24

590 106 2
                                    





Hoy fue un día terrible. Uno de esos en los que nada sale bien. Sam tuvo demasiado trabajo y está hablando por teléfono, mientras hurga en su agenda buscando el número de no sé qué persona. Yo siento el mal humor hasta en las yemas de los dedos. Todo lo que quiero es meterme en la ducha, e ir a la cama.

Mi madre, por si fuera poco, me ha dicho que piensa mudarse. Cuando me lo dijo esta mañana antes de irme al entrenamiento, el primer pensamiento que me vino a la mente fue que está tratando de usar una especie de chantaje conmigo. Le dije que ni lo pensara, porque la casa es suya.

Por eso quiero hablar con Sam: Eleanor ha adoptado una actitud muy fría para con ella. Así que no pienso exponer a mi mujer a eso. Quiero proponerle que, apenas casarnos al terminar la temporada, nos mudemos. O si es preciso que lo hagamos antes, mucho mejor para mí.

En cuanto me percato de que ha colgado el teléfono, la observo hasta notar que está suspirando largamente y que ha asido las manos de la mesa. Tiene los ojos cerrados. Cuando los abre, de inmediato me busca en la cama, a donde he estado recostado los últimos minutos.

—¿Todo bien? —le pregunto.

Mientras niega con la cabeza y se aproxima a mí, escucho el timbre de mi teléfono. Lo ignoro porque sé que Sam está estresada por la pesadez en su oficina.

Al dejarse caer sobre mi cuerpo, todo su calor me inunda en cuestión de segundos. Mi teléfono vuelve a emitir el sonido del ringtone.

—Contesta —pide Sam, estirando la mano para alcanzar mi móvil desde la mesita de noche. Le echa un vistazo a la pantalla antes de fruncir el ceño y entregármelo—. Es Blake. —Me contagia de su extrañeza cuando noto que esta es la cuarta vez seguida que su cuñado trata de contactarse conmigo.

Exceptuando ocasiones familiares, Blake nunca me llama.

Deslizo el dedo para aceptar su quinta llamada entrante.

Sam está escuchando a mi lado; me está mirando fijamente.

Al responder, estoy seguro de dos cosas: primero, que algo sucedió. Y segundo, que no quieren que Sam reciba en primera instancia el mensaje.

En la bocina, Blake se limita a explicarme... mejor dicho, me narra en un susurro muy lastimero que Taylor y Lana nunca recogieron a Leah de la casa de Martin esta tarde y que, media hora atrás, les avisaron de un accidente que tuvo lugar en la pista que conecta a Clarke con la capital.

Él e Irina, como está contándome, se dirigen hacia allá. Y, lo peor de todo, es que acaba de decirme que el aparatoso choque no ha tenido un resultado conciliador. No quiero mirar en dirección de Sam. No podré decirle ninguna mentira ni siquiera con tal de protegerla del dolor que le supondrá saber...

Cuelgo el teléfono tras prometerle que estamos en camino. Para cuando soy capaz de mirar a Sam, y decidir que no puedo perder ni un día más de mi vida, ella tiene puesta una máscara de suficiencia.

—Vístete —le digo, poniéndome de pie.

—¿Qué pasó? —me pregunta, y sé que me ha seguido.

Ya no llevaba puesta la camisa, así que voy hasta el clóset y saco la primera sudadera que encuentro disponible. La mano de Sam se cierra alrededor de mi brazo. Me giro sin querer afrontar su mirada, consciente de que, al saber lo tragedia que le ha ocurrido a su hermano, estará asustada solo por conocer la magnitud de su dolor.

Sus ojos me estudian con ahínco...

—Taylor y Lana tuvieron un accidente —digo, al fin.

Me cuesta tanto decirlo, que casi no percibo el dolor agudo en mi garganta mientras trago saliva. Por unos instantes, lo único que hace mi mente es tratar de convencerme de que tengo que permanecer recto, estoico, y capaz de sujetar a Sam si lo necesita.

Ella se pasa la mano por el fleco, inspecciona la longitud del cuarto y asiente.

—Entonces... —la escucho musitar.

—Primero, ponte algo adecuado. Les dije que estábamos yendo para allá —mascullo.

Otro asentimiento por parte de Sam. Su cuerpo, rígido ahora, no evita que vea el trago amargo que le supone empezar a cavilar las peores situaciones. Sin embargo, yo tiro de su mano y la atraigo hasta mí, acunando su rostro en mis manos.

Escudriño su mirada, incapaz de moverme...

—Todo estará bien —le aseguro.

Sin pensarlo dos veces, Sam se limita a esconderse entre mis brazos y, tras unos minutos de suspirar largo y tendido —como si estuviera tomando fuerzas—, se libera de mí para ir hasta el clóset. Se pone un abrigo de inmediato y, tan rápido como se calza, rebusca en su bolsa para sacar el móvil del interior.

Sé lo que intentará hacer, así que, después de tomar las llaves de la camioneta y la billetera, avanzo hasta ella sin demorar un segundo antes de quitarle, con cuidado, el teléfono.

—Vámonos —musito—. Las redes pueden ser muy crueles, Sam. —Acaricio su mejilla en un rápido rozón. Sus ojos ya comenzaron a llenarse de lágrimas—. Solo... —frunzo los labios, buscando las palabras correctas. Cuando las encuentro, me aseguro de que me crea—. Te amo mucho. Recuérdalo.

Enlazo mi mano a la suya, y los dos abandonamos la habitación, sumergidos en un silencio que solo se presta para pensar cosas de horror. De manera que me obligo a hablar solo para distraerme y distraerla a ella.

—Blake dijo que iban a por Leah a casa de tus padres —señalo, ya que hemos bajado al estacionamiento.

Sam me cuenta que Lana ha estado ocupada en el despacho estos días, y la niña tenía unos cuantos libres en la guardería por remodelaciones. En un nuevo lamento quebradizo de su voz, me dice que es una desventura cruel del destino el que...

—Sam —la silencio, mirando al frente de la carretera, una vez que he puesto en marcha el vehículo. Ella no se vuelve a mirarme, así que la llamo de nuevo—. ¿Amor? —Al final veo que me mira, apesadumbrada, los ojos anegados en lágrimas—. Cosas como esta suceden sin ningún motivo. Lana amaba mucho a Taylor y era una grandiosa madre; no hay ninguna razón por la cual debamos creer que alguien pudo decidir que una calamidad como esta debía de pasarles.

No he recibido una respuesta como tal, pero Sam estira la mano y sujeta unos instantes la mía, para besarme los dedos. Cuando vuelve a su posición anterior —mirando por la ventana—, yo ya no estoy tan confiado de mis propias palabras. Sin embargo, sé que estoy en lo correcto.

Sé que nadie como la familia de mi mejor amigo puede merecerse sufrir de esta manera. Y no quiero sacar conclusiones —tampoco se las diré a Sam—, pero Blake sonaba lo suficientemente preocupado como para no descartar la idea de que una marca oscura se cernirá sobre toda la familia.

Eso incluye a Sam. Lo cual resulta impresionante; tramos como estos prueban la fortaleza de una unión, de promesas en las miradas. Fragmentos de dolor en tu vida te ayudan a ser mejor persona, a comprender tu entorno. Y, como he dicho siempre, cuando cosas malas te ocurren, aun cuando no hay un motivo contundente para ello, siempre tendrás dos salidas.

Siempre. 

KamikazeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora