En cada historia, sea buena o mala, hay un amigo leal que siempre está junto al personaje principal. Ese amigo leal es capaz de hacer lo que sea para proteger a la persona que más quiere. A veces se enamora perdidamente, pero no dice o hace algo al respecto por miedo a arruinar la bonita relación que han construido. Incluso si no se enamorara, el afecto es profundo, real, honesto. Al menos de esa forma lo sentí con mi primer mejor amigo.
Lo conocí el primer día de clases, justo después de que los Wilson nos llevaran a su hogar. Spencer, al ser más grande que yo, estaba en un salón diferente y apartada de mí. Eso, más el hecho de que era un pequeña aterrorizada e introvertida personita, me hizo sentir como un pez fuera del agua. Me habían arrancado de un lugar que, si bien no era un hotel cinco estrellas, me hacía sentir tranquila; luego me llevaron a una casa nueva -en la cual viviría por los siguientes diez años- y finalmente me arrojaron en un espacio completamente nuevo, lleno de otros niños y maestras que parecían querer salir corriendo todo el tiempo. Todo eso en un lapso de tres días. Fue demasiado, ¿no lo creen?
Como sea, retomando el tema anterior, ese día quería desaparecer; en especial cuando la maestra de ciencias dijo que nos pusiéramos en pareja para el proyecto. Yo solo me quedé sentada en mi silla, guardando silencio mientras veía al resto de mis compañeros juntándose con sus mejores amigos. Creí que si me quedaba así, la maestra eventualmente me dejaría hacer el proyecto sola. Sin embargo, aquello cambió cuando un niño cachetón de cabello rubio y ojos azules se paró frente a mí. Sonreía ampliamente y feliz, mostrando alguno de los dientes que perdió.
—¡Hola! Soy Harvey Flanders y me gustaría ser tu compañero.
Lo miré de arriba a abajo con una ceja levantada. Se veía como un niño amable.
—¿Flanders? ¿Como el Ned Flanders?
—¿Quién?
En mi imaginación de niña quería golpearlo por no conocer Los Simpsons, pero también había notado el extraño acento y eso llamaba mi atención.
—¿De dónde eres?
—Irlanda.
Esa fue la primera de muchas conversaciones que vendrían después. Me contó que sus padres y él se mudaron a los Estados Unidos en busca del sueño americano, pero a su vez me confesó que no quería dejar su país porque toda su corta vida estaba allí.
Al final, con ese pequeño relato terminó convenciéndome de aceptar ser su compañera. ¿Por qué? Simplemente supe en ese momento exacto que éramos dos peces fuera del agua. Ya no me sentía sola. Los dos teníamos dos vidas nuevas que construir, y al acompañarnos mutuamente pudimos evitar el sentimiento de soledad. En otras palabras, nos convertimos en el hombro del otro.
Los años pasaron, nosotros crecimos al mismo paso que nuestra amistad. Solíamos hacer todo juntos: tareas, bromas hacia Spencer, incluso pijamadas. Ocasionalmente lo aconsejaba con el tema de las chicas. Y sí, teníamos un grupo de amigos, pero nosotros sabíamos que éramos los dos hasta el final. No teníamos porqué dudar del otro.
Sin embargo, como en cada buena o mala historia, hay una tercera persona con un solo objetivo: destruir la relación entre el personaje principal y su deuteragonista.
El nombre de nuestra antagonista era Tabatha 'Tabby' Carter. No era una maldita como en los libros o películas. Al contrario, siempre la vi como una persona feliz, amable y dulce. La clase de persona que miras y dices "no mata ni una mosca". Pero, Tabatha era un ser humano; ningún ser es perfecto. Ella tenía un defecto detectable a simple vista: era realmente insegura.
Yo no llegaría entender a Tabby hasta años después, cuando me encontré en un debate entre perdonar o no. Pero eso lo contaré más adelante, no quiero arruinar sorpresas.
A pesar de ello, llegué a adorar la relación entre Tabby y Harvey. Eran el uno para el otro y todos podían verlo. Yo me consideraba su fan número uno... Hasta que ella le pidió un respiro porque no estaba segura de sus sentimientos.
Nunca había visto a Harvey tan triste. Él la amaba ciegamente, Tabatha era su mundo entero. Pero para ella, él no lo era. Ahora, no tengo nada en contra con que alguien se sienta inseguro de sus sentimientos. Mi problema empezó después, cuando ella quiso volver.
—No creo que sea una buena idea —le dije dudosa—. Si lo que siente es real, no hubiese dudado en primer lugar.
—Lo sé, Ro, lo sé.
—Pero es tu decisión. Voy a estar aquí si algo sale mal.
Harvey sonrió y besó mi mejilla cortamente.
—Te quiero, hermanita.
Lo siguiente que ocurrió fue que volvieron. ¿Estaba feliz? No. Pero como dije antes, no era mi vida ni decisión, así que me guardé el resto de mis opiniones para mí y puse una sonrisa en el rostro cada vez que Harvey me hablaba sobre ella y su amor verdadero.
Aunque, la inseguridad de Tabatha le jugó en contra. No la culpo, tenía un pasado difícil con chicos que rompieron su corazón y terminaron difamándola.
Ahora, Tabby también tenía un pequeño grupo de amigas que conocían su debilidad, y no desaprovecharon la oportunidad de hacer una maldad.
—Sus amigas le dijeron que la estoy engañando contigo.
—¿Qué? —cuestioné sentándome en la cama— ¡Es una locura!
—¡Lo sé! Tabby no les creyó —comentó aún con su cabeza apoyada en mi regazo—. Pero solo por si acaso, ¿me harías el favor de no abrazarme en la escuela?
—¿Qué? —pregunté sin creerlo. Yo estaba en shock, pero Harvey parecía tomárselo todo con tranquilidad.
—Solo por las dudas —aseguró—. Hasta que los rumores pasen.
Pero los rumores no desvanecieron, y aquél favor fue solo el comienzo. De los no abrazos, pasamos a casi no hablarnos cuando estábamos en la escuela; mucho menos podía dirigirle la mirada cuando las amigas de Tabby estaban cerca porque "teníamos que ser precavidos, Tabatha es muy sensible". Sus palabras, no mías.
Un mes más tarde, durante una de las noches más frías del año, recibí un texto suyo en el que me devolvía la clave del Nexflix (como dije, solíamos compartir todo). Cuando le pregunté el porqué, su respuesta logró congelarme más que el mismo frío:
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Las dos caras de Roma.
Genel KurguUna actriz carismática se encuentra en una encrucijada consigo misma cuando sus demonios del pasado intentan apoderarse de su salud mental. La línea entre lo racional e irracional se vuelve delgada, y Roma parece haber perdido el rumbo. ¿Cómo podrá...