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—Comienza a hartarme —dice Sam, mientras se levanta de la cama tras ponerse los zapatos—. Casi siento que nada más me quiere torturar porque sabe que soy su esclava.

Estuvimos a punto de hacer el amor luego de varias semanas sin tener el tiempo necesario; la frustración es genuina en ella, y por eso he decidido contenerme. Su «posible» jefe, el sujeto para el que está haciendo de asistente en el gobierno, le acaba de llamar por teléfono para decirle que tiene una rueda de prensa muy importante.

En quince minutos.

Sam anda de un lado para otro en la pieza, y sé que está buscando su cepillo del cabello; con el paso de los meses, fue dejando huellas de su presencia en mi vida: se olvida prendas, accesorios, incluso la bolsa en mi habitación. Y así, cuando estoy aquí, sé que no me la puedo sacar del pecho como si fuera un simple órgano. Ella ha marcado mi existencia de formas que nadie puede comprender. Ha hecho de mi vida una vorágine de emociones.

—Amor... —la llamo. Aún llevo puestos los pantalones, pero no me puse la camisa. Ella se aproxima con pasos veloces cuando ve que traigo en las manos otra cosa que estaba buscando: una goma para el cabello. Se cuelga de mi cuello como suele hacer y esboza una gran sonrisa.

Por el cómo profundiza el beso que me da en seguida. me veo en la obligación de rodear su cintura, y levantarla un poco del suelo. Ella hace descender su mano hasta mi trasero, y aprieta hasta que le escucho emitir un gruñido.

—Ya sé que no he estado mucho... —dice, pegándose a mí con sugerencia—. Te extraño demasiado, tú, Kamikaze. —Sigue apretando su pequeña palma en mi cremallera, y de pronto, cuando escucha el timbre insistente de su móvil, veo el tono enrojecido que tienen sus mejillas—. ¡Maldita sea!

La bajo luego de depositar un beso en su frente. Mientras ella va a por su móvil y lo silencia (ya sabe quién es y qué quiere).

—¿Y Francine ya consiguió un lugar? —inquiero, una vez haberme vestido por completo.

Quiero desviar mi atención de la terrible sensación de ahogo que me embarga en este instante. Ya me dije que tengo que hablar con ella, y estoy esperando a la noche de la fiesta de Leah para hacerlo.

Sam está cepillándose el cabello de nueva cuenta. Tiene cara de haber oído algo desagradable. De modo que avanzo hasta ella y, consciente de que ha sucedido algo con respecto de la susodicha, examino su ceño fruncido; la expresión de su rostro no anuncia nada bueno. Su silencio y su cara entristecida, no hacen más que encender una alarma en todo mi sistema.

—Puedes contarme lo que sea, y lo sabes —le aseguro.

Alcanzo su mano libre de cepillo y me la llevo a los labios. Como siempre, beso cada uno de sus nudillos, que son delgados y se ajustan a mis dedos al encerrar totalmente su palma. Sam niega con la cabeza y afianza su agarre a mi mano.

Luce indefensa, como si quisiera llorar. Y a mí me puede muchísimo que llore. No lo soporto. Si lo hace me hará pensar que todo esto de buscar un sitio en el gobierno del estado la está consumiendo, o que alguien la ha estado molestando. No me extrañaría que riñera con su antigua compañera de universidad: compiten, en este momento, por el mismo puesto de trabajo.

—Estoy segura de que se está acostando con él —murmura por fin.

—Eso es algo grave, Sam —admito, después de tragar saliva—. ¿No es casado?

—Lo es —dice ella, volviéndose—. Es obvio que tiene preferencia por ella, y todos lo comentan. Me quedó claro el otro día; por lo regular soy yo quien se encarga de recopilar información sobre las beneficencias que se puede permitir, pero en esta ocasión ella hizo todo el recabo. Misteriosamente estuvieron trabajando hasta noche, en el despacho y Francine estaba llena de chupetones en el cuello. Es un secreto que se corre a voces por toda la oficina, y sé que no debería estarlo diciendo...

Esbozo una sonrisa por la dulzura que me provoca este comentario; Sam muy pocas veces se contiene de decir lo que piensa, aunque cometa imprudencias a menudo, pero desde hace once meses, mientras ha estado de subordinada con este sujeto que quiere una candidatura para el senado, no hace más que estar estresada, cansada, agobiada y todas esas cosas referentes al trabajo que ofrece sin parar: porque así de entregada es ella.

Ha caminado hacia el baño y yo la sigo, pero me quedo recargado en el marco de la puerta; observo cómo cierra los ojos al tiempo que ase las manos del lavabo. Cuando camino hasta allí y me coloco detrás de ella, masajeo sus hombros y me agacho para depositar un leve beso sobre su sien derecha.

—Si no es allí, puedes seguir buscando. —Una sonrisa forzada tira de sus labios. La escucho suspirar—. Sabes que estoy aquí, aunque no me gusten todos estos cambios. Te amo demasiado como para ir en contra de tus deseos. Así que, si lo que quieres es seguir buscando...

—No finjas que no te afecta, mi amor —dice ella, a punto de romper en llanto. Acabo de escuchar cómo el pecho se me contrae al saber que le falta poco para derramar la primera lágrima. Su voz está quebradiza, triste—. No finjas que estás bien con todo esto; deja de ser tan maravilloso conmigo. Por favor. Me haces sentir miserable, Ramsés. ¿Me vas a decir que no estás enojado por haberme perdido el partido de hoy?

Hago un recuento de los daños. El sábado me sentí... raro. Me sentí abandonado al notar cómo Bee estaba en problemas y cómo yo mismo le estoy mintiendo, pero Sam me conoce como a la palma de su mano. La subestimo siempre, y no puedo creer que esté a nada de pedirle que se quede conmigo lo que nos permita la vida.

El hecho de recordarlo me obliga a espabilar. La hago girar para que me encare, pero la abrazo en lugar de mirarla a los ojos.

—Si quieres que te diga la verdad, estoy muy mal porque casi no te veo, porque ni siquiera he podido hacerte el amor como Dios manda —susurro junto a su oído. Ella se aprieta a mí para buscar el confort que le falta—. A pesar de mí mismo, sé que es solo momentáneo, que estoy frustrado sexualmente y que la falta que me haces a veces me nubla el juicio. Pero eso no quiere decir que vaya a abandonarte. Cada día que pasa te amo más, ¿cómo podría luchar en contra de algo así?

—¿Sí sabes que yo te amo a ti desde que tengo memoria? —me pregunta, retrocediendo unos pasos.

Le explico que sí, y sin pensarlo sujeto sus mejillas entre mis manos. Ella me responde con un beso urgente y se cuelga en mi cuello hasta que tengo que inclinarme un poco para poder sujetarla con firmeza.

—¿Puedes llevarme? —susurra mientras sigue dejando besos pequeños en mis labios, humedecidos por su caricia anterior—. No tengo ánimos de conducir hasta allá, y si pudieras recogerme te lo agradecería bastante.

—Ni siquiera tendrías que pedirlo —le aseguro, dejando que acabe de arreglarse de una vez por todas—. Ah, me olvidaba: Taylor te ha mandado decir que no te olvides del cumpleaños de Leah.

—¿Tan pronto? —exclama Sam, peinándose con desgarbo.

Hace mucho que se olvidó del glamour; sigue pareciéndome hermosa; mucho más desde que las tonalidades que caracterizan a una mujer independiente la llenaron de pies a cabeza. Ahora, ninguno podría resistirse a mirarla de lleno, y en lugar de celos me siento orgulloso de poder decir que me eligió a mí. Porque no me la merezco.

Sacudo la cabeza y luego digo—: Yo compro el regalo. No te preocupes.

Antes de abandonar el baño me digo que necesito tener paciencia.

Ya casi...

Y otra voz en mi interior me dice que algo va mal. Después de lo que vi en su mirada al hablar de Francine, sé que no está hablándome de todas sus incomodidades. Pero, de nuevo, me repito que esperarla es siempre mi mejor opción. No puedo dudar de su amor. No ahora que el paso siguiente se avecina.

No ahora que solo queda hacer una compra más para tenerlo todo listo. 

KamikazeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora