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BUEN DÍA. HOY ES DÍA DE ACTUALIZACIONES. GRACIAS POR PERMANECER FIELES A LA HISTORIA.

CONTINUAMOS...

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Pasadas varias horas, deambuló por el bosque, escuchando toda clase de ruidos. Desde el canto de las aves en las copas de los árboles, hasta las ardillas correteando por las ramas.

Cuando se metió en esto, sabía que estaba por enfrentarse a una lucha infructuosa, donde tal vez nunca encontrara a Dimitrie. Y si lo conseguía, podía tardarse meses, quizás años, toda una vida incluso. Y ese era un tiempo que no podía durar, caminando sola por su cuenta y con tantos peligros.

Jamás había estado fuera del cuarto de Rosie, donde ya andar por la casa era un peligro. Podía caerse y quebrarse, acabar en el hocico de caramelo, o pisoteada por algún humano. Ahora andar en el bosque era un riesgo aún mayor, y la locura más grande que alguien podía cometer. Pero demonios, haría eso y más, si su futuro esposo regresaba a ella. Y si tenía que morir en el intento, pues que así fuera. La sentencia ya estaba firmada.

—Así que... ¿hacia qué dirección vamos, princesa?—dio un respingo dándose la vuelta y encarando a quien le había hablado.

Phillip.

¿Qué no entendía?

— ¿Qué estás haciendo aquí? se suponía que iría a esto yo sola—continuó avanzando, alejándose de él.

—Lo sé, pero el señor Percival estaba tan preocupado cuando volví a subir, que me pidió ir en tu búsqueda y acompañarte, sin importar qué opinaras tú—Elizabeth se carcajeó.

— ¿En serio fue así?—el caballero suspiró.

—En realidad no. Fui yo solo el que escapó cuando nadie me veía. Es que... Lis, me carcome la conciencia sino estoy contigo cuidando tu espalda. El bosque es demasiado peligroso, y mucho más para alguien tan diminuta como tú—

Ella se detuvo, mirando un momento hacia el cielo. Tratando inútilmente de saber si seguía el camino correcto. Ver el horizonte por donde el sol se ponía, y por donde también el cuervo se llevó a Dimitrie, era fácil porque ella desde la ventana estaba a buena altura para distinguir. Ir en la misma dirección y por donde no conocía, y con los árboles más grandes que ella; no tanto. Caminaba al parecer en línea recta, pero los caminos se torcían y ella podía incluso andar en la dirección equivocada. Continuó avanzando.

Que los dioses de los juguetes, los del amor, y los dioses en los que Roselinda creía, la ayudaran. Porque ella estaría perdida si no conseguía lo que buscaba.

—No me digas, Sherlock. Porque tú debes ser un gigante de diez metros comparado conmigo—el balbuceó algo ininteligible—probablemente en cualquier momento, se nos aparezca un animal de tamaño descomunal, con grandes colmillos y pelaje. Tú moverás la espadita que traes, intentando defendernos, hasta que él te la quite y nos convirtamos en su cena. ¿Luego qué?—

—Bien, ahí tienes un punto. ¿Pero qué hay de la compañía? tu sola tendrás la misma suerte que si fueras conmigo. Si vamos juntos no te sentirás sola, sé muchos chistes divertidos, tengo buen paso y no te frenaría en tu caminar. Y no te lo he dicho, pero es maravilloso pasar tiempo contigo. Tengo cierta conversación que me gustaría que tuviéramos—su mirada era tan enamorada, que no pudo soportarlo más.

O le contaba toda la verdad ahora, o no lo soportaría en todo el camino suspirando por un amor no correspondido.

— ¡Phill, detente!... yo...—suspiró antes de continuar—estoy segura de que serías una gran compañía, y un buen conversador además, pero... ay, no puedo hacerte esto. ¿Qué deseabas decirme?—

LA BAILARINA DE JUGUETE (COMPLETA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora