El día del ataque

13 1 0
                                    

-Venga, me pondré la armadura, pero no hay tiempo para mucho más, la carta acaba de llegar, imagina cuando la habrá escrito…
-Si, partiremos enseguida.-Dijo Luis.

Salimos a los campos de entrenamiento y avisamos a todos de que en unos minutos nos iríamos del lugar. También envíamos a todas las aves disponibles a enviar el mensaje a todos. No teníamos tantas, así que en el mensaje incitamos a los demás a hacerlo también. Y mientras todo tipo de pájaros sobrevolaban nuestras cabezas, Unai apareció.

-Voy con vosotros.
-¿Estas loco? apenas puedes caminar.
-Eso ahora.
-Te recuerdo que tu especialidad es moverte rápido. ¿Qué harás cuando no puedas hacer eso?
-Quieto o en movimiento sigo siendo una cifra más. Y sabes que en batallas como estas uno más puede cambiarlo todo.
-No vendrás. Uno más puede ser otra baja, y prefiero a otro antes que a ti.
-Pero…
-Tu te quedas. Es una orden.
-Aún no eres rey.
-Lo seré después de esta batalla.-Finalicé con una brillante sonrisa en medio de la cara.

Después de aclararle las cosas a Unai, Terencio apareció.

-¿Teren? ¿Dónde te habías metido?
-En la plaza, ganándome la vida.
-Pero…
-Algunos tenemos que mantenernos, señor rey.-Dijo en tono de burla.
-Pero si…
-Bonita armadura.
-Lo sé, venga, hay que irse. ¿Tu vienes no?
-¿A la batalla más épica del siglo? No lo dudes.
-Jaja-Me reí.-Venga, no perdamos más el tiempo.

Todos los que pudimos montamos a caballo, y los que no fueron a pie, justo detrás de nosotros. También llenamos los barcos y los dirigimos a la batalla, con el propósito de hacerle frente a la flota romana. No eran muchos, pero seguro que otras ciudades también tenían algunos, y la unión hace la fuerza.

-Aceleremos.-Sugerí.
-Pero les dejaremos atrás.-Dijo Alfonso señalando a los que andaban sin montura.
-Pues que así sea. No nos podemos permitir retrasarnos. Ya llegarán cuando tengan que llegar.

Y así, aceleramos el ritmo. Sin embargo, se hizo de noche, y yo decidí montar un campamento, acción en la que no todos estaban de acuerdo.

-No podemos parar, llegarán antes que nosotros.-Dijo Víctor.
-Pues que lleguen. Prefiero que estéis descansados cuando lleguéis antes que os durmáis en plena batalla.
-Entonces…-Preguntó Pol.
-Descansad.
-Tu  también deberías. ¿Cuánto hace que no duermes?-Dijo Gabriel.
-Lo haré…Pero alguien tiene que quedarse de guardia.
-Yo me encargo.-Sugirió Pol.
-¿De la primera guardia?
-De todas.
-¿Estas loco?-Le dije intensamente.-No permitiré que uno de nuestros mejores guerreros llegue cansado a la batalla.
-Pero yo no soy uno de nuestros mejores guerreros. Es él. Aunque no descanse, mientras sea yo quien mantiene el control, él podrá descansar.
-¿Acaso lo has comprobado?-Preguntó Luis.
-No del todo…Pero funcionará.
-Es una locura, no puedo dejar que lo hagas.
-Confiad, saldrá bien.
-Si te caes del caballo no pararemos a recogerte.
-Esto no va a salir bien…-Se rió Jan.
-Esperad un momento. Estoy bastante seguro de que faltan varios días antes de llegar al Ebro.-Dijo Enrique.
-Comprovemoslo.-Dijo Luis mientras sacaba el mapa.
-¿Y bien?
-Pues tienes razón. Si no me equivoco falta bastante…Podríamos parar en Tara, está en medio del camino.
-Entonces…¿No importa quién haga las guardias?-Se extrañó Pol.
-No, los caballos aún no vuelan. Y ahora a dormir, enfermo salvaje.-Se rió Jan.

Al final decidimos no hacer guardias, ya que dudabamos que alguien pudiera atacarnos, y en caso de que algo se acercase, los caballos nos advertirían de su presencia. Al poder descansar toda una noche al completo todos nos levantamos con buen aspecto.

Tras mucho viaje y varias tonterías llegamos a Tara, donde nos reabastecimos, descansamos, y aproveché para ver qué tal marchaba todo en la ciudad. Todos estaban felices de verme, y eso me alegró. La economía ya fluía casi como nuestro río y el bosque resplandecía más que nunca.

Pasamos la noche y durante el día llegamos a nuestro destino. No fuimos los primeros, pues ya nos estaban esperando. Varios barcos se encontraban en la zona y los ejércitos de ciudades cercanas también estaban allí. Nos pusimos un poco al día pero algo nos interrumpió.

-¿Todo bien?-Preguntamos los recién llegados.
-De maravilla. Hemos comenzado a montar el campamento allí.-Dijo señalando un poco más al oeste.-Y ni rastro de barcos enemigos. Sois muchos, deberíais instalaros.
-Buena idea.-Dijo Alfonso.
-Venga, descargad vuestro peso en el campamento. Os avisaremos cuando llegue el momento.-Les comunicó Víctor.
-Eso de que no había barcos…-Alfonso comenzó a temblar.

A lo lejos comenzaban a ser visibles algunos, y después muchos, y muchos más barcos. El número de barcos superaba el centenar, una flota con un poder que jamás habíamos visto en el pasado.

-Ya no hay vuelta atrás.-Dijo Jan mientras descargaba el mandoble de su hombro.
-Terencio, apuntalo. 15 de agosto de 1207. El día del ataque.

Juanjo III y la guerra de unificaciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora