Sirenas

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Nos habíamos alejado demasiado de la costa y eso no estaba dentro del plan.

Todavía veíamos esos barcos a lo lejos, por lo que no podíamos volver, pero por lo menos estábamos en una zona segura. O eso pensábamos.

Llevábamos ya unos días de viaje y algunos tenían hambre. No pensamos en la comida, pero pudimos solucionarlo aprovechando nuestras lanzas. Algunos de nosotros vigilabámos a la espera de cualquier tipo de pez y otros saltaban en el momento perfecto para atravesarlos con sus armas.

Unai también quería comer, así que saltó al agua a por el pez que vió momentos antes, pero no regresó. Por alguna razón no subía a la superficie. En cuanto pasó suficiente tiempo como para sospechar que no estaba del todo bien, me lancé a salvarle.

-Aguanta Unai…Pensé preocupado.

Con dificultades, pero logré sacarle.

-¡Arf! ¡Arf! ¡¡Unai!! ¡¡¡Despierta!!!-Dije ya en el barco.

Marc corrió hacia nosotros y golpeó a Unai en el pecho.

-¡¡Aaahh!!-Unai por fin abrió los ojos.
-Tranquilo, respira, respira…-Le calmaba Terencio.
-Marc, ¿Qué haces?-Pregunté asustado.
-No te preocupes, sé lo que hago.
-¿Qué me ha…?-Se quejó Unai.

-No lo sé, no salías del agua.-Respondí preocupado.
-Si…Ya lo recuerdo. No salía por qué me estaba llamando.
-¿Quién?-Dijo Terencio en busca de respuestas.
-No lo sé…
-Yo si sé algo, el agua queda prohibida.

Estuvimos un rato parados, dándole vueltas al asunto. Cuanto más pensábamos en ello, menos sentido tenía.

-¿Una voz bajo el agua?-Se sorprendió Marc.
-¿Cómo?-Preguntó Alfonso.
-No lo sé.
-Tal vez se esté volviendo loco…-Sugirió Marc.
-Nadie se vuelve loco de un momento a otro. Además, Unai es una de las personas más cuerdas que conozco.-Comenté.
-Deberíamos irnos ya.-Sugirió Unai, quien acababa de llegar a la escena.-Tal vez sea el agua.
-Hablaré con Juan.-Terminé.

Con un buen salto me posicioné en otro de los barcos, en el que venía yo, el que manejaba Juan.

-Hola Juan.
-Buenas, creo.-Dijo aburrido y con un tono despreocupado.
-¿Crees que podemos irnos?
-Siguen ahí. Es raro, ya llevan un buen rato. No están ahí para comerciar, ya se habrían ido.
-¿Nos habrán visto?
-Espero que no.

Y con otro brinco volví con los demás para contarles la noticia. Pero entonces ví a varios hombres buceando tranquilamente.

-¡¿Pero qué…?!

Sin embargo, aquellos hombres salieron aparentemente sanos, y no paraban de decir que una hermosa voz los animaba a seguir nadando. Sus caras expresaban placer extremo, a diferencia de la de Unai.

-Tenemos que hacer algo.-Afirmé.
-Si. No podemos dejar que la gente se bañe sin más, mirad a Unai.
-Tal vez él sea el único afectado.-Sugirió Marc.
-No me digáis que vosotros también os váis a sumergir.-Se rió Terencio.
-Pensábamos hacerlo, pero ahora estamos seguros.

Entonces una gran horda de reyes y guerreros que no pudimos detener, se zambulleron en aquel cristalino mar azul, del que provenía esa voz. Desconcertantemente todos salieron en buen estado.

Las horas pasaban y aquellos barcos seguían allí. Cada vez se me hacía más fácil pensar en que nos habían descubierto.

Sin embargo, Marc Alfonso, y todos los que en aquel mar se bañaron, comenzaron a ponerse un poco raros. Todos ellos se acercaron al agua y sumergieron sus pies mientras miraban fijamente a un punto en el que no logré ver nada.

-Teren, dime que no soy el único que está viendo esto.
-Por desgracia no.-Respondió asustado.

Todos se levantaron y se dirigieron hacia nosotros.

-Venid…
-Acercaos al agua…
-El agua os dará vida…
-Seguid la voz…

Todo daba mucho miedo, y aún con esas teníamos que lidiar con un ejército, o parte de él, fuera de control. Pero antes de que me diera cuenta ya se habían lanzado sobre Terencio.

-¡Teren!
-¡Corre, haz algo! ¡Los entretendré todo lo que pueda!

Cogí un par de cuerdas y unas lanzas y fui de barco en barco esquivando rápidamente a mis compañeros. Cuando todos los barcos estaban atados en fila y en movimiento, volví al primer barco en el que estuve, el de delante.

-¡Venga Juan! ¡Tenemos que irnos!

Pero Juan no contestaba, pues se había quedado dormido.

-¡Mierda!-Pensé.

Pero antes de que pudiera hacer algo a tiempo, los demás se lanzaron sobre mi. Con mis últimos alientos alcé la mano y giré un poco el timón en dirección a este, para intentar seguir sin ser vistos, si es que seguíamos.

No creo en ningún dios, pero debo admitir que en ese momento recé a todos los que conocía.

Juanjo III y la guerra de unificaciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora