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La tribu comenzó a recuperarse de a poco. Los heridos fueron sanados por el árbol sagrado y tuvieron que ser sometidos a reposo unos días, por lo potente que había sido el conjuro de Adelice, para dejarlos aletargados. Los cuerpos de ratones y topos fueron quemados y sacados del reino y la fortaleza reconstruida. Elizabeth ayudó en ello, y tambien de vez en cuando permaneciendo junto a la cama de Iris, velando por su recuperación. Y aquellos elfos que murieron en combate, recibieron sagrada sepultura en una solemne ceremonia. Y con el permiso de su amado, el monarca, Lis incluyó en ellos a Phillip.

En el fondo ella sabía que su forma de actuar cuando quiso matarla, fue por culpa del rey ratón y el dolor de saber que nunca podría estar con ella. No porque por sus venas corriera la maldad. No merecía ser sacado junto con los ratones como una basura. Después de todo había sido su amigo. Cuando dejó la corona de pequeñas florecillas encima de su cuerpo, y se retiró, se sintió mucho más tranquila consigo misma, por haberlo perdonado, aunque no dejó de doler el haber perdido a ese amigo.

Ahora, días después de todo eso y de que el reino estuviese recuperado por entero, se permitió respirar a gusto en plena noche, de pie en el balcón de los aposentos del rey. Había asistido a un banquete que el mismo ordenara, como celebración de la recuperación de la tribu, y estuvo sentada a su lado compartiendo con él, escuchándolo reír por las bromas de la corte, y con sus mansos ojos siempre en ella, contemplándola con adoración. Pero en ese momento ya solo quería el silencio de la noche y la pasividad de ver la luna brillando en el cielo, y el aire fresco acariciando su rostro. Algo que extrañaría mucho, después.

Al amanecer, marcharía de vuelta a la casa de Roselinda. Una decisión que había meditado esos días y la había tomado, luego de ver a su Dimitrie en el reino. Si bien algunos elfos y soldados se habían levantado en su contra, eran muchos más, los que le deseaban larga vida al rey. Pues acorde con lo que Nimdra hizo en el pasado, el mantenía el reino, sano a salvo. Y aunque ella pensaba que podría cultivar una vida a su lado, siempre quedaría la espinita de su antiguo hogar. Y él no le había comunicado mucho sus deseos. Si quería que ella se quedara o marcharse juntos. Y Lis no se lo podía pedir, para dejar a toda una comunidad sola y a la deriva.

Quizás lo mejor fuese dar el paso al costado. Aunque tantas noches las pasara en su habitación, recibiendo sus muestras de cariño y suspirando de puro deleite ante lo que esas atenciones le hicieron sentir y que ella sabía, a su pequeña dueña le faltaría mucho por experimentar.

Aspiró el aroma a rosas y lirios impregnado en el ambiente, con los grillos cantando a su alrededor y las luciérnagas revoloteando mas allá, cuando unos brazos la rodearon por atrás.

—Te fuiste demasiado pronto del banquete—dejó que le besara el cuello y la mejilla.

—Me sentía un poco cansada, y quería dejarte tu espacio con tus súbditos—cerró los ojos cuando él la estrechó más fuerte contra sí.

Oh, como disfrutaba de estar entre sus brazos y sentirse arropada por su fortaleza.

—Ahora son los tuyos tambien—le dijo al oído.

—Mi amor, ¿recuerdas que te dije que estaba meditando muchas decisiones, luego de lo que pasó en la batalla?—se dio la vuelta, tomándole las manos y cambiando de tema.

No se sentía muy cómoda escuchando que el considerara a su pueblo como los súbditos de ella, cuando ella hasta problemas debía haberles traído.

—Sí—frunció el ceño—creo que si me lo dijiste—le apartó un mechón rojizo del rostro— ¿pero porque lo dices ahora?—

Tomó aire antes de hablar.

—Tomé la decisión—él sonrió

—Has decidido quedarte—

LA BAILARINA DE JUGUETE (COMPLETA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora