Capítulo 17

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Narrador omnisciente

Emily se había pasado los días pensando en aquel rostro tan suave y angelical que amaba. No dejaba de aparecer en sus sueños y en sus pensamientos. Sentía que aquel último día en que hablaron, todo había quedado tenso e inconcluso.
La fuente de inspiración que tanto tenía para escribir, incluso cuando las migrañas llegaban, había disminuido significativamente.
No se había percatado de lo principal, y es que no podía desear y brindar esperanza, si es que sentía que las piezas en su corazón no terminaban de encajar. No podía pensar que los sentimientos de Sue habían que ser minimizados, cuando en primer lugar ella era la que le daba las fuerzas para vivir y soñar. Ella también lo valía, y lo que sentía también lo hacía. Era parte de su familia y no podía dejar que caiga, ninguno de ellos.

Se había instalado en el invernadero de su jardín. Tomó un libro entre sus manos y acarició las paginas de el.

Se quitó los zapatos que traía consigo. Sintiendo su piel un tanto fría, pero la temperatura iba en aumento.

De pronto dejó de estar en donde estaba. De pronto se encontraba en aquel lugar donde no era el cielo, pero todos eran como sus armarios escondían, porque ahí no había que guardar secretos jamás.

—No puedo dejar de pensar en los soldados moribundos—comentó. Y es así, ella los veía cada noche. Veía como la sangre era expulsada de sus órganos—Todos sentían mucho dolor—

—Eso es bueno para una poeta—el hombre de lentes y traje respondió—Todos los sentimientos lo son. Cuanto más intensos, mejor—Ella ya se había encontrado en aquel espiral de intensidad, el cual realmente era depresión, hiperactividad y un poco de azúcar de más, pero para el poeta contribuía. ¿Sabía ella reconocerlo?—Debemos sentir el máximo dolor y el máximo placer—el problema era que todo sucedía en su cabeza. Nunca había sido capaz de exclamar—Así que dime, Emily Dickinson. ¿Qué te pone a tono?—

—Oh, y-yo—sue mejillas quemaban—no lo sé.—

—¡Claro que lo sabes!—el tipo ese no tenía vergüenza de convencerla—¡Vamos! ¿Qué te pone a tono? ¿Qué te pone caliente?—

—Estoy pensando...—no podía, era el lugar indicado para decir la verdad. Ahí no existían las mentiras.

—No, deja de pensar—negó cerrando los ojos—¡Solo dilo! ¡Dilo ahora!—

—¡Bien!—un poco de presión era necesaria—es Sue...—

—Vaya—molestó—mira que interesante.
Entonces...¿quién es Sue?—esta vez la curiosidad mató a la vergüenza y al temor.

—Bueno, e-ella es como...—tragó saliva—¿una amiga? algo así como mi hermana, y también es algo así como mi...—

—¿Amante?—

—Sí—sus manos se deslizaban por su vestido.

—¡Fabuloso!—la sonrisa pícara después de aquel descubrimiento y pecado que guardaba en ella—¿Y es con Sue con quien viertes todos tus ríos deprimidos?—

—¿Disculpa?—una mano acarició su labio inferior. Se imaginó besándola.

—¿Es con Sue con quien abrazas mil años en adelante?—estaba yendo lejos y para bien—¿Es con Sue con quien te envuelves? ¿Sue con quien te abrazas? ¿Sue de quien no puedes desprenderte?—Apartó su ropa interior para rozar un par de sus dedos—¿Es Sue con quien te interpenetras?—

—Bueno—suspiró—sí.—

—¡Entonces dilo! ¡Grítalo a los cuatro vientos! ¡Amor libre! ¡Libertad de expresión! ¡Sexo, sexo sexo!—

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