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— ¡Derecha!—se movió hacia ese lado, y dio un brinco cuando quiso derribarla pasando la espada por debajo.

Su cabello se sacudió con cada movimiento, y ella jadeó ante cada giro y golpe. Su contrincante sonrió, lanzando una estocada para arriba y ella parándola.

—Bien hecho. Aprendes rápido—ella le devolvió la sonrisa, satisfecha.

—Iris me entrenó muy bien—varios elfos los rodeaban mientras se enfrentaban.

—Ya lo creo—ella le lanzó otra estocada, y él tuvo que esquivarla para no caer.

Los elfos aplaudieron.

—Cuidado—la movió arriba, y ella se agachó esquivando el golpe, pero trastabilló cayendo al suelo—no eres tan rápida—le guiñó el ojo, ella volvió a sonreír.

— ¿De verdad, mi rey?—

Recordó el movimiento que hizo Iris la última vez, y movió su pie, tirándolo al suelo también. Todos rieron.

—Tendrá que estar menos distraído—ella se puso de pie y le extendió la mano para ayudarlo.

—No lo creía, pero veo que te preparas muy bien, Elizabeth. Peleas mejor que cualquiera—guardaron las espadas.

Llevaban una semana más en entrenamientos, y ella en la tribu. Iris se reunió con los ratones y la fecha quedó fijada. La batalla sería en dos días.

Los elfos la aceptaban cada vez más, como uno de ellos. Aunque sabían que una vez terminara la guerra, ella se marcharía. Jugaba con los niños de la tribu y se dejaba peinar de las pequeñas. Les contaba historias cada noche, las que tantas veces oyó de boca de la madre de Roselinda. Y luego cenaba con el monarca, siempre a su lado. Aunque Adelice y Úras la despreciaran, y aunque ella tanto como el rey no fueran elfos. Ella estaba ahí y ahí se quedaba... hasta el final de la guerra.

— ¿Pelea mejor que yo? No lo creo—ambos voltearon a ver a la líder de la guardia real.

—Adelice—Lissie levantó la barbilla de forma arrogante.

Algunas costumbres se le estaban pegando.

—La misma—se acercó hasta el rey— ¿te mides a enfrentarte a mí? ¿O te da miedo?—

— ¿No te lo da a ti? ¿Qué te gané la primera vez en el tiro con arco?—la elfa comenzó a sacar su espada.

El rey decidió retirarse prudentemente, viéndolas a ambas enfrentarse.

—Demuéstrame porque eres la líder, Adelice—dijo su nombre con asco, sacando también la espada.

La batalla empezó. Y ambas eran buenas. Pero Adelice jugaba con trampa. No atinaba a defenderse y solamente a acabarla a ella. Lo que quería era verla muerta, y por eso luchaba. Lissie trataba de seguir sus movimientos defendiéndose, con la piel perlada de sudor y las manos ya doloridas. Con un gruñido, Adelice le asestó un golpe en la cadera desviándose hacia un lado y lanzándola al suelo. La apuntó con el filo de la espada.

— ¿Te rindes?—Elizabeth jadeó, apartándose los cabellos de la cara, y le sonrió, sacando las últimas fuerzas que tenía.

— ¿Y dejarte ganar?—se puso de pie y la enfrentó con más fuerza y rapidez que antes, obligándola a retroceder.

Los elfos la abuchearon cuando la mortal le dio una fuerte estocada en el hombro. Tuvo una idea y sin que se lo esperara, se coló por debajo de las piernas de la elfa con suavidad y la atacó por la espalda tirándola al suelo. Todos la aplaudieron y soltaron gritos de júbilo. Cuando Elizabeth le apuntó al pecho con el arma, la elfa soltó la suya poniendo las manos al frente y pidiendo tregua.

LA BAILARINA DE JUGUETE (COMPLETA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora