2.

124 15 3
                                    

El tiempo pasó, vino el invierno, navidad, y Rosie recibió de regalo otro príncipe de porcelana, de piel más oscura, y traje blanco que combinaba a la perfección con el vestido blanco de Lissie. Y con mejores formas de bailar, que su anterior compañero de ballet. Roselinda al final encantada con su nuevo príncipe, olvidó que en el pasado había tenido uno, y por el lloró hasta la madrugada.

Elizabeth, no lo olvidó. Recordaba cada día con tristeza la pérdida de su amor, y los intentos por irlo a buscar, ya que desde entonces, de forma inconsciente, Rosie la llevaba consigo fuera donde fuera, como un tácito recuerdo de que aunque él ya se había perdido, no dejaría perder a su bailarina.

Repetía constantemente: «Mi pequeña Lissie, eres lo único que me queda como recuerdo de mi padre, no te perderé también a ti».

Ahora, luego de dos años, Elizabeth y Phillip, habían entablado una bonita amistad, pero solo eso. Aunque Phillip bebía los vientos por ella, Lissie le seguía siendo fiel a su viejo amor. No importaba donde estaba, y si aún continuaba con vida, o quizás... No. Ella siempre sería suya, y el de ella, aunque no se hubiesen casado.

El anillo lo había recuperado, una mañana mientras la señora Loretta, la asistente de limpieza de la señora Weddgwood, aspiraba el jardín y lo podaba. Se lo regreso a la pequeña Roselinda, creyendo que podía serle de utilidad, y ella gritó alborozada al hallar el pendiente de la señorita Effie, que había perdido. La Barbie, con el corazón entristecido, al igual que el de los demás juguetes, por la pérdida del príncipe Dimitrie, se lo entregó para que lo conservara y lo llevara siempre con ella.

Pero esa mañana, sería diferente. Rosie de ahora trece años, se había ido a estudiar, dejando su cuarto vacío y silencioso. Y Lissie no pensaba rendirse tan fácil. Ni quedarse de brazos cruzados, mientras pasaba cada vez más tiempo y su mente y corazón borraban su recuerdo. Si Roselinda no estaba dispuesta a recuperar al príncipe, ella si lo haría. Lo lamentaba muchísimo por su dueña, pero cosas más urgentes la llamaban, y reclamaban su corazón. Buscó entre sus cosas algo que ponerse, y cambiar su vestido blanco. Pero no había nada. 

—Lissie—

Se dio la vuelta ante el llamado del señor Percival, que venía caminando con paso bamboleante por su peso, con un sombrero alto en la cabeza, y una bufanda de navidad con arbolitos y renos estampados en ella.

— ¿Qué haces, pequeña?—ella dejó de rebuscar entre la caja de música.

—No puedo quedarme aquí. Lo sabes, Perci. No sé dónde esté Dimitrie, pero no puedo quedarme con esta incertidumbre—vaciló, y dejo que el señor Oso le pusiera una pata en el hombro—sí. Puede que no lo encuentre tan fácil, puede que esté muerto—le tembló la voz—pero necesito quitar esta desazón de mi—se tocó el pecho.

La señora Osa y Effie se acercaron, uniéndose a la conversación.

—Si con eso vuelves a ser la que eras, sonriente y tranquila... ve por él, niña—Effie sacó un paquete con moño y se lo entregó.

—Lo vas a necesitar—

Elizabeth lo destapó y se encontró con un vestido más abajo de las rodillas, de color degradado entre naranja y blanco, con una chaqueta de jean y tenis. Todo de juguete.

—Effie no era necesario, esta es tu mejor ropa—le tendió además una capa roja con capucha.

—Tómalos, insisto. Y esta era de cuando actúe de Caperucita Roja para Rosie. Te cubrirá del frío y la lluvia—Elizabeth la abrazó dándole las gracias y conteniendo las lágrimas que pugnaban por salir.

Hacían demasiado por ella... No. Por Dimitrie. Que no tenía cómo pagarles.

—Cuiden de Rosie. Cuídenla mientras no estoy—todos asintieron en silencio.

—Ey, ¿porque están todos reunidos? ¿Que están regalando?—

Lissie lo ignoró por completo, empacando las cosas en el bolso de caminata que le dio la señora Percival, perteneciente a su hijo osito, que murió mordisqueado por Caramelo, el cachorro San Bernardo de la prima de Roselinda.

—Lis, ¿porque empacas? ¿Nos vamos de viaje con Rosie?—

—Yo me voy. Y ahora no es momento, Phillip—él la aparto de todos, teniéndola del brazo.

— ¿Te vas? no puedes, somos de Rosie—ella sonrió aburrida—no puedes dejarme, Lis—suspiró.

—Lo siento, Phil. Pero... hay alguien a quien perdí hace mucho y no estaré tranquila hasta saber qué fue de el—

— ¿Otro hombre?—se mordisqueó el labio, dudando.

Conocía desde hacía meses sobre los sentimientos que el nuevo príncipe albergaba por ella y que esperaba fuesen correspondidos, pero ella no podía. Su corazón le pertenecía a su antiguo amor, y hasta no estar segura de que pasaría entre ambos, no podía pensar en alguien más.

—Sí, pero...—el levantó la mano, silenciándola.

—Voy contigo, tal vez pueda servirte de ayuda—ella comenzó a negar con seriedad.

De encontrar a Dimitrie, ambos volverían a estar juntos, y ella no quería romperle el corazón a Phillip en el momento del reencuentro. Había sido dulce con ella y aunque ella había intentado darle una oportunidad, no había podido. No había amor.

—No, Phill. Esto es solo mío, estaré bien. Y volveré, no te preocupes—

Eso ni siquiera lo sabía ella misma y ya andaba haciendo promesas.

—Entonces deja que te ayude a bajar. El Capitán Pastelillo tiene una soga y bajaremos por ella. Yo vuelvo a subir y tú emprendes tu aventura. Al menos eso—le acarició la mejilla con ternura.

Apartó la mano con suavidad.

—Es demasiado para ti—el negó.

Suspiró. 

Al menos debía permitirle eso.

—Si estás dispuesto, entonces me sería de ayuda—el corrió en busca de la soga del muñeco de acción, que la señora Weddgwood conservaba como colección.

¿Cómo le decía que no? era la única forma de hacer menos doloroso el romper su corazón al no amarlo.

Después de despedirse de todos y antes de que Rosie llegara de la escuela, Phillip la ayudó a descender por la cuerda que estaba atada a la ventana y llegaba hasta el suelo del jardín trasero.

—Cuídate, Lis—le sonrió sosteniendo la soga por donde subiría, y fijándose que nadie anduviera cerca.

Cuando ella dio la vuelta para marcharse, luego de darle las gracias y despedirse, él le dio alcance y la tomó de las mejillas besándola con ímpetu. Trató de responderle el beso, de sentir algo. Si fuese así daría marcha atrás y comenzaría de nuevo. Pero en su cabeza solo se imaginaba a su amado príncipe, cada vez que la besaba y la amaba como un hombre a una mujer.

—Lo siento, adiós—

Echó a correr por el césped, en busca de aquello que le daría su paz interior.

Fuera que lo encontrara con vida, o simplemente fuera para dejarlo ir.


BESOS

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

BESOS

LAU<3

LA BAILARINA DE JUGUETE (COMPLETA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora