Secretos y mentiras. ¿Por qué las creamos? ¿Por qué nos arriesgamos a vivir de ellas? Tal vez se piensa que, a través de ellas, tanto nosotros como los que nos rodean estamos a salvo de sentimientos tales como el dolor, la ira, la decepción.
Los seres humanos, incluso aquellos que parecen tener la vida resulta, tenemos la tendencia a huir de situaciones que nos ponen entre la espada y la pared, una donde ninguna mentira en el mundo podría salvarnos. Aún así, ¿cómo reaccionamos cuando ese momento llega?
—Me gusta la que tiene letras doradas —opiné. Spencer y yo estábamos en medio de una videollamada. La de cabello oscuro me mostraba diferentes opciones de tarjetas online, así no tendría que imprimir y mandarlas por correo.
—También es mi favorita, muy sofisticada —dijo volviendo a mostrar su cara en la pantalla—. Te veo un poco apagada. ¿Todo bien?
—Sí, sí —respondí rápido—. Solo son los horarios rotativos, nada más.
—Cada sacrificio tiene una gran recompensa, hermanita —sonrió. De lejos escuché el ruido de una alarma, lo que provocó que Spencer se levantara apurada—. Te llamo después, bye.
Y sin más, colgó.
—Bye, te amo —le dije a la nada mientras soltaba el celular sobre la mesa. Pasos por el pasillo se escucharon, y por allí apareció Nick vestido con un jean negro, remera blanca y un blazer del mismo color que sus pantalones.
—¿A quién amas más que a mí? —preguntó haciéndose el ofensivo, parándose frente al espejo redondo colgado en la pared.
—La imagen sincrónica de mi querida hermana —respondí irónica, levantándome para caminar hacia Parker y pararme a su lado—. ¿Te espero despierta para hablar de tu noche romántica?
—No creo que vuelva temprano si todo sale de acuerdo al plan —comentó peinándose con la mano. Reí negando con la cabeza.
Desde aquél día en que Shaun los atrapó in fraganti, Nick y Connor iniciaron una especie de relación que solo ellos sabían hacia donde iba. Salían casi todas las noches dos o tres horas, y aprovechaban los días que nosotros teníamos libres para salir más tiempo. Pero nunca descuidaban su trabajo, eso tenían en común.
—Lyla estaría orgullosa de ti.
—Ni le vayas a decir, ya veo que organiza otra boda —dijo alarmado.
El teléfono colgado en la pequeña cocina sonó. Nick prácticamente corrió para atender, se trataba del portero avisando que había gente esperando permiso para subir. Yo pensaba que solo se trataba de Connor, pero cuando Nick abrió la puerta escuché más de una voz. Extrañada, dejé la comodidad del sofá y fui hasta la entrada. Junto a Connor se encontraba Shaun, quien tenía una bolsa blanca de un restaurante de comida china.
—¿Ahora son un trío? —pregunté llamando la atención de los tres hombres.
—Ya que estos dos nos dejan solos otra vez —dijo Shaun mirándome—, pensé que podríamos cenar y trabajar en el guión —achiqué los ojos y me crucé de brazos. El de ojos oscuros alzó la bolsa—. ¡Tengo noodles de arroz!
—¿Y de postre?
—No sabía qué traer, así que compré chocolate.
—Está bien, puedes pasar —dije tratando de no sonreír como niña pequeña. Nick se hizo a un lado para dejarlo entrar.
—¡Nos vemos par de tórtolos! —gritó Parker saliendo y cerrando la puerta en el proceso. Suspiré caminando a la cocina.
—¿Qué bebes? —pregunté alto.
—¡Lo que tengas!
Saqué de la heladera dos botellitas de cerveza, las destapé y abandoné la cocina. Cuando regresé al comedor/living, vi la comida sobre la mesita ratona y a Shaun caminando por la sala, observando algunos retratos que tenía sobre mi repisa. No eran muchos, pero sí eran fotos con mis padres, Spencer y Frank, Almmy y uno con mi anterior compañero perruno: Tony.
—No intentes analizar mi vida —solté haciéndolo sobresaltar. Sonreí dejando las botellas junto a la comida—. No es buena idea.
—¿Mucho drama familiar? —cuestionó sonando divertido, pero curioso. Reí en forma de respuesta y solté un almohadón en el suelo para sentarme sobre él. Shaun imitó la acción, quedando a mi derecha.
—Así que —dije agarrando la caja que tenía los fideos dentro y unos palillos chinos—. ¿Te sentías solo y decidiste asaltar mi humilde morada?
—¿Tan obvio fui?
—Y... —me encogí de hombros, ladeando la cabeza hacia ambos lados. El de cabello azabache agachó la mirada riendo, contagiándome en el proceso—. Pero no te preocupes, suelo hacer lo mismo con Andrew.
—Hablando de él —cambió de tema—, hoy me llamó. Ojalá hubieses escuchado las preguntas que hacía, quería saber todo de lo que hacemos.
—Andrew es la típica vieja chusma del vecindario —reí—, por eso lo amo. Tiene los mejores chismes.
Esa cena fue el comienzo de una noche que no olvidaría. Empezó así, comiendo esos exquisitos noodles y un par de cervezas, que se transformaron en dos y luego tres. Para el momento del postre -chocolate-, ambos estábamos sentados en el sofá enfrentados. A esas alturas ya nos habíamos olvidado del guión, hablábamos de cosas más personales y eso fue una sorpresa para mí.
Normalmente era la clase de persona que mantenía su vida privada bajo cuatro llaves, no me gustaba hablar más de lo necesario y había una razón. No obstante, ya sea por el alcohol en el cuerpo o la comodidad del momento, estaba dispuesta a contestar las curiosidades de Shaun. Su cara, iluminada por la tenue luz de la lámpara sobre una mesa de luz, su cálida sonrisa y armoniosa risa me hicieron sentir tranquila. Además, también tenía interés en escuchar sus historias.
—¿Seis años? —cuestioné agrandando los ojos—. ¡Eras solo un niño para tan gran cambio!
—Pero al final resultó un poco más sencillo, supongo —recargó un brazo sobre el respaldo del sofá—. Aprender inglés, ese sí fue un desafío.
Shaun me contó esa noche cómo fue su llegada a Estados Unidos junto a su familia. Buscando una vida mejor, decidieron abandonar su hogar de origen para trasladarse a una pequeña ciudad en Ohio. Me confesó que los primeros años fueron duros mientras trataban de acostumbrarse no solo a un nuevo idioma, también nuevas culturas sin dejar las suyas de lado. Le pregunté si había regresado a China años después, me confesó que una vez habían viajado para su cumpleaños número dieciséis y que esperaba volver pronto. Aunque no tenía intenciones de vivir allí, amaba la vida que había construído mientras crecía.
—Asumo que esa es tu familia —dijo desviando la mirada hacia el estante con los portaretratos. Asentí apretando los labios.
—Mamá, papá, hermana, cuñado —empecé a señalar—. La del collar violeta es Almmy, el del collar rojo: Tony. Murió hace casi tres años ya.
—Oh, lo lamento —dijo frunciendo levemente el ceño. Negué sonriendo levemente.
—Está bien. Estoy tranquila porque sé que está descansando.
Shaun sonrió por el último comentario, al mismo tiempo que ponía una mano sobre la mía y la acariciaba. Fue solo por unos cortos segundos, pero la corriente eléctrica perduró horas.
—Corrígeme si estoy mal —empezó a hablar para interrumpir el silencio—, pero tu hermana y tú no se parecen en nada.
Reí acomodándome en el sillón.
—Eso es porque somos adoptadas —confesé llevándome una mirada de sorpresa—. Nos conocimos en el orfanato, éramos inseparable y hacíamos todo juntas. Tuvimos la suerte de ser adoptadas por la misma familia.
—Wow, eso... explica muchas cosas —dijo asintiendo lentamente—. ¿Cuántos años tenías?
—Nueve cuando adoptaron, cinco cuando me llevaron al orfanato.
—Eso quiere decir que pasaste tiempo con tus padres biológicos.
Y ahí estaba, tocando el tema que trataba de evitar a toda costa por mi propia integridad mental. Había pasado años construyendo una muralla delante de los viejos recuerdos, tratando de dejar los bonitos junto a Lyla, Edward y Spencer. Después de todo, la familia se elige y yo los había elegido a ellos. Aún así, muchas veces algunos recuerdos lograban escalar la muralla y me alcanzaban. Tratar de huír era complicado, pero más difícil era reconstruir.
—Sí, pero nos los recuerdo —mentí—. Muchas cosas son borrosas a los cinco.
—Es cierto, tienes razón.
Se dice que los niños de 3 a 5 años empiezan a ser capaces de utilizar estrategias para memorizar. Hay ensayos clínicos, charlas de doctores, libros de maternidad que te dan millones de teorías sobre cómo funciona el cerebro de tu bebé a medida que crece. Sin embargo, la realidad es que todo no es más que una vil incógnita. ¿Quién puede decir con exactitud cómo funciona si cada cerebro es completamente diferente? Corrección, si todos somos diferentes.
Entonces, si nuestro cerebro y su mecanismo es una incógnita, por qué la necesidad de mentir y mantener secretos. ¿Lo aprendemos de nuestros padres? ¿Lo desarrollamos nosotros? ¿Se trata de otra famosa construcción social?
—Y Connor estaba... —contaba Shaun cómo fue el primer encuentro con el británico. Aunque trataba de hacer un esfuerzo para mantenerme despierta, mis ojos se cerraron poco a poco hasta que caí rendida en el sofá. Lo último que sentí fue mi cabeza siendo recostada sobre una almohada y una sábana sobre mi cuerpo.
Abrí los ojos pensando que ya había descansado horas, pero la imagen con la que me encontré me hizo desear no haberme dormido en primer lugar.
La razón por la cual no hablo de mis padres biológicos es porque, después, termino atrapada en una pesadilla con ellos.
Esa noche ocurrió. Estaba parada en medio de la vieja cocina gris de mi primera casa. Podía ver, como tantas otras veces, las botellas vacías de cerveza sobre la mesa, el mantel largo y blanco; los trastes en el lavadero esperando por ser limpiados, las puertas de la alacena abiertas y con algunos paquetes de fideos dentro. Y, sentada contra la puerta con una niña entre sus piernas, estaba la mujer que me había dado la vida.
—Estrellita, ¿dónde estás? —cantaba contra mi oído— Me pregunto quién serás.
Recordaba todo de ella. Su cabello extremadamente largo y negro, lacio, suave y brilloso; sus ojos verdosos llenos de luz, hoy en día reconozco que tengo un rastro de ellos en los míos. Me acordaba de sus manos apretando las mías con delicadeza, el color rojo de sus uñas y el aroma de su crema favorita. Recordaba su obsesión de querer llevar siempre una prenda color blanco, lo cual la hacía ver más feliz. En casa normalmente andaba descalza, decía que le gustaba sentir el frío del suelo contra sus pies porque la mantenían sujeta a la tierra. Me contaba que ella necesitaba eso porque debía cuidarme de la oscuridad.
Sin embargo, su voz es la que más recordaba. La escuchaba siempre, cantando Estrellita, ¿Dónde estás? porque ayudaba a calmarme. La recordaba porque...
—¡Roxy!
—Ve, escóndete —ordenó la mujer.
Esa noche fue en la que ella murió.
—¡No! —grité. En el proceso giré y caí en el suelo, finalmente saliendo de la pesadilla. Rápidamente me senté, tratando de controlar mi respiración y evitando que ésta despertara a Shaun. Miré el reloj, eran las tres de la mañana.
Terminé suspirando al darme cuenta de que estaba transpirando. Por lo tanto, me paré y abandoné la sala para encaminarme al baño lo más silenciosa posible. No obstante, tiempo después, Shaun confesó que no estaba dormido. Él había escuchado cada una de las palabras que decía mientras dormía, y dijo que jamás oyó algo tan desgarrador como aquello.
Construcción social o no, mentir y ocultar son dos armas que creemos nos ayudarán a subsistir. Crecemos mirando películas, yendo al teatro, escuchando historias volcadas primeramente en papel para después ser llevadas a la vida por un actor, y ya creemos que un 10% de lo vemos es real. Así es como todos nos volvemos actores en la vida, incluso aquél que se dedica a ser un astrofísico o piensa que el arte es absurdo.
Mentimos, creamos historias, mantenemos secretos, creamos altos muros y confiamos que ello nos mantenga a salvo. Aunque hay algo mucha más fuerte y poderoso que asusta aún más, tiene un nombre, y se llama honestidad.Un poquito de tristeza en el capítulo de hoy :'c
A pesar de ello, espero que les haya gustado mucho!
PREGUNTAAA:
¿Creen que Shaun intentará hacer algo para distraerla?
Los leo! ♥
-Melany
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Las dos caras de Roma.
Fiction généraleUna actriz carismática se encuentra en una encrucijada consigo misma cuando sus demonios del pasado intentan apoderarse de su salud mental. La línea entre lo racional e irracional se vuelve delgada, y Roma parece haber perdido el rumbo. ¿Cómo podrá...