Capítulo 38

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Narrador omnisciente

No se ensimismó en contar el tiempo. Aún así, supo que nueve meses habían pasado al oír pequeños y agudos quejidos. Ninguno pertubador. Era emocionante. Aún así, sus pies no lograron cruzar la puerta. Tenía un poco de temor a ser vista. No era su aspecto, ni su mirada vacía, era esa promesa que jamás rompería.

La única permitida a verle era su pequeña sobrina Mattie. Una niña de diez años, alta para su edad, que poco a poco comprendía aquel mundo tan cruel, oscuro y confuso en el que vivían las personas que más amaba: su madre y Emily.
Las dos mujeres lloraban. Una había perdido el apetito y se había vuelto bastante callada y en muchas ocasiones amargada. La otra no podía dejar de escribir, ni aunque sintiese el mundo caer en su espalda.

Ella observaba en silencio cómo es que una flor también podía marchitarse, y si tenía suerte tal vez podría recuperarse.

Caían y caían. ¿Por qué no se atrapaban si nadie las veía? Ese era su mayor cuestionamiento. Es que el susto se convirtió en miedo y el miedo se convirtió en un trauma, el cual no pretendían vivir día a día.

Hoy no iban a seguir atravesándolo.

¿Por qué no simplemente se ven y ya?—Martha estaba sentada en la cama de Emily, apoyada en el respaldar—Pienso que es bastante absurdo—esta vez se puso de pie y comenzó a caminar—Es decir, son vecinas. Mi papá prácticamente regresa los fines de semana y mamá dejó de ejercer, por lo que—

Y volveríamos al mismo círculo vicioso de siempre—Emily suspiró—Nos endulzamos, soñamos un rato y de la noche a la mañana nos vemos obligadas a separarnos. Siempre es lo mismo.

¿Entonces esperarás a morir nada más?—Mattie estaba un poco molesta—¿Dejó de tener sentido todo?

Le escribo y ella también lo hace—Emily tragó saliva—No hemos dejado de amarnos y eso lo tengo muy en claro.

Por su puesto que no dejaron de amarse—Mattie se acercó a donde estaba a su tía—He visto llorar a mi madre infinidad de veces. He visto cómo se ha pasado días sin comer y sufre de desmayos. He visto cómo se aferra a tus poemas, porque es lo único que ahora tiene de ti—la mayor agachó su mirada—Y también he visto cómo es que me hace a un lado porque yo le hago recordar a ustedes dos—ambas sentían sus ojos arder.

¿Por qué no me lo has dicho?—Emily sostuvo las manos de la menor—Nunca lo mencionó, en ninguna de sus cartas.

Sería en vano—la niña se soltó del agarre—No fuiste capaz de visitarla cuando dio a luz—una lágrima cayó por su mejilla—Ella no se ha rendido, pero no piensa manipularte haciendo uso de su dolor. Comenzó a aceptarlo—Emily sentía un apretón en todo el cuerpo—Ahora la sostiene el hecho de saber que te ama y que a pesar de todo tú también lo haces.
Tal vez se volvió un poco loca. Camina por la casa imaginando una vida contigo. Lee en voz alta tus poemas e imagina que estas justamente ahí con ella.

Mi mayor deseo es poder ser esa persona—Emily se acomodó en su lugar—Pero tú y yo conocemos los riesgos.

¿De cuándo aquí te importaron las reglas?—Mattie fue un poco tosca con sus palabras, pero toda realista.

Las reglas que imponen los hombres no son problema para mí—miró hacia un costado—Las reglas que ella crea son la misma ley.

Si lo dices porque mamá quedó embarazada, sabes que fue un error. Un accidente y—

Iba a pasar de todos modos—colocó una media sonrisa en su rostro—Ellos son esposos a la luz de absolutamente todo. En cambio nosotras... Nosotras somos dos rebeldes que solían besarse a escondidas—memorias de aquellos años llenaban su espacio—Nadie me prohíbe escribirle, y por ahora es el único medio en que puedo besarla, tocarla y dedicarle lo mejor de mí.

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