Capítulo 9

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Narrador omnisciente

Con veinte años ya, ambas jovencitas afianzaron aquel romance que día a día y año tras año crecía. Aún no daban aquel siguiente paso, porque se sentían temerosas. Y sí, con veinte años ya, no lo lograban. Pero al menos ya conocían sus cuerpos, cada una de manera individual y los poemas y cartas de Emily a Sue, eran a veces de tono erótico y provocativo. Estaba segura que ambas tocaban sus cuerpos pensando en la otra.

No quiero acabar con la felicidad y emoción, pero un par de años atrás, habían decidido no llevar en sus frentes aquel título de novias, sino amantes, porque eso es lo que realmente eran. Superaban todo estímulo y razón, incluso emoción, pero no podían andar por las calles de la mano ni besándose tras la tienda de abarrotes. Era prohibido. A pesar de eso, decidieron amarse por siempre, no importa si esto era a escondidas.
Emily había pensado en esto, ya que un par de veces encontró a su mejor amiga admirando a las jóvenes familias, con niños en brazos o corriendo por los prados. Supuso que algún día Susan iba a ir por ello, y Emily no podría darle hijos ni aunque quisiese. Sue se indispuso ante el pedido, pero finalmente accedió cuando supo que no era por falta de amor, sino que, en ese momento creyó que aún eran bastante jóvenes. Eso le hizo creer Emily.

Por otro lado, fue uno de los años más trágicos de la juventud de Gilbert. Su hermana Rebecca había fallecido. La enfermedad que de adolescente la persiguió, había vuelto y esta vez, al encontrarse sola y sin dinero, nadie pudo retenerla más y tan sólo aceptó que era hora de irse. La carta llegó a la familia meses después, dejando a todos en profunda tristeza.
Luego Dánnika, quien había decidido casarse un año después de lo ocurrido, porque quería retomar su felicidad y vida. Al enterarse que no podía tener hijos, su marido la dejó y cayó en una profunda depresión que bajó sus defensas y contrajo una gripe incurable. No aceptó ayuda alguna y terminó por morir sin nadie a su lado. Nadie podía pasar a verla porque era muy contagioso.

Susan creyó que la vida le tuvo un poco de piedad, ya que Antonio había decidido dejar a Diana, a su mamá, cambiándola por una mujer más joven y soltera. Eso hundió a su madre, quien además, había salido embarazada.
La única que lucía un poco mejor era Mery, quien además era como su mejor amiga. Entre las dos intentaban sostenerse, mas esto no duró mucho. La ahora mayor de las hermanas, había enfermado, tenía fiebre amarilla. No podían verse por nada del mundo. Susan intentaba prepararse para lo que viniese, pero se sentía poco humana al pensar que poco a poco iban cayendo y que debía restar los días, pero era la realidad que vivía.

[...]

Narra Sue

No había salido mucho de mi casa. Esta semana había dejado de hacerlo. Tenía que estar al pendiente de Mery y de mamá, quien ya tenía demasiadas contracciones, y según creíamos, el bebé o la bebé nacería en cualquier momento.
Los Dickinson nos ayudaron contratando a un doctor y una mujer experta en el caso.
Por cierto, no me había comunicado con Emily. No quería que me viese en este estado de tanta tristeza y queja. Creo que podría sentir responsabilidad y terminar asumiendo una pena que no le correspondía y no debía pasar. Sabía que estaba mal desaparecerme sin avisar, pero no tenía ganas de dejar a las dos únicas mujeres de mi familia que me quedaban.

Me encontraba en la sala, porque no podía oír los quejidos tan dolorosos que padecía mamá. Sabía que eran parte del proceso de un parto, pero era muy chiquilla para oírlos.

Me quedé dormida por unos minutos, aún con el ruido de fondo. Al despertar, ya no se oía nada. De repente este silencio era aterrador.

Subí las escaleras que guiaban a su habitación y la mujer que vino con el doctor salió de ahí. Su rostro estaba pálido y parecía querer vomitar. Estaba aterrada.

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