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No debería creer cuando la gente me dice que soy el mejor; simplemente porque es mentira.

Muy pocas cosas de mí me complacen: y mi vida íntima está lejana a ser lo que yo quisiera. Nunca ha sido este plano vacío lo que quiero para mí. Los lujos, la atención del estado, y los gritos en mi favor, han dejado de ser satisfactorios: incluso perdí la noción de mis días, pues siento que vivo en una rutina cansada y lastimosa.

Tampoco importa cuánto esfuerzo mental le ponga, no consigo apartar mis pensamientos de aquella noche, misma en la que me sentí el ser más desdichado del mundo. Esa es la noche que no podré alejar de mis pesadillas ni de las veces en las que apenas duermo.

La culpa gobierna mis lapsos de introspección, esos en los que intento redimirme, sin conseguirlo.

Estoy por estallar cada día, y lo peor de todo es que no se lo he dicho a nadie.

—Intenta relajarte —dice Taylor, antes de cerrar la puerta detrás de sí.

Respiro profundo para luego hacer un aspaviento en su dirección.

Dos de los muchachos están hospedados en este hotel, en mitad del condado de Clarke. Así que Taylor y yo los esperamos con la intención de ir a cenar después. Se supone que estamos aquí para acudir a un evento en la secundaria en la que estudiamos Taylor y yo. Pero mi ánimo no está por los cielos, debo decir. Sin embargo, voy a terminar por obligarme a ir, solo porque no soy capaz de decirle a Tay que no pretendo ir a mostrar un par de sonrisas al mundo, siendo que no puedo ni mirarme al espejo.

Me ha pedido que me relaje porque acabo de encontrarme con Charlotte en el vestíbulo. Ella está en la ciudad con su marido: Charlotte, la que pudo haber sido la madre de mi hijo. Charlotte, la protagonista de esa historia en la que amo a una mujer que no pudo corresponderme. Charlotte, la dueña de mis peores pensamientos últimamente. La dueña de mi mala voluntad.

Ya pasaron varios minutos desde que mis compañeros están abajo, esperándome. Por eso, y porque no pretendo arruinar su estadía aquí, me levanto de la silla en la que he permanecido todo este tiempo, consciente de que a lo mejor el alcalde se encuentra allí, pavoneándose con su mujer a la que le lleva casi veinte años. Pero eso no me interesa.

Lo que quiero es olvidar que la quise, y que por su culpa los hubiera han triturado mi pecho sin misericordia.

Sujeto con fuerza la perilla, al tiempo que me paso la mano por el cabello, seguro de que, a partir de aquí, nada se puede tornar peor en mi vida. Nada me moverá de la postura en la que estoy ahora. Nada me hará cambiar de idea al respecto de lo que creo saber sobre mi existencia: dicen, después de todo, que cada quien cosecha lo que siembra. Y yo, al estar con una mujer que tenía un compromiso, no podía recibir más que una traición a cambio.

Pero una de las más despiadadas. Y no debería extrañarme.

Tras salir al corredor, jalo la puerta con los nervios a flor de piel. El clima templado de Clarke no ayuda, ni tampoco el ajetreo de las personas que caminan por el pasillo, y que de vez en cuando me miran como si estuvieran a punto de reconocerme.

Un chasquido se oye a mis espaldas, con una ligereza absoluta. En cuanto me vuelvo, me recuerdo lo que acabo de pensar: nada puede empeorar en este punto en el que me encuentro.

—¿Sam? —le pregunto a la chica que está frente a mí. Frunzo el ceño al soltar el pomo de la puerta. Varios pensamientos me cruzan la mente mientras la observo, contrariado. Es la hermana menor de Taylor, saliendo de una habitación...—. ¿Estás...?

KamikazeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora