Obsequios

780 61 0
                                    

Atenea

Los días del veintiuno de julio antes de la muerte de mi madre eran simplemente maravillosos, me la pasaba corriendo de aquí para allá por un año más de vida y agradeciéndole a Dios por todo.

Cada saludo y bendición que me daban la atesoraba en lo más profundo de mi corazón, y al terminar el día después de mis típicas fiestas de cumpleaños mi madre me entregaba sus regalos, eran cartas, para cualquiera eran simples hojas, para mí, lo único que me ayudo a levantar el culo cuando ella murió.

Hoy me levanto con veinte años encima, hecha mierda porque me la pase llorando toda la noche en los brazos de mis hombres por el recuerdo de mi madre, aunque yo sepa que está conmigo, desearía poder abrazarla y que ella fuera quien tranquilice mi llanto.

No anhelo buenas vibras ni bendiciones, no le agradezco a Dios por nada, tampoco ando corriendo como loca para arreglarme e ir alguna parte, deecho como últimamente lo hago, me quedare acostada todo el día y ya.

O eso creía.

Hace poco los mafiosos se fueron, tenían que trabajar y me vino como anillo al dedo, pero en estos momentos están tocando la puerta de mi habitación, extraño pues hace media hora se fueron aquellos hombres, espero no sea Germán o su nueva familia.

Miro por el "ojo mágico" y solo veo el pecho de esta persona, pero, aunque no le vea la cara, tampoco siento temor por su incógnita presencia, y me aplaudo el sexto sentido cuando abro.

-Me haces sentir segura, aunque no te vea ni la mitad del cuerpo. –

-Alteza, no sabía cómo entregarle esto por sueños asique tuve que volver a la tierra. –

-Mi Odell, jamás te dije la fecha de mi cumpleaños...-

-Pero yo la sabia de memoria desde el momento en el que nació, o creía que era coincidencia las mariposas blancas con dorado que volaban en su cuarto para esta misma fecha. –

- ¿Tú eras? Que pillo. –

Se sonroja y ríe tímidamente como la primera vez que nos conocimos, es en realidad muy hermoso, ojalá fuera de este lugar.

-Pero no te quedes parado ahí, pasa por favor. –

-No quiero interrumpir lo que estabas haciendo...-

-No estaba haciendo nada, solo pudriéndome en mi cama. Ven, acuéstate conmigo...- sonó raro – o sea, recuéstate en la cama. –

Lo hace con mucho cuidado de no sobrepasar en mi espacio personal, pero la verdad es que nos encontramos lejos como para que pase, algo.

- ¿Qué hará el día de hoy su excelencia? –

-Deja de tratarme asi rubio, a Atenea trátala así, a mí no. –

-No puedo hacerlo, usted tiene sangre divina, sería algo poco adecuado estando en presencia de...-

-Sí, sí, si ya cállate y dame mi regalo. –

Le arrebato de las manos su obsequio y rasgo el papel que envuelve lo que sea que este dentro.

Es una pequeña caja, como las que guardan dentro un anillo de compromiso.

-Odell... –

-Termínelo de ver por favor. –

Abro el pequeño cuadrado y no es lo que pensaba que seria, es mucho mejor.

Un dije con la letra inicial del nombre de mi madre en oro blanco es el regalo de la mano derecha de Atenea.

-Es... precioso. –

DIOSADonde viven las historias. Descúbrelo ahora