Narrador omnisciente
No he dejado que ninguna de las dos narre, porque cada quien lo dirá desde su perspectiva y cómo se siente.
Como yo lo veo todo... ahora será mi turno.
Continuemos.
Emily estaba sentada en su escritorio. Estaba escribiendo, pensando. Tenía tanto que plasmar en el pedazo de papel nuevo. Nadie era bienvenido.
—Vete—exclamó al oír que llamaron a su puerta. De todas formas se abrió y lo vi a través del espejo de la cómoda al lado del pequeño escritorio.
—Emily—esa era Sue. Una arrepentida y temerosa Sue. Y Emily no la esperaba ni de broma. Pero qué mentira puedo decirles. No existía ninguna. La poeta se había emocionado, pero también estaba ese enojo fulminante dentro de sí.
—Sal de aquí—aún no se volteó a mirarla. Quería y no quería que huyese.
—Emily... tenemos que hablar—esa voz dulce, suplicante, pero disfrazada de firmeza, porque quería hacerle entrar en razón.
—No quiero hablarte, tampoco quiero mirarte—se dirigía a su ventana, peleando con esta—No quiero verte nunca más—primera mentira, mitad verdad.
—Dame una oportunidad para explicarlo todo—se acercó a paso un tanto acelerado, pero esta vez, su voz sonaba más calmada.
—¿Qué hay para explicar?—rió con sarcasmo, pero más se asemejaba al dolor—Puedo ver todo perfectamente.—
—No, hay cosas que no puedes ver—insistió sin molestar—Tienes todo el derecho de estar molesta conmigo.—
—No estoy pidiéndote permiso—esta vez sí la enfrentó con los ojos, pero otra vez se dio la vuelta.
—Lo sé... tú lo querías a él—suspiró.
—¿Q-quererlo?—se volvió a mirarla, pero esta vez lo hizo con brusquedad y amargura—Tú me empujaste a quererlo. ¡Prácticamente me forzaste!—estaba comenzando a gritarle, pero tenía la razón—¡Es como si hubieses querido que me enamore de él! ¡¿Pero por qué?!—Sue respiraba intentando contenerse. Tenía mucho dentro de su corazón latiente—¡Cuando tú eras la que lo quiso todo este tiempo!—
—¡No lo quería!—iba a romperse—N-nunca lo hice...
—Eres una mentirosa—dijo entre dientes. Sentía rabia.
—No me importa una mierda ese hombre—
—¿Entonces por qué te acostaste con él?—se acercó peligrosamente. Quería degollarla, pero también deseaba abrazarla—Y por qué, ¿por qué me seguías diciendo que le dé mis poemas?—
—¡Porque no podía sostener lo que tus poemas me hacían sentir!—esa voz se agudizaba más cuando el llanto estaba por salir—¡Tus poemas son tan poderosos! ¡Son como serpientes que se enredan en mí, en mi corazón! Y, y me presionan hasta que no puedo respirar—poco a poco las lágrimas caían hasta rebotar en la madera—Son brillantes y venenosos, y muerden—sollozó—Me asusté, Emily. La forma en cómo me tomabas, en cómo me envenenabas—Emily estaba atónita, pero una parte de ella seguía incrédula, una muy pequeña—Cuando me casé con Austin y nos volvimos hermanas, el único lazo que nos unía eran tus palabras. Comenzaste a escribir mucho más. Y yo era la única que veía todo eso—ambas derramaban lágrimas como si fuesen cristales rotos—Me abrumé. Así que creí que si te empujaba un poco...—
—Si me empujabas, ¿me convertiría en el problema de alguien más?—la interpretación era bastante acertada, pero la realidad era que Sue no quería dejarla, solamente no sabía qué hacer con todo lo que sentía. Incluso cuando se propuso ignorarlo, más aparecía—Bueno, adivina qué. Ya no soy tu problema, Sue—La mencionada sentía que su cuerpo dejaba de existir—Puedes volver a tu perfecto salón, con tus elegantes vestidos y ser exquisitamente vacía como tanto te gusta, porque nunca te haré sentir nada, nunca más—Emily ya se estaba despidiendo—Y sin mí... no creo que sepas tener sentimientos—se volvió a sentar.