Narra Sue
Austin no había podido dormir en toda la noche. Se había quedado mirando a través de la ventana de nuestra habitación. Al parecer estuvo llorando. Además del cansancio, sus ojos estaban hinchados y algo rojos. No iba a justificarlo, porque incluso a mí me afectó en gran manera lo que había hecho, pero noté el arrepentimiento.
Un hombre que en sus últimos años había bebido casi todos los días, se había vuelto incontrolable cuando de la ira se trataba; sin embargo es cierto lo que dicen, alguien que abusa, lo hace porque así lo quiso y sin importar que haya consumido o el enojo que haya contenido, es una persona que decidió herir. Un hijo sano del patriarcado.—¿Debería ir a hablar con ella?—se dio la vuelta. Su voz sonaba apagada.
—Es lo menos que puedes hacer—tenía el rostro sobre mis sábanas. Tampoco había podido conciliar el sueño—Tú significas mucho para ella—
—Ella eligió a papá—
—¡Tú le diste una bofetada!—lo miré sin aguantar más mis lágrimas—Lo siento, pero no puedo más con esto—me aferré a mis cobijas, como si fuesen lo único que me quedaba—Austin, yo amo a Emily.—
—Lo sé—me miró con compasión—y ahora te comprendo tanto.—
—Pero yo no he tomado represalias o alguna clase de maltrato—sollocé—No es mi culpa que Jane se haya ido.—
—No tienes que mencionarlo, eso ya lo sé—puso una mano sobre su cien—Susan, yo dejé de tener algún resentimiento hacia el romance que ustedes dos tenían.—
—Pero aún así me pediste que dejara de estar cerca—me puse de pie.
—Estuviste de acuerdo con el trato, tú misma me lo dijiste—repitió mi acción.
—¡No quería que mi hija crezca sin un papá como yo lo hice!—mis fuerzas se ausentaron y caí sentada en la cama. No podía con ese dolor que de mi nacía—A-además, no me dejaste otra opción...—
—Sue—juntó su frente con la mía—Esto me duele tanto, como no tienes idea—lo miré confundida, pero sin subestimarlo completamente—Yo soy consciente de las muchas peleas que entre ambos hubieron, pero también sé que adoro a mi hermana, y ayer me sentí como un monstruo, al igual que mi padre.—
—Austin—limpié sus lágrimas.
—¡No quise ponerle una mano encima!—me abrazó con fuerzas—¡No quiero que por mi culpa deje de ser quien es! ¡Pero me sentí mal! ¡Me siento desplazado!—
—Lo entiendo, pero tú mismo decidiste irte—tomé su rostro entre mis manos.
—Tú sabes bien cuánta injusticia se vive en esa casa—hizo el ademán de señalar—Ya no podía ser partícipe de una falsedad. Sobre todo de ese padre que dice luchar por "derechos", pero tiene a cuatro mujeres como esclavas.—
—Bien has dicho—asentí—ahora tienes que ir y tirar hasta el fondo del mar tus pecados. Tienes que quitarte esa máscara que llevas y pedir perdón.—
—Aún tengo que pensarlo. No me es fácil—tomó a la bebé de la cuna—¿Tú sabías que estuvo educando a nuestras hijas?—
—Así es—suspiré—Ya pueden leer y escribir. También saben resolver algunos problemas de matemáticas. Creo que ha sido muy efectivo.—
—Que venga a casa entonces. Le diré a las niñas que se lo pidan, con mi autorización. Alguno de esos días aprovecharé la ocasión y hablaré con ella—lo miré con ilusión—Susan, tú no se lo digas, deja que ellas lo hagan.—
—Es cierto—miré hacia mis pies—ella quiere olvidarme.—
—¿Te quedarás de brazos cruzados?—lo miré sorprendida. Mi propio esposo aconsejándome sobre otra persona—Aprovecha el que al único lugar al que podría escapar es su habitación. La tienes ahí. Ve por ella—y decidida, me alisté.