando el pecho, lo enfrentó.

—Entonces debes estar orgulloso, pues tu conde se acaba de coger a un príncipe— mintió. Los ojos del pelinegro se abrieron con estupor, al igual que los de Sakura y Karin, a Suigetsu se le cayó la pajilla de la boca y a punto de recibir señalamientos y burlas, Naruto colocó ambas manos en su nuca, luciendo más grande de lo que era, y volvió a hablar; —¿Me crees débil por dejarme follar?— retó, dando un paso hacia el sujeto —Haz la prueba...— siseó —¡Es más, vengan a probar si el príncipe Uzumaki es débil, ahora, sin armas en mis manos!— gruñó con una demostración de poder que los hizo retroceder dos pasos —Eso pensé...— murmuró y sin decir más, atravesó la multitud que se abría con cada zancada que daba, hasta entrar a su propia tienda.

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Desde lo sucedido en Uppsala ninguno había vuelto a hablar, sus hombres le habían creído a Naruto, pero siempre quedaba la sospecha en sus miradas cada vez que se acercaban demasiado uno al otro. Después del largo trayecto de regreso, el condado Uchiha se preparó para la boda de Sasuke y Karin, y un día temprano, cuando las flores de primavera empezaban a abrirse en las praderas, las mesas ya estaban dispuestas y la música de tambores y flautas llenaba la plaza.

Sakura tenía el pecho apretado desde que había ido a despertar a Naruto esa mañana y lo vió en el suelo, empacando sus cosas en las aljabas. Se lo había advertido, pero eso no quitaba que le doliera el estado en el que se encontraba su amigo.

—¿Quieres que lo llame? ¿Quizás puedan hablar antes de...?

—No— respondió frío —Ya le he causado demasiados problemas.

—¿Entonces, nos iremos hoy?

—Alista tu caballo— fué lo último que dijo antes de volver a su quehacer.

Como era su deber al ser príncipe, entregó la cinta con la que se ataron las manos del conde y de su hermana. En ningún momento miró a los ojos de Sasuke, quién al igual que Karin, lucía una túnica blanca con adornos de oro. Cuando terminó, se alejó a un lado a esperar que terminara la ceremonia una de las hechiceras de la villa.

—(...) Conde Uchiha, hijo de Fugaku Uchiha y Mikoto; Se le fué entregada ésta mujer para ocupar el lugar de su esposa y compañera de hogar ¿La acepta?

Sasuke cerró los ojos y bajó la cabeza, el nudo en su garganta lo estaba ahogando. Entonces buscó a Naruto con la vista, el berserker ya caminaba de espaldas, alejándose del lugar con rumbo a donde Sakura lo estaba esperando con los caballos.

—La acepto...— respondió.

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Se habían separado unos kilómetros de la villa tomando el camino principal, justo por el que vinieron. Solo dos meses habían permanecido allí, pero ya Naruto no era el mismo hombre que al llegar.

Sakura observaba su semblante serio, sabía que fingía, que el dolor lo estaba destrozando, pero por respeto no quiso tocar el tema. Solo cuando ella se desvió hasta un extremo, Naruto giró a verla. De un arbusto salió Hinata, vestida con una capa que cubría su cabeza.

—¿Y eso...?— preguntó cuando la vió subir a la esclava en su montura, delante de ella.

—Me la robé— dijo con simplicidad y Naruto resopló una risa sardónica.

—Por lo menos tú te llevas algo bueno de éste citio— dijo, para después reanudar la marcha —Apresúrate, me ahoga estar aquí— golpeó con los talones el costado de su caballo para acelerar el trote.

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