Capítulo 23

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Narra Emily

Había llegado el día viernes. Hoy papá no estaba tan ocupado como el resto de la semana, por lo que aprovechó en darme un paseo por una hacienda que había adquirido para la familia. Era fascinante en todo sus aspectos. Habían caballos, vacas, corderos, ovejas. Estaba rodeada de árboles y arbustos. Pero lo más impresionante fue que conectaba con un riachuelo que estaba cercado por seguridad.
Probablemente sería un lugar al que venga con frecuencia. Era perfecto para desconectar y escribir cuantas veces quisiese.
No puedo negarles que pasó por mi cabeza la idea de traer a Sue y a Martha hasta aquí. En fin.

Al llegar a casa, tomé un baño y papá me dijo que cuando estuviese lista me presentase en su estudio.

—Pasa, hija, pasa—no tuve que tocar la puerta, puesto que había oído mis pasos—Y bien, ¿te gustó el paseo?—

—Padre, me he quedado encantada—sonreí sin discreción.

—Y mientras tenga aliento intentaré darles todo lo mejor—acarició mi mano—Pero no sé cuánto tiempo más me quede—fruncí mi ceño—Necesito que me ayudes a escribir mi carta de testamento. Luego hablaré con algunos notarios y abogados para que la validen.—

—Pero padre, ¿no es muy pronto?—pregunté un tanto angustiada.

—Puede parecerlo, pero la muerte no me hará el favor de avisar—miré mis manos—¿Estarías dispuesta a ayudarme?—asentí con una sonrisa—Emily—volvió a tomar mi mano—Eres la única que actualmente cree y confía en mí, por lo que eres la más indicada para cumplir esta labor y ser testigo de los otorgamientos que haré.—

—Eso me halaga—ladeé mi cabeza aún con una sonrisa en mi rostro—¿Empezamos ya?—

—Magnífico—tomó un puro y lo puso entre sus labios—Bien, toma un papel y una pluma, e iniciemos con esto de una vez—Hice caso—Comencemos con la presentación.—

—Necesitas colocar tus nombres y apellidos y la ciudad en la que vives actualmente, ¿estoy bien?—asintió.

—Yo, Edward Dickinson, con domicilio en Amherst, Massachusetts, por este medio hago público, declaro que este documento es mi última —me sentí mal al escribir esa última parte—y que estoy en plenas facultades y con edad legal, y que no actúo bajo presión o influencia indebida, y que comprendo completamente la naturaleza y el alcance de todos mis bienes y de esta disposición de los mismos.
Testamento, y por la presente revoco cualquier y todos los demás testamentos y codicilos que haya hecho hasta ahora de manera conjunta o individual.—

—Bien, es perfecta la introducción y presentación—comenté—Ahora debes ir por partes en cuanto a la repartición de bienes.—

—No lo he pensado con claridad, pero me gustaría ser benefactor de alguna institución o grupo de personas; sin embargo, no tengo con precisión aquello que deseo—ambos nos quedamos pensando por un momento, hasta que una idea brillante llegó a mi cabeza.

—Y qué tal si ayudas a una comunidad de personas con escasos recursos para financiar su educación y que puedan tener un nivel de enseñanza equitativo. Además de contribuir con víveres básicos—agregué con entusiasmo.

—¡Que mente tan sabia! ¡Hija esa idea es espléndida!—se puso de pie y levantó sus brazos en alabanza—¡Ordénalo en los papeles!—continué escribiendo.

—¿Algo más en cuanto a personas externas?—esto me comenzaba a agradar. Papá sonaba como alguien caritativo.

—Por el momento no, pero si tienes alguna idea, no la calles, por favor—señaló—Por otro lado, vayamos a la familia—No pedía nada que no esté al alcance, pero sí me emocionaba saber qué me sería otorgado—¡La casa!—sonreí—Calle principal, 208, Amherst. Junto con el resto de mis bienes, que sobrarán... deben ser entregados a—hubo un pequeño silencio que me hizo temblar—mi hijo, William Austin Dickinson—Creí no haber oído bien—En caso de perecer, sus bienes serán entregados a su hijo—Gib era el hijo que por desgracia, nuevamente había sido perdido en el embarazo. Un tercero desconocido, pero nadie más que yo lo sabía. Las niñas me
lo habían comentado—Ese niño aún no tiene nombre, ¿o sí?—me había quedado congelada—Imagínalo... tu sobrino un día podría ser tu tutor—sin darme cuenta fui arrugando el papel bajo mis manos—¿Qué sucede, cariño?—me preguntó descaradamente al ver que había dejado de escribir.

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