Narrador omnisciente
Emily procuró que todas sus plantas se concentren en el calor y constante riego dentro del invernadero.
La nieve había comenzado a caer a partir de la segunda semana de diciembre. El frío te ponía las mejillas y la nariz roja. Los labios los ponía pálidos y al hablar salía un pequeño vapor.
Menos mal las chimeneas estaban encendidas. También las luces que parecían estrellas decorando la ciudad y las entradas de las casas porque era navidad.
Una de las celebraciones favoritas para la familia Dickinson. Este año iba a ser distinta. El hombre del hogar no iba a estar más y probablemente traería lágrimas y nostalgias a la hora del abrazo.
Susan, quien estaba en la cocina horneando algunos pasteles, se puso a recordar la época en la que vivía con su madre y sus hermanas. El sueldo que tenían alcanzaba para un par de decoraciones y una cena que no volvería a darse, sino hasta el próximo año. Saboreaban cada alimento con detenimiento. Era la noche más linda. No, no recibían regalos, pero se quedaban largas horas conversando y tomando chocolate caliente. Intercambiaban cartas y detalles hechos a mano. Todo eso cambió cuando se mudaron a Amherst. La mesa la compartían junto con la familia Dickinson, quienes preparaban un gran banquete y cantaban y abrían regalos pasada la media noche.
Diana, al ganar un mejor sueldo, podía permitirse comprarles algunos obsequios, aparte de los que Edward les ofrecía. Sí, el había sido un hombre dadivoso y preocupado. No había sido del todo malo.Todo cambió cuando de pronto, Susan subió su mirada y solo estaba su mamá, con un bebé en el vientre, con el rostro demacrado.
Mery en su habitación casi agonizando, prohibida a salir.
Había perdido a dos de sus hermanas, y a los meses a toda su familia.Podía olfatear un tanto de esa nostalgia en el ambiente. Por ello, había decidido encargarse de todos los preparativos junto con Maggie, porque quería que el resto se tome su tiempo.
[...]
Narra Emily
Si existía una persona muy comprensiva en este mundo, esa era Sue. Creo que ella había atravesado muchas fases, con diferentes emociones y situaciones, volviéndola una experta en el amor, pero también en la tragedia. Estaba segura que sabía ser rica, pero también lo que significaba dejar de comer por días.
Sabía que no quería verme rondar por la cocina, porque mis intenciones iban a ser ayudarla. De todas formas me dirigí a la planta baja.
Lo principal era poder observarla, a pesar de haberlo hecho unas treinta veces durante la mañana.
No toqué porque sabía que no me recibirían—crucé mis brazos por detrás—¿Sue?—me coloqué a su lado, pero decidió ignorarme—¡Oh vamos! ¡Es navidad!—levanté mis brazos rendida.
La señora Gilbert pidió que ninguno se presentara—Maggie se dio la vuelta—Usted rompió esa regla, joven, Emily.
Pues—me coloqué un mandil—Aquí todo huele delicioso, pero no tanto—Ambas me miraron fijamente—Yo sé que se están esforzando—abrí mis ojos y me sonrojé—No, no, no me miren así.
Ambas siguieron en lo que estaban.
Faltan mis exquisitos—lancé un beso al aire—y deliciosos panecillos franceses—saqué los ingredientes.
Nadie decía nada. Susan no me miraba. Sabía que estaba haciendo un gran esfuerzo por no interactuar conmigo. Yo no me aguantaba, y aunque no recibía respuesta, hacía comentarios.
He dejado a Mattie con Vinnie—comencé a cernir la harina—Así que seré rápida con esto, porque apenas esa niña manche sus pañales, Lavinia me la querrá regresar. Esa chica es capaz de dejarla en la tina sola para que se limpie—mordió sus labios para no reír.