Narrador omnisciente
Después de muchas semanas, la cama de Emily se sentía propia. Ya no tenia aquel peso e incomodidad de ser ajena en su propio hogar.
Esa noche durmió sin darse vueltas o despertarse por la madrugada. Sus cobijas eran bastante abrigadoras, aunque no cambiaría por nada del mundo los brazos de su amada, el poder estar sola, bajo sus propias paredes, tampoco le molestaba. Sobre todo porque haría lo mismo al día siguiente. Correría a verla.
Se estiró un poco y bostezó, y después abrió las cortinas para admirar el exterior.
Fue al baño para asear su cuerpo y colocó un lindo vestido blanco que tan bien le sentaba y que además le gustaba.
¡Buenos días, familia!—bajó corriendo por las escaleras, con la sonrisa más grande en su rostro.
Maggie, con un rostro serio y un tanto pálido, se acercó.
No son buenos días, pequeña Emily—acarició su espalda.
La chica frunció su ceño y se acercó al comedor—¿Dónde están todos?—rebuscó un poco más.
La mujer suspiró pesadamente.
En la habitación de su padre—la chica sintió algo bastante extraño en su pecho. Un mal presentimiento—Quizá debería acercarse sin hacer mucho ruido.
Sin poner en duda lo que había oído, se dirigió al lugar que le había indicado.
A paso acelerado llegó y su descontrol le hizo abrir la puerta con brusquedad.Hija—el hombre de unos sesenta y cinco años, se encontraba sobre su cama, con el rostro totalmente descolorido. Labios morados y ojeras del mismo color. La esclerótica tenía un color amarillento y sus pupilas estaban muy dilatadas.
¿Papá?—Emily se agachó al lado de su madre, quien solamente lloraba—¿P-pero qué—
Shh—tomó su mano con las pocas fuerzas que le quedaban—Ya no hay nada qué decir o hacer—la joven empezaba a sentir que el aire le faltaba. Sus ojos quemaban como si estuviesen viendo directamente al sol—Lo intenté de todo para recuperarme, pero ya es hora.
No, no, no, no, no digas eso—sacudió su cabeza—Debe haber otra alternativa de solución. Tal vez deberíamos contactar a otro doctor. Quizá a uno fuera de Amherst. O podría buscar alguna receta con plantas medicinales que ayuden a detener tus dolores—comenzó a hablar de manera muy acelerada—No morirás, lo prometo, no lo harás—su voz comenzó a entrecortarse—Tan solo tienes que aguantar un poco más y, y, y—un ataque de pánico comenzó. La respiración comenzó a faltar, por lo que Maggie, tuvo que llevársela de vuelta a su habitación—¡Papá!—pateaba en el aire—¡Papá, no te vayas!
El viejo hombre oía las súplicas de su hija, y aunque le partía el alma, por lo menos sabía que se iría habiendo solucionado sus problemas con ella.
La madre de Emily tuvo que pedirle a Maggie que le ponga llave a la puerta de su hija—Será lo mejor—sollozó—Edward no puede presenciar esto ahora.
Como diga, señora—y sin cuestionar, la mujer hizo caso, sintiendo pena por la chica.
[...]
Narra Sue
Austin no había regresado a casa. Supuse que había ido en busca de Danielle. Por lo que sabía que Emily y yo aprovecharíamos en pasar la noche juntas. Sin embargo, eran pasadas las siete y media de la mañana y no se aparecía. Supuse que estaría tomando desayuno con su familia, después de tan linda y conmovedora reconciliación familiar en la cena de ayer. Así que decidí esperarla.