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—Tienes que detenerte —A pesar de que ella lo intenta, el peso de mi cuerpo le impide moverse para terminar el contacto.

Y, en lugar de hacer caso de su pedido, comienzo a trazar una línea de besos desde su mandíbula, y a través de su cuello, hasta llegar a la clavícula. Hago mi camino hasta su pecho y absorbo el olor a cítricos de su piel dorada. Sam está retorciéndose debajo de mí, y yo, feliz por que me corresponda, ahueco uno de sus senos en mi mano, sin dejar de besarla por todas partes.

Sin dejar de sentir el corazón hecho polvo en sus manos.

Levanto la mirada y esbozo media sonrisa, pero ella clava sus ojos en los míos, y se decanta por observarme a detalle. Yo la estudio también. La estudio mientras contengo el aliento y afianzo mi agarre a su cuerpo, porque si no lo hago, no soportaré la excitación que palpita en mi entrepierna y más rápido de lo que ella piensa caeré rendido ante la belleza de su desnudez.

Acaba de enseñarme el tatuaje que se hizo con el número quince como obsequio por mi cumpleaños. Y, aunque no me agrada la idea de que un tipo ajeno le haya visto esa parte tan íntima del cuerpo, estoy maravillado con la manera en la que puede hacer una cosa tan loca solo para tratar de demostrar que siente algo por mí.

Ya le he dicho que no era necesario, que marcarse así no incrementa nada y que bien hubiera podido regalarme un beso, uno simple, y yo habría sido muy feliz.

—Debería irme —susurra al fin.

No tengo ganas de dejarla ir, pero sé que tiene razón. Ella se escabulló en mi habitación nada más sus padres salieron con mi madre al centro, y me ha mostrado el pequeño tatuaje que ahora tiñe su piel debajo del seno.

Poco a poco, me arrastro por encima de ella hacia abajo, sin aplastarla. Sam vuelve a removerse y sigue observándome, sus pupilas dilatadas por el deseo.

Tras ver que no se ha levantado, le ofrezco mi mano para ayudarla y ella la acepta sin ningún titubeo. Luego, con hábiles y delicados movimientos, se baja de la cama. Yo hago lo mismo y trato de acomodarme la camisa. La miro mientras trata de ponerse la blusa, y tiro de su mano hasta hacer que me encare al tiempo que le digo:

—Esto es permanente, ¿sabes? —Vuelvo a examinar el tatuaje y me sumerjo en la cruel imagen de su carne siendo herida de esa forma—. No podrás librarte de él. Y si intentas hacerlo, va a dolerte.

Eso. Me pasa lo mismo. Aquella noche de septiembre, cuando estuvimos juntos por primera vez, descubrí que se había metido en lo más profundo de mi mente. Descubrí que había perdido mucho tiempo de mi vida, y entonces me aferré a la idea de que podía merecer a alguien que rompiera más mis expectativas; con Sam, estas solo han incrementado.

Lo único que quiero es estar así con ella, sabiendo que los dos pertenecemos al lado del otro.

—¿Es algún tipo de amenaza? —me pregunta, con tono juguetón.

Ojalá supiera cuánto me afectan sus coqueteos; ojalá se diera cuenta de cómo podría manejar mi voluntad con una sonrisa. Pero no lo sabe y creo que así está mejor: porque de otra manera me quedaría sin nada. Me quedaría en el limbo esperando a que ella no dejase de sentirme.

Cuando trata de ponerse la blusa, y nota que la tengo aprisionada a mi pecho, alza las manos y rodea mi cuello.

—No. Es una señal de peligro, más bien —aseguro, luego de poner un par de sus cabellos en su sitio—. No tienes que demostrarme nada, Kamikaze. Yo sé que me amas...

KamikazeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora