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Cuando Dimitrie regresó del refugio, luego de asegurarse de que Lis se quedaría con Iris, y haría todo lo que ella le ordenara, vio que aunque la batalla iba muy dispareja para sus enemigos, ya había demasiadas bajas para su propio reino. Unos, mujeres y ancianos que no lograron huir y fueron tomados como rehenes antes de ser decapitados. Y otros, soldados que le dieron la mano cuando él no era nadie en el reino, y ahora habían cedido incluso su vida por él, y la tribu.

Fueron masacrados de la peor manera.

Lleno de ira por su gente, y deseando defenderlos, se unió a la guerra, con espada en mano y atacando a un ratón por la espalda. ¿O era una ratona? Quien fuera, terminó sobre el suelo, decapitado. Esquivó palos y lanzas. Cercenó otras cabezas, y aunque su armadura, la que pensó nunca llegaría a usar, terminó llena de sangre, no se detuvo. Y es que su motivación no era solo defender la tribu, el árbol sagrado, y a su gente. Lo era tambien Elizabeth. El deseo de verla una vez más y estrecharla en sus brazos, sentir sus suaves labios contra los suyos. Recuperar el tiempo perdido.

La vez que Nimdra lo apartó de su lado, sintió que el corazón se le desgarraba por dentro. Luchó por escapar mientras volaban por todo el bosque, pero tambien comprendió que una caída desde la altura que llevaban, hubiese sido mortal hasta para él, un juguete. Luego, en el hogar de la elfa, beber la pócima dulzona a la fuerza, y sentir como si su sistema fuese reseteado. De ahí en adelante, toda su vida anterior se le fue de la cabeza. Los bailes con Elizabeth, el señor Percival, la señorita Effie, las fiestas interminables de té con Roselinda su dueña. El hermoso y fuerte amor que sentía hacia su princesa, su capullito. Todo se le olvidó, y su nueva vida dio comienzo. Conocer la tribu y empezar en ella desde cero, sufriendo y pasando trabajos hasta ir subiendo de rango en rango. La tribu lo nombró rey. Se hizo amigo de los más pequeños, y las mujeres y los ancianos, vieron en él, un líder. Alguien que los entendía y ayudaba. Un hombre bondadoso. Sintió que a pesar de no recordar quien fue en el pasado, para esto había nacido. Y llevaría el legado de su tutora Nimdra, hasta la eternidad, costara lo que costara.

Hasta que su pequeña Lis volvió a su vida. Aun sin recordarla, la halló hermosa nuevamente, desde el segundo cero en que sus ojos la vieron. Sin importar lo mal que se encontraba en ese momento. Y conforme pasaron los días, sintió que algo tiraba de él, hacia ella. Que no podía dejar de pensarla, de sentirla en cada rincón del palacio. Donde fuera que estuviera, allí escuchaba su voz, le llegaba su exquisito aroma. No pudo, ni quiso apartarse de su lado, buscando a cada momento excusas para estar con ella. Vigilar su estado de salud cuando fue sacada de la celda, o tras el ataque de Adelice; llevarla a conocer la tribu y el árbol sagrado, revisar cómo iba su entrenamiento. Ella lo atraía como un imán, por más que intentara no dejarse llevar. Y ahora... ¿descubrir que no era simple atracción, sino su alma que había reconocido la de ella? ¿Qué aunque su cabeza la olvidó por completo, su corazón seguía latiendo solo por ella? Tenía que luchar. Luchar hasta las últimas consecuencias. Porque sabía que al final el mayor triunfo, más que el ganarle a los ratones y topos, sería verla una vez más y tenerla nuevamente en sus brazos.

Esquivó una flecha que iba en su dirección, y volvió en sí, confuso y preguntándose de donde los ratones y topos tenían tanta puntería y habían sacado flechas y arco. Siguió la dirección en que había sido lanzada la misma, luego de clavarle la espada a otro ratón, y entonces se encontró de frente con un caballero que no era ni elfo ni animal. Era un hombre de tez morena. Un humano, como Elizabeth y como él. Intercambiaron miradas, y entonces él lo supo. Este había sido el acompañante de Lis durante la travesía, y ahora el traidor que Nimdra le reveló.

Y muy posiblemente venía por su princesa.



LA BAILARINA DE JUGUETE (COMPLETA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora