Capítulo 2

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Narrador omnisciente

Probablemente aquella noche estaba preparada previamente para que ambos corazones terminen volviéndose uno. Y es que, odio los adelantos, pero está más que claro, desde el primer segundo en que se vieron, supieron que serían la una para la otra.

Yendo directamente a esa noche, voy a intentar describir lo más que pueda la situación, pero no todo en general, porque sería muy aburrido si no nos centramos en Emily y Susan.

—Estás arruinando tu vestido, niña—la madre de Emily la refunfuñaba porque se revolvía en la alfombra de la sala junto a uno de los gatos de Lavinia. Obviamente sus intenciones no eran malas, era una adolescente de trece años, con la imaginación de una niña de ocho.

El timbre llegó a salvarla.

—¡Por fin llegaron!—Emily saltó de alegría al ver que sus invitadas por fin habían arribado—Vaya—se quedó sin más que agregar. Su emoción no le había permitido poder observar detalladamente el aspecto físico de aquellas cinco mujeres.

—Buenas noches, querida—Diana saludó a Emily, regalándole una hermosa sonrisa y un pequeño beso en la mejilla—tienes una casa muy hermosa, y tú también lo estás.

—G-gracias—tartamudeó la menor—ustedes también lo están—pequeñas risas se oyeron por parte de las hermanas—Bueno, pasen, pasen. Están en su casa—

Con timidez se adentraron al lugar. Comenzaron a inspeccionarlo con la mirada. Se sentían un tanto cortas estando ahí.

—Buenas noches, damas—después de unos segundos, por fin hizo presencia Edward Dickinson—es un placer poder tenerlas en mi casa esta noche.

—El placer es nuestro—Diana extendió su mano para saludarlo—agradecemos por la invitación—

—Oh, a mí no me tienen que agradecer nada. Emily es la autora de todo, yo solo cumplo órdenes—la atención esta vez se la llevó la nombrada, recibiendo sonrisas del resto, menos de su madre, quien no podía creer que una vez más, su esposo cayera ante los caprichos de su hija. Bueno, debía aceptar que esta vez tenía buenos motivos, pero exponer el caso, diciendo que "solo sigue órdenes", sonaba un tanto innecesario.

—Quizá me adelante, pero desde el primer segundo en intercambiar palabras con Emily, vi mucha bondad en ella. Debo felicitarles—Austin le hizo una mueca a su hermana para molestarla. Lavinia reía.

—Emily es una niña extraordinaria—la señora Dickinson puso sus manos sobre los hombros de su hija. Ella se sintió extrañada, pero bien sabía que solo era un pequeño guión que estaba siguiendo para demostrar maternidad y falso afecto—a veces no logramos comprenderla, pero como dicen, cada hijo es distinto. Emily es ocurrente y—

—¿Por qué no mejor nos acercamos al comedor?—Edward prefirió evitar algún pleito o incomodidad.

La mesa estaba llena de deliciosas comidas y manjares que durante mucho tiempo la familia Gilbert no había podido probar, ni siquiera ver. Era una bendición del cielo.

—Una vez más, quiero expresar mi agradecimiento para con su familia—Diana era una mujer que había recibido una muy buena educación. Sus padres habían tenido bastante dinero e influencia. Lamentablemente, parecían estar maldecidos, y es que todos se enfermaban gravemente y terminaban muriendo.

—Es para mí un honor poder servir a nuestros vecinos—ya se encontraban todos sentados—Emily me comentó un poco sobre su caso, así que me pareció oportuno poder invitarles, para así entablar una charla y conocerles. Aún así, me gustaría saber dónde está su marido—

Hubo un silencio tan escalofriante, que incluso, no había necesidad de respuesta, porque estaba más que dicho.

—Desearía que esté aquí con nosotras, pero hace ya unos años falleció en un accidente—Emily cerró sus ojos porque intentaba tragar su vergüenza, pero más fuerte que esta, era el dolor que le hacía sentir su empatía. Cinco mujeres a su propia suerte.

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