Fue un desastre. Este se supone que ha sido un juego amistoso, como un mero calentamiento, y los novatos han barrido con gran parte de los intentos de Taylor por conectar una recepción. No hemos podido ajustarnos, y el entrenador Cox ha comenzado a decir que de nuevo estoy «flojo». El mero uso de la palabra para referirse a mi desempeño se siente como un déjà vu.
—No ha sido para tanto —se está riendo Taylor, junto con Josh.
Ellos sí que se han tomado la paliza como un entrenamiento. Dicen que estuvo divertido y que, en los juegos de este tipo, no deberíamos de buscar otra cosa. Cox no piensa lo mismo, y me lo ha hecho saber —igual que a Bee—, solo porque asegura que nuestros contratos fueron los mejor pagados.
Lo admito: no estoy concentrado. Las cosas que me pasan por la cabeza estos días son la acumulación de tener miedo desde el año anterior, cuando Sam terminó el máster, y se ha dedicado a conseguir un lugar junto a mi madre. Ella dice que lo tiene muy ganado. Claro. Porque su empeño es irrefutable.
A pesar de que muchas otras cosas quedaron de lado, yo estoy muy orgulloso de ella, y por eso me siento culpable por estarme preguntando por qué demonios tengo una semana sin verla, cuando vivimos en la misma ciudad.
—¿Ya te vas? —le pregunta Tay a Bee, que en ese momento le está apretando la mano para despedirse.
Se ha puesto su gorra del equipo, lo cual no implica nada bueno; siempre la usa cuando quiere ocultar la expresión de sus ojos. La usa cuando, usualmente, ha tenido algún problema con Elle. Por supuesto, delante de Taylor y Josh nunca lo va a admitir porque ellos, desde el punto de vista de Brent Dylon, son la excepción a la regla.
Hace tres años que Bee y Elle viven en un vaivén de incomodidades. Todos los medios, y los fanáticos a su alrededor, aseguran que son la familia perfecta; solo nosotros sabemos cuánto le duele que le digan eso, siendo que lo que mantiene con la madre de su hija es todo menos una relación amorosa.
Se llevan muy bien, y conviven quizás demasiado, pero solo lo hacen por su hija. Eso dicen ellos.
Rápido, y sujetando mi bolsa de deporte, me pongo de pie para seguirlo y me despido también de los muchachos. Antes de echarme a andar escucho cómo Taylor me pide que le recuerde a Sam del cumpleaños de Leah, su hija de un año, y que cumplirá dos dentro de un par de semanas. Me lo ha estado repitiendo todo el mes, porque él —tampoco— ha tenido oportunidad de hablar en persona con su hermana.
Cualquiera diría que se ha olvidado de su familia —y de mí—, pero no es así y estoy seguro de ello. Es solo que está ocupada tratando de conseguir lo que ha deseado por mucho tiempo. No voy a ser yo quien le quite la oportunidad de su vida. No voy a ser yo quien la ponga entre la espada y la pared.
Y, sin embargo, sin importar cuántas veces me diga que quiero que sea feliz, me sigue pesando que lo nuestro esté tan estático; la gente hace muchas preguntas acerca de eso, y yo ya estoy cansado de decir lo mismo: la amo, y eso es más que suficiente.
Bee está abriendo la puerta de su camioneta en el estacionamiento; una Lincoln azulada de aspecto bastante familiar y reservado. Creo que no podría decirlo de mejor manera, el vehículo representa todo lo que es su vida por estos días. Nada de borracheras. Nada de fiestas hasta el amanecer. Nada de mujeres desfilando por su departamento.
Ha sido increíble, pero sucedió. Sentó cabeza, al menos en el aspecto paternal. Porque aparte de Taylor y Martin, no tengo noción alguna de que haya podido existir un padre tan entregado como él. Si puedo mencionar una debilidad suya, sin pensarlo diría que la pequeña Beth es la mayor de todas; Elle es la otra, pero Bee aún no lo acepta.
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Kamikaze
RomanceVersión de ECLIPSES narrada por Ramsés, el protagonista. Es recomendable haber leído aquella, aunque no obligatorio. *** Ramsés Neil es el receptor estrella del equipo de Fútbol Americano de Atlanta, el mejor hijo del mundo, el mejor amigo de Tayl...